Por qué hay que evitar que Erdogan reconvierta Santa Sofía en mezquita

El presidente turco Recep Tayyip Erdogan es el rey de la provocación geopolítica y uno de los maestros más exitosos del mundo en este ámbito.

Entre las numerosas provocaciones, intromisiones e incitaciones de libro de texto que ha protagonizado en los últimos años, encontramos el chantaje de los solicitantes de asilo en la frontera con Grecia, el insulto de «muerte cerebral» al presidente francés Emmanuel Macron, la captación del futbolista turco-germano Ozil o la instigación a los musulmanes residentes en Europa a procrear para conquistar el Viejo Continente.

A esta lista se le añade la iniciativa de reconvertir la basílica-museo de Santa Sofía de Constantinopla en mezquita, un proyecto que data de 2012. El templo no ejerce de lugar de culto desde 1934, cuando el dirigente progresista Mustafa Kemal llamado Ataturk la secularizó para «ofrecerla como un regalo a la humanidad».

El carácter universal de este monumento religioso se reafirmó en 1985 cuando la UNESCO la incluyó en su lista de Patrimonio de la Humanidad. Erdogan quiere dinamitar este mensaje añadiendo la monumental basílica a la larga lista de lugares de culto cristianos que ya ha reconvertido desde 2010 al Islam.

La ligereza de la prensa occidental al abordar la cuestión es exasperante. Como apunta el historiador francés especialista en religiones Jean-François Colosimo, no se trata como se nos dice de una simple maniobra turco-turca para desviar la atención de las clases populares de la catastrófica economía, complacer a su electorado islamista o arrinconar a la oposición laica. Al contrario, es una declaración de guerra, un «Munich civilizacional», según las palabras de Colosimo.

Para entender este punto se requiere la visión de conjunto. Las provocaciones de Erdogan no son actos esporádicos de un viejo dictador chiflado, sino que emanan de una visión política clara: hacer resurgir el Imperio Otomano en el Mediterráneo y conseguir el liderazgo del mundo musulmán. Erdogan se ve a sí mismo como un nuevo califa artífice de la expansión del Islam en Europa.

Peor aún, Erdogan hace años que dedica recursos abundantes para hacer de esta visión una realidad: financia el peligroso movimiento islamista de los Hermanos Musulmanes, alarga el conflicto bélico en Siria todo lo que puede, envía mercenarios y armas a Libia a pesar de la prohibición de la ONU y lleva a cabo un chantaje extremadamente eficaz a la Unión Europea. Por otra parte, si la OTAN es hoy en día tan disfuncional, parte de la culpa la tiene Turquía, que amenaza con abrir fuego sobre los barcos de guerra de sus aliados.

Ante la amenaza turca que vuelve a planear sobre Europa, como en el siglo XVI, la respuesta -como entonces- es ridículamente débil, fragmentada, inútil. En 1453, cuando los turcos conquistaron Constantinopla, Europa se emocionó, pero no hizo nada para evitar la catástrofe. El Papa Pío II se lamentó: «Estamos dejando a los turcos hacer lo que les place!».

A raíz del trauma por la pérdida de la basílica más importante de la Cristiandad durante siglos, Rusia, convertida al cristianismo por Bizancio, multiplicó las Santa Sofía en su territorio y juró recuperar Constantinopla. Algo que no pudo realizar debido a la revolución bolchevique de 1917.

La única buena noticia es -por desgracia para el pueblo turco- la grave crisis económica que atraviesa el país desde 2018, que el coronavirus está agravando aún más y que priva a Erdogan de medios para seguir tirando leña al fuego. Pero esto no impedirá el desmantelamiento de Santa Sofía.

Como en el siglo XV, Europa está dividida y sus países persiguen intereses diferentes, a menudo contradictorios. Bruselas no tiene voz propia en política exterior. Y, a diferencia de entonces, ahora Europa se está descristianizando a ritmo acelerado.

Un siglo y pico después de Constantinopla, los ejércitos católicos derrotaron decisivamente la flota turca en Lepanto. En 1683, austríacos y polacos vencieron de nuevo a las fuerzas turcas a las puertas de Viena. Estos dos hechos liquidaron las ambiciones otomanas sobre la Cristiandad. Hoy, sin embargo, no está tan claro que Europa encontrará de nuevo la fuerza de voluntad para frenar a los turcos.

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