La insultante buena salud de la monarquía británica

La institución hereditaria de la monarquía británica volvió a demostrar el pasado fin de semana, con ocasión de la coronación del rey Carlos III, que goza de una magnífica forma física en un contexto de crisis política en Occidente.

Carlos III, a pesar de haber sido un personaje cargado de polémicas, obtiene unos niveles de popularidad que son la envidia de numerosos líderes políticos electos: desde la muerte de su madre la reina Isabel, en torno al 60% de los británicos encuestados aprueban su gestión. La esperanza de los militantes republicanos ingleses, que pensaban que Carlos hundiría la imagen de la monarquía, parece haberse desvanecido, o al menos ha quedado alejada.

Según un sondeo de YouGov para la BBC, un 58% de los británicos prefiere la monarquía a tener un jefe de estado elegido en las urnas, como sucede en la mayor parte de repúblicas. Tan sólo un 26% de los encuestados se declara partidario de esta segunda opción.

Es cierto que entre los jóvenes el apoyo a la institución hereditaria se derrumba: sólo el 32% de los encuestados de entre 18 y 24 años se declara partidario de la monarquía, mientras que un 38% se manifiesta contrario. Pero también hay que decir que se trata de un patrón fuertemente vinculado a la edad, y que por tanto cambia a medida que el encuestado se hace mayor.

Además, para responder a las preocupaciones de las nuevas generaciones, así como de forma general de los sectores más escépticos con la monarquía, Carlos posee unas importantes ventajas que le diferencian de su madre y predecesora. El nuevo rey es un reconocido progresista en muchos aspectos, y su propia coronación ha dejado en evidencia que la reducción del gasto está a la orden del día.

Efectivamente, fue el propio monarca quien pidió reducir a la mitad la duración de la ceremonia, y ha reducido el número de invitados de los 8.000 de la coronación de Isabel II a los 2.000 de este año. Además, no dudó en invitar a muchos representantes de organizaciones caritativas y del sector de la salud, a menudo en detrimento de otros candidatos provenientes del Establishment británico.

Pero incluso en los aspectos financieros, los británicos parecen aceptar la monarquía. Según el citado sondeo de YouGov, el 54% de los británicos considera que la monarquía supone un buen equilibrio calidad/precio.

Carlos es también un ecologista entusiasta (a veces se le llega a considerar un “místico” de la naturaleza), cultiva él mismo un huerto ecológico y tiene un Aston Martin que funciona con biometano. De hecho, sus iniciativas personales y privadas en este ámbito son muy numerosas, y esto desde antes de que el ecologismo se convirtiera en un fenómeno de moda, de forma que nadie puede acusarlo de hipócrita.

En definitiva, la monarquía británica bajo Carlos III abre un nuevo capítulo y a diferencia de lo que muchos preveían o incluso esperaban, la institución mantiene muy buena salud. Si además se considera que el heredero de Carlos, el Príncipe Guillermo, tiene una reputación netamente mejor que la de su padre, la corona inglesa se puede proyectar en las próximas décadas con bastante seguridad.

Sin duda, la monarquía, por la tradición y continuidad que representa, seguirá siendo el objeto de las más furibundas críticas por parte de quienes quieren hacer tabula rasa del pasado para reconstruir la sociedad tal y como ellos quisieran que fuera.

Sin embargo, la monarquía británica sigue seduciendo a la gran mayoría de británicos precisamente porque refleja una parte importante de su identidad como pueblo.

En pleno siglo XXI, en unas sociedades occidentales cada vez más desestructuradas, divididas y desvinculadas, una institución basada en la continuidad y la tradición es un activo especialmente valioso.

Países que por motivos históricos propios han adoptado una forma republicana, como Francia o Alemania, sencillamente no pueden aspirar a disponer de un instrumento institucional tan interesante como la monarquía. Otros que sí la han conservado, como España, deberían hacer mucho más para extraer todo el potencial social que la monarquía almacena.

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