Israel en guerra (1/2): el despertar de Europa ante la inmigración masiva

Desde que se produjeran los sangrientos ataques del grupo terrorista Hamás contra civiles y militares israelíes, Europa vive un clima de tensión inaudito.

Algunos de los hechos que lo han generado son los repartos de pastelitos en honor a los actos bárbaros cometidos por Hamás, manifestaciones propalestinas con cantos antisemitas en numerosos países europeos (Gran Bretaña, Alemania, Francia, pero también España), actos vandálicos contra comunidades judías, aludes de amenazas en las redes sociales, llamadas a cometer atentados, un (otro) asesinato de un profesor en el norte de Francia en manos de un joven islamista y, más reciente, el ataque a dos turistas suizos en Bélgica.

Incluso en lugares donde nunca antes se habían producido incidentes relacionados con la religión musulmana se detectan ahora. Es el caso de Valencia, donde se encontró una bandera con versículos del Corán colgada en las Torres de los Serranos, con una copia del libro sagrado islámico colocada al pie del asta. Un claro símbolo de conquista dentro del imaginario yihadista.

Francia, uno de los países que más firmemente ha reaccionado ante la espiral de odio, ha tenido que cerrar el museo del Louvre, evacuar el palacio de Versalles por amenazas de bomba y desplegar a más de 7.000 militares. El riesgo de ataque terrorista se sitúa en el nivel máximo.

¿Cómo se ha llegado hasta aquí?

Dejando a un lado grupos en general muy minoritarios de activistas de extrema izquierda, así como un número, probablemente muy pequeño, de incidentes que se podrían catalogar como “de bandera falsa”, resulta chocante constatar que dónde se produce el grueso de los problemas es allí donde la inmigración de cultura musulmana es numéricamente significativa, como el este de Londres, varios barrios de Berlín o la región parisina.

Henry Kissinger, ex secretario de estado estadounidense de origen judío alemán y difícilmente acusable de pertenecer a movimientos de extrema derecha, lo expresó de forma clara y contundente en una reciente entrevista para la televisión germana: “ha sido un grave error dejar entrar a tantas personas de una cultura, religión y conceptos totalmente distintos”.

El veterano diplomático, que este año ha cumplido 100 años, lanzó también una seria advertencia: la inmigración masiva «ha generado grupos de presión dentro de cada país«.

Sin caer en la injusticia que sería designar a todos los musulmanes que habitan en Europa como peligrosos o malvados, cabe no obstante ser consciente de que este grupo de población, cada vez más numeroso debido a políticas inmigratorias absurdas y a la fortaleza de sus vínculos familiares, plantea cada vez más un grave problema político.

Efectivamente, los acontecimientos de estos últimos días han demostrado que los gobiernos europeos sencillamente ya no pueden pasar por alto la opinión de los musulmanes, ya sean nacionales o extranjeros, que residen en sus países. El miedo a sufrir reacciones hostiles, desde desórdenes públicos (véase el caso de Francia el pasado verano) hasta atentados, está condicionando decisiones políticas tanto interiores como exteriores.

Para empeorar las cosas, numerosas asociaciones religiosas y “culturales” instaladas en Europa, como los Hermanos Musulmanes por citar la más internacionalizada, reciben financiación de potencias exteriores, como las monarquías del Golfo Pérsico, y no se esconden a la hora de promover una agenda que quiere islamizar Europa.

Estos movimientos radicales se aprovechan a la vez de las teorías woke y anti-occidentales venidas de intelectuales franceses como Jacques Derrida y más recientemente del mundo anglosajón, cobijándose bajo el paraguas que les brinda el progresismo europeo. Este último está deseoso de ganar nuevas reservas de votantes tras el descrédito que ha sufrido entre las clases trabajadoras autóctonas.

En Francia, por ejemplo, las encuestas señalaron que el 69% de los votantes que se declararon musulmanes votaron por el candidato de extrema izquierda a Jean-Luc Mélenchon en las elecciones presidenciales. Una concentración de voto desconcertante que no se da en ningún otro grupo religioso. No es pues de extrañar que este personaje se haya negado ahora a condenar a Hamás como organización terrorista. Básicamente, de eso depende su silla.

En definitiva, los últimos días han supuesto el duro despertar de muchos europeos ante una realidad que demasiado a menudo no han querido o sabido ver. Por su parte, la clase política europea, prisionera de la ideología progresista dominante y temerosa de que los actos violentos en aras de una religión se multipliquen, se encuentra totalmente fuera de juego.

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