El ministro alemán de defensa, el socialdemócrata Boris Pistorius advirtió el pasado 29 de octubre que las fuerzas armadas de su país debían prepararse para hacer frente a una situación de guerra.
No hablaba precisamente de una misión en el extranjero, sino que Pistorius enfatizó la defensa de Alemania y Europa en su conjunto. De hecho, el responsable político fue aún más lejos y añadió que había que preparar tanto a la Bundeswehr (las fuerzas armadas) como -atención- a la sociedad ante la posibilidad de una guerra.
¿Fueron las declaraciones de Pistorius un nuevo brindis al sol, una intervención más pensada para los titulares de los periódicos o para demostrar la resolución de Alemania para ayudar a su aliada Ucrania?
En un primer nivel de análisis, la hipótesis de una hipérbole verbal del ministro de defensa con fines puramente comunicativos parece tener sentido.
Pero si se observa un poco más detenidamente el contexto de las declaraciones pueden encontrarse indicios de un significado más profundo.
Durante los últimos años, Alemania ha sido duramente criticada por su falta de resolución a la hora de defender la democracia.
Con el estallido de la guerra de Ucrania, la posición del canciller alemán Olaf Scholz ya supuso los primeros cambios de cierta importancia.
A regañadientes, Scholz anunció un “cambio de época” y prometió inversiones militares masivas, en particular para aumentar el presupuesto de defensa hasta el 2% del PIB anual de forma permanente También introdujo un paquete único de 100.000 millones de euros para modernizar y adquirir nuevos equipos.
Hoy, Alemania está pagando un elevado precio por haber nada esa posición. El encarecimiento del gas a raíz de las sanciones a Rusia y a los sabotajes de los gasoductos Nord Stream 1 y 2, pero también el endurecimiento de las relaciones con China están contribuyendo a que Alemania sea el único país del G7 que presente un crecimiento económico negativo para el conjunto de 2023, según las últimas previsiones del Fondo Monetario Internacional.
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Más recientemente, el conflicto en Oriente Medio entre Israel y Hamás ha supuesto una nueva jarra de agua fría sobre el gobierno de Scholz. Alemania ha tenido que admitir sus graves errores en materia de inmigración bajo Angela Merkel, y el propio canciller ha anunciado endurecer las condiciones de entrada y proceder a expulsiones masivas de los inmigrantes clandestinos presentes en el país.
En definitiva, Alemania se siente más insegura que nunca desde la fundación de la república federal en 1949.
Es en este contexto de angustia nacional que es preciso enmarcar las recientes declaraciones del ministro de defensa Pistorius.
Por qué Alemania (ni Europa) no está en absoluto preparada
Pero cabe preguntarse si Alemania o cualquier otro país europeo está realmente dispuesto a asumir todas las consecuencias que conlleva prepararse en serio para la eventualidad de un conflicto bélico.
Una cosa es el dinero. Pistorius ha asegurado que dos terceras partes del fondo especial de 100.000 millones ya están comprometidas en contratos concretos.
Esta iniciativa ha sido en buena medida posible gracias a la bonanza económica artificialmente generada por la lluvia de dinero (y el consecuente endeudamiento) de los gobiernos y el Banco Central Europeo por la recuperación post-Covid.
Ahora Alemania está a las puertas de una recesión anual y el propio ministro alemán de finanzas, el liberal Christian Lindner, lleva meses presionando para regresar a una disciplina fiscal estricta. ¿Qué ocurrirá cuando la situación económica y financiera del país se deteriore sensiblemente, como es probable que ocurra a corto o medio plazo?
En su giro marcial, Alemania también debe hacer frente a un problema social crucial: la dificultad para reclutar soldados y marineros. Los alemanes simplemente no consideran hacer carrera a sus fuerzas armadas.
Además, la sociedad alemana, como la europea en general, se ha ido acostumbrando a que sus políticos les quiten las castañas del fuego cada vez que se vislumbran problemas económicos. La dependencia de los subsidios como forma de vida se ha ido extendiendo a medida que el gasto social ha ido incrementándose, algo que la crisis sanitaria ha acelerado.
La demografía alemana agrava aún más esta situación, ya que una sociedad que envejece es estructuralmente adversa a las situaciones bélicas: por un lado, los jóvenes se vuelven aún más preciosos. Por otro lado, el dinero se necesita para sufragar el gasto creciente de las personas mayores.
La cohesión social de Alemania (y de los demás países europeos) se ha ido degradando bajo los efectos de la progresiva desvinculación
Pero las dificultades para preparar a la población a una situación de guerra no acaban aquí. La cohesión social de Alemania (y de los demás países europeos) se ha ido degradando bajo los efectos de la progresiva desvinculación o pérdida de los vínculos religiosos, culturales y sociales que unen a los ciudadanos y dan sentido a las comunidades nacionales.
La inmigración masiva que Europa ha acogido, especialmente desde la década de los 90, ha complicado aún más las cosas haciendo nacer a grupos de presión en el seno de los países europeos. El reciente caso de la guerra en Gaza habla por sí solo.
Por ejemplo, en Alemania las relaciones con Turquía están profundamente condicionadas por los siete millones de turcos que residen en el país y que apoyan muy mayoritariamente a Erdogan. El encaje de buena parte de esa población en caso de guerra se anuncia difícil en el mejor de los casos.
En definitiva, Alemania, como los demás países europeos, no sólo no está preparada para hacer frente a una situación de conflicto bélico, sino que toda su estructura económica, financiera, social y cultural se encuentra en las antípodas de lo que necesitaría para superar una prueba tan difícil y dolorosa.