La medida de efecto instantáneo es limitar la circulación de todos los vehículos en función de su matrícula par o impar. Conocida esta medida con tiempo hace posible que los ciudadanos busquen organizarse para compartir el vehículo, incluso puede ser el engrasar de soluciones estables para ese tipo de práctica comunitaria. En cualquier caso es una medida para aplicar unos días concretos, y eso sí, divulgada reiteradamente, facilitando al mismo tiempo alternativas. Una de ellas también de gran contundencia es el transporte público gratuito mientras sea efectiva la limitación.
La medida de efectos prolongados de mayor impacto es efectiva a corto plazo. Es tan simple como concentrar la acción en quienes más contaminan. Y en el caso de Barcelona, Madrid y otras grandes poblaciones, son tres las causas fundamentales: los taxis, los vehículos de distribución de mercancías y los autobuses de transporte público que funcionan con hidrocarburos.
Y esto es así, porque la carga contaminante no depende sólo del tipo de vehículo sino, como es lógico, del tiempo de funcionamiento del motor. Entre el 30% y el 40% de la contaminación de Barcelona responde a esos vectores. Si actuamos eficazmente sobre ellos, la mejora será inmediata.
¿Cómo hacerlo?
Creando un programa de incentivos para pasar al todo eléctrico o por lo menos híbrido, y penalizando progresivamente su uso. El Ayuntamiento debería sustituir a toda la parte de su flota de vehículos. La medida debería ser metropolitana, pero su realización no debería retrasar la aplicación en la capital. La Generalitat y el gobierno del Estado deberían propiciar un plan «renove» centrado en aquellos tipos de automóviles, completado con un plan urgente de los puntos de recarga de vehículos eléctricos. Lo bueno de este enfoque es que es eficaz a corto plazo, tiene una dimensión económica alcanzable (solo hay que compararlo con el coste del tranvía), es aplicable con recursos locales y puede multiplicar los efectos con un planteamiento metropolitano, nacional y estatal.
Y queda una medida que completa la solución y que necesita unos años para conseguir el máximo de eficacia, ser eficiente económica y saludablemente en sus resultados. Se trata de la forestación, revegetalización o naturalización, como les guste decirlo de la ciudad para lograr un aumento masivo de la superficie foliar. Su efecto será formidable, porque absorbe las peligrosas partículas contaminantes, el CO2 y al mismo tiempo oxigena el aire diurno y templa el medio, mejorando el confort térmico.
Hay tres grandes líneas de acción para conseguirlo.
Una, vegetalizando todas las plazas duras y espacios disponibles. Es incomprensible que una ciudad tan contaminada y que quiere ser un modelo de diseño urbano, ofrezca tantos paseos con un arbolado tan mediocre, con tanta pobreza de verde, que los parques sean tan descuidados y las zonas verdes reales escasas. Poblar de verde calles y plazas, en definitiva, es una de las grandes acciones a emprender.
Una segunda vía óptima es fomentar las cubiertas ecológicas de los edificios, una práctica incentivada en otros países, como en Alemania. En España existen numerosas experiencias, seguramente la más grande en el aeropuerto de Barajas, con una cobertura de 54.000 m2, equivalente, por tanto, a más de cinco manzanas del Eixample.
Por último la actuación en las vertientes de Collserola que permiten una repoblación masiva. La ecología del verde es la gran carta a jugar para una ciudad más saludable y dotada de mayor confort ambiental.