Elon Musk, Twitter y la guerra cultural

A primera vista, los hechos no parecen ir más allá de una grande, pero sin relevancia para el ciudadano común, operación mercantil. Para el gran público, la sola curiosidad del asunto es el morbo personal que el comprador de Twitter, Elon Musk, aporta.

En realidad, la compra de la red social por el inventor y fundador-dirigente de Tesla y SpaceX por 44.000 millones de dólares esconde varios hechos que le confieren una importancia que va mucho más allá del ámbito empresarial, con repercusiones políticas y sociales de primer orden.

La primera es quizás la más evidente: la transacción ratifica que los poderes públicos han sido incapaces (o no han querido) de regular a los gigantes de internet.

En este sentido, está por ver si la legislación que la Unión Europea acaba de aprobar y que supone el paso más importante de la historia para regular las empresas tecnológicas cambiará esta tendencia. A estas alturas parece improbable por las dificultades que Converses señalaba recientemente.

En segundo lugar, esta operación en particular entrará probablemente en la historia porque tiene una fuerte carga ideológica. La compra de Twitter por Elon Musk supone el primer golpe contundente contra el consenso ideológico progresista que impera en el sector. Y paradójicamente, quien lo da es precisamente un miembro destacado de la élite de Silicon Valley.

La compra de Twitter por Elon Musk supone el primer golpe contundente contra el consenso ideológico progresista que impera en el sector Share on X

Elon Musk es sin duda el visionario y empresario tecnológico más importante desde Steve Jobs. Y ahora ha roto definitivamente filas con sus homólogos, apostando por un modelo de red social donde -según afirma él mismo- impere la transparencia pero sobre todo la libertad de expresión .

La decisión ha hecho sonar todas las alarmas entre los progresistas de Estados Unidos. Ya acusan a Musk de privatizar el debate político y alertan de los efectos que su liberalismo tendrá sobre los contenidos que promueven el odio o la discriminación.

El problema de la mayor parte de estas voces críticas es que aplican a Musk una vara de medir distinta a la que han utilizado hasta ahora.

Muchos de los que ahora se muestran preocupados han aplaudido medidas extremas como la de Twitter de suprimir la cuenta del entonces presidente estadounidense Donald Trump. Twitter lo hace, recordemos, de forma totalmente unilateral.

Los críticos de Musk tampoco se inquietan cuando grandes empresas estadounidenses como Netflix o Disney amenazan con retirar sus inversiones de estado socialmente conservadores como “castigo” por sus leyes sobre el aborto o la educación, aún haber sido democráticamente aprobadas.

Además, cuando el sector tecnológico se ha intentado autorregular, lo ha hecho de forma opaca y los resultados han demostrado tener un sesgo progresista muy marcado. No es de extrañar, puesto que el compromiso político de la gran mayoría de dirigentes y trabajadores de Silicon Valley es bien conocido.

Pero es que todavía hay más. Teniendo en cuenta la actual hegemonía de la ideología progresista en el seno de la política en Europa y Estados Unidos, tampoco está nada claro que una moderación de contenidos llevada a cabo por instituciones públicas obtuviera resultados más equilibrados.

Solo hay que ver cuáles son las prioridades del actual gobierno español para darse cuenta del peligro a la libertad que podría suponer un control público de las redes sociales en nuestro país .

Ahora bien, cuando ese mismo juego de intereses privados que interfieren sobre la esfera pública pasa a la corriente ideológica conservadora, los progresistas claman al cielo.

Que Musk ha cruzado un auténtico Rubicon también lo demuestra el hecho de que haya trasladado la sede de Tesla al conservador –y business-friendly – ​​estado de Texas, y que probablemente lo haga también SpaceX.

Poco a poco se va conformando un bloque de estados norteamericanos conservadores que se enfrentan a la guerra cultural del progresismo woke dirigida desde Washington (como brazo político) y California (como brazo económico y mediático gracias a su pontentísimo sector tecnológico y cultural).

Eso sí que es una invasión del espacio público por parte del sector privado con todas las de la ley, y no la adquisición que acaba de realizar Elon Musk. De hecho, es mucho peor todavía, ya que supone un nuevo tipo de totalitarismo impuesto por empresas privadas sin necesidad de un dictador.

En definitiva, la compra de Twitter tiene numerosos elementos de una contraofensiva ideológica que, además, no llega de un gobierno conservador sino de la propia industria. En cualquier caso, es todo un síntoma del cambio de época que vivimos, donde los poderes públicos cada vez tienen menos que decir.

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