Ha llegado un siglo XXI “acelerado” que vislumbra un cambio de época

«El largo siglo XIX» es una expresión que ha hecho fortuna. Su inventor es el historiador marxista británico, Eric Hobsbawn, refiriéndose al período de tiempo que va desde la Revolución Francesa (1789) hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial (1914).   Hobsbawn divide ese largo período de tiempo de más de cien años en tres partes: 1) La era de la revolución (1789-1848), 2) La era del capital (1848-1875) y 3) La era de l imperio (1875-1914).

La expresión “corto siglo XX“ fue originalmente propuesta por el historiador y miembro de la Academia Húngara de Ciencias, Iván Berend, pero fue otra vez el británico Hobsbawn quien la popularizó , para definir el período de tiempo que va desde el comienzo de la Primera Guerra Mundial (1914) hasta el año 1989, con la caída del Muro de Berlín (75 años) o, si se desea, hasta 1991 (77 años), con la implosión de la Unión Soviética . En ambos casos, menos de cien años.

Es pronto para prever si el siglo XXI podrá ser calificado de «largo» o «corto», pero lo que sí ya podemos constatar es que, con lo que se lleva visto a lo largo de sus primeras dos décadas de existencia (si las contamos a partir del año 2000 y no 1989), es un siglo que comienza «acelerado», y un siglo que augura no sólo una época de grandes cambios sino, además, un verdadero cambio de época.  

El siglo XXI comienza «acelerado» debido a la proliferación de eventos de gran importancia que se han producido en sus primeros veinte años.

Ejemplos relevantes de los mismos son los siguientes:

Año 2000 : Crisis económica empresarial tecnológicas (“burbuja puntcom“), primera de una serie de crisis económicas.

Año 2001:

Once de septiembre : Atentados terroristas de inspiración yihadista en Estados Unidos, que significan el comienzo del final del orden mundial unipolar establecido a partir de 1989 con Estados Unidos como potencia hegemónica .

Inicio de guerras por parte de Estados Unidos en respuesta a los ataques del terrorismo islamista (Irak, Afganistán, etc.), que todavía duran, formando un período bélico de veinte años.

Desgaste progresivo de Estados Unidos con estas guerras , fracasos al querer imponer la democracia por la fuerza en países sin tradición democrática, con un coste total de unos seis billones de dólares, que contrasta con   la rápida emergencia de China , convertida pronto en “ la fábrica del mundo“ y lanzada a una carrera hacia el liderazgo mundial a partir del cambio de su economía de comunista a capitalista de estado en 1978.

Entrada de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC), tres meses después de los atentados del once de septiembre, importante significación geoeconómica del evento, catapulta del desarrollo económico de China, errónea previsión de Estados Unidos que esperaban que con la entrada en la OMC y el aumento de su renta per cápita China se iría democratizando progresivamente al estilo occidental.

Año 2005: Fracaso del Tratado Constitucional de la UE , rechazado en referéndum en los Países Bajos y en Francia.  Inicio de una «crisis existencial» de la Unión Europea que durará hasta finales de la segunda década del siglo XXI.

Año 2008: Estalla la Gran Recesión , comparable con la Gran Depresión de 1929, las dos provocadoras de grandes populismos. Comienzo del final del período económico “neoliberal” iniciado por Margaret Thatcher y Ronald Reagan en los años ochenta del siglo XX.

Año 2010: Crisis del euro, que pone en peligro la existencia de la UE. Estallan las “primaveras árabes“  para fracasar a continuación.

Año 2013: Creación del Estado Islámico ( Daesh ) y de un nuevo Califato .

Año 2014: Anexión de Crimea por parte de la Rusia de Putin . Guerra en las regiones secesionistas del este de Ucrania , que disfrutan del apoyo ruso y todavía duran.

Año 2015: Crisis económica de los países emergentes.  Guerra de Siria .   Crisis de los refugiados en Europa.

Año 2016: Referéndum sobre el Brexit .  Elección de Donald Trump en la presidencia de Estados Unidos.

Año 2018: Subida de los populismos en toda Europa y otras partes del mundo .

Año 2019: Donald Trump comienza una guerra arancelaria y tecnológica contra China .

Años 2020-2021: Pandemia del coronavirus.  Variación de la proporción del PIB de China en relación con Estados Unidos durante las dos primeras décadas del siglo XXI: 2000 11,7% y 2020 73,1%, a precios de mercado . En términos de PPA (paridad de poder adquisitivo), el PIB de China ya superó al de Estados Unidos en 2014.

Los eventos mencionados tienen una doble vertiente histórica y geopolítica trascendente:

Van erosionando el orden mundial unipolar establecido a partir de 1989 a favor de Estados Unidos. Un orden mundial liberal caracterizado por el gran triunfo de Occidente a nivel global, con la democracia liberal y la economía de mercado como elementos más característicos. Al finalizar el siglo XX, parecía que las grandes batallas ideológicas entre el fascismo, el comunismo y el liberalismo daban como resultado la victoria abrumadora del liberalismo. La política democrática, los derechos humanos y el capitalismo de libre mercado parecían destinados a conquistar el mundo. Algunos hablaban incluso del “fin de la historia“. Pero, como es habitual, la historia dio un giro inesperado y ahora el liberalismo se encuentra en apuros. Está perdiendo credibilidad justo cuando las revoluciones paralelas en la tecnología de la información y la biotecnología nos confrontan a los mayores retos que el género humano haya enfrentado nunca.

Junto a los anteriores acontecimientos, cuatro corrientes de fondo atraviesan las dos primeras décadas del siglo XXI :

1) El declive relativo de Estados Unidos, 2) El auge extraordinario de China, 3) El regreso de los Imperios (Rusia, Turquía, Irán, India…) y de los nacionalismos, y 4) La cuarta revolución industrial, con todo lo que supone grandes avances científicos y tecnológicos, particularmente en los campos mencionados de la infotecnología y la biotecnología (y la fusión de ambos).

El declive de Estados Unidos es sólo relativo , lo es particularmente en relación al crecimiento descomunal de China y al de otras potencias emergentes. Estados Unidos sigue siendo todavía muy superior a China en numerosos ámbitos, incluido el militar.

La emergencia de China (o mejor dicho reemergencia, ya que aspira a ser lo que siempre ha estado en una historia de casi cinco años de civilización, es decir, el país más poderoso y el centro del mundo, exceptuando los “ dos siglos de “humillación” que fueron el XIX y el XX) se encuentra en su tercer período de treinta años. El primero tuvo como líder a Mao Tse Tung, el segundo al gran reformista moderado, Deng Xiao Ping, y el actual en Xi Jinping, que pretende dejar preparado al país para que en el 2049, centenario de la creación de la República Popular China, llegue al liderazgo mundial.

Sobre el regreso de los Imperios, el caso de la Rusia de Putin es paradigmático.

Putin es un nostálgico del imperio soviético. Él ha declarado que «lo peor que pasó en el siglo XX fue el derrumbe de la URSS» y considera la UE perteneciente a su «zona de influencia». También es paradigmático el caso de la Turquía de Erdogan, cada vez más islamizada, con la nostalgia del Imperio Otomano y el cultivo sistemático de su extensa zona de influencia dentro de la gran masa territorial euroasiática. Las ambiciones imperiales de Irán de los ayatolás va del Golfo Pérsico hasta el Mediterráneo. India es un enorme Imperio que ocupa todo un subcontinente. Otros «imperios» comentados por los analistas son, por ejemplo, Brasil, Indonesia o Nigeria.   Este regreso de los Imperios está directamente relacionado con el regreso de los nacionalismos.

Después de las primeras tres revoluciones industriales (basadas, respectivamente, en el vapor, la electricidad y la electrónica), la cuarta revolución es calificada habitualmente como digital o 4.0. Supone la llegada de robots integrados en sistemas cibernéticos, responsables de una transformación radical. La automatización corre a cargo de sistemas ciberfísicos, hechos posibles por el internet de las cosas y el cloud computing o la nube. Estamos ante una convergencia de tecnologías digitales, físicas y biológicas que cambiarán el mundo tal y como lo conocemos. Una revolución científica y tecnológica que modificará fundamentalmente nuestra forma de vivir, trabajar y relacionarnos. En su escala, alcance y complejidad, será distinto a cualquier cosa que el género humano haya experimentado anteriormente.

La pandemia del coronavirus cierra un primer período de dos décadas aproximadamente del siglo XXI caracterizado por una “aceleración de la historia“.

Lo estamos viviendo. A partir de ahí (está por ver cómo y cuándo acaba la pandemia), todo son elucubraciones de los analistas. Se podría estar abriendo un segundo período, caracterizado por el “desorden” (así lo prevé la Conferencia de Seguridad de Munich), al que seguiría el establecimiento progresivo de un nuevo orden mundial de carácter multipolar, a partir de la cuarta década. Sería un orden mundial caracterizado por la existencia de diversas potencias regionales interrelacionadas a través de redes y nodos, pero con dos potencias destacadas del resto -Estados Unidos y China- que formarían una especie de G-2, que podría llegar a ser un G-3, si la UE se convirtiera en un verdadero actor global. Para ello, la UE debería completar su proceso de integración regional, llegar a la unión política y gozar de unas verdaderas políticas exteriores y de defensa comunes. No es fácil. En cualquiera de los casos (G-2, G-3 o un formato más amplio) las relaciones entre las grandes potencias se caracterizarían por su inevitable competición, la investigación voluntariosa o forzada de cooperación y por evitar confrontaciones límite.

La competición en términos económicos y otros campos ya la estamos viendo, funciona sola. La cooperación deberá buscarse con voluntad como garantía de futuro. Las grandes potencias tendrán que tratar de afrontar conjuntamente los grandes problemas globales , como son el reto nuclear, la amenaza de colapso ecológico o el cambio climático. A plazo, la solución de todos los problemas globales debería buscarse a escala global, a través de una gobernanza global, en el seno de un verdadero gobierno mundial que garantizase la supervivencia de la tierra y se abriera ordenadamente a la descubrimiento del universo. La confrontación límite debería evitarse, pues en el peor de los casos podría llegar a un conflicto bélico que, dada la capacidad armamentista actual, supondría una catástrofe de dimensiones planetarias.

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