La convergencia Rusia-China y el nuevo orden mundial

El mayor problema geoestratégico para Estados Unidos, y el mundo occidental en general, es la convergencia de China y Rusia  que está impulsando la invasión rusa de Ucrania. Son dos países que no confían mucho, el uno con el otro y que han tenido muchas diferencias, incluso guerras, en el pasado. Sin embargo, están convencidos de que pueden obtener grandes réditos de sus asaltos simultáneos al orden internacional liberal existente, liderado por Estados Unidos. Moscú y Pekín están desafiando el equilibrio de poder existente en el mundo y lo están haciendo en los dos extremos de Eurasia: al istmo Báltico-Mar Negro que une Rusia con la península europea y en la región Asia-Pacífico.

En el Post anterior  resumía el contenido de la Declaración Conjunta Rusia-China, firmada el pasado 4 de febrero pasado en Pekín. Allí está escrito que la amistad entre Rusia y China no tiene límites, pero la realidad es que sí los tiene.

La economía china es doce veces mayor que la rusa y la población china es once veces mayor. La ambición de China es llegar a la supremacía mundial por la realidad imponente de su economía y de su civilización. Pero quiere hacerlo de forma lenta, estudiada, paciente, sin provocar el enfrentamiento directo con Estados Unidos.

Xi Jinping y Putin comparten su rechazo a un mundo dominado por Estados Unidos y los valores liberales occidentales

China no quiere la guerra, o ganarla sin librarla (como recomienda Sun-Tzu en “El arte de la guerra“). Cree que el tiempo juega a su favor y que Estados Unidos, y Occidente en general, están en declive. A China le gusta presentarse como un gigante amante de la paz y opuesto a aventuras expansionistas e incursiones extranjeras. No le gusta el comportamiento actual belicoso y fanfarrón de Putin. Se ha abstenido en la votación de la ONU sobre la condena a la invasión rusa de Ucrania. Pero Xi Jinping y Putin comparten su rechazo a un mundo dominado por Estados Unidos y los valores liberales occidentales.

La convergencia ruso-china no conviene a la UE.

La UE puede resultar la más perjudicada de esta alianza euroasiática. Rusia está a las puertas de un nuevo gran giro en su historia y en su contradictoria relación con Europa. Rusia comparte identidad cultural con Europa y su economía, muy rica en recursos naturales, es complementaria de la europea. Es un gigante energético, alimentario y de materias primas. La UE es quien mejor puede influir en la democratización de Rusia y en la liberación de la sociedad rusa de su trágica tradición política totalitaria, que va desde Ivan el Terrible hasta Stalin y continuadores.

Putin teme el contagio democrático de una Ucrania miembro de la UE y vecina de Rusia. Es su «amenaza interna», de la que habla el profesor Pérez Royo en un reciente artículo. Ésta es la verdadera revolución pendiente de Rusia, la democrática. Muchos rusos la desean. Putin los teme y habla de una “quinta columna” o de enemigos internos, provocando escalofríos a la espalda de la mayoría de rusos, que tienen la memoria viva de ochenta años de comunismo totalitario. Putin es un exteniente coronel del KGB y un admirador de Stalin. Se dice por Moscú que acaba de encarcelar a quince mil personas por haber protestado públicamente contra la invasión rusa de Ucrania.

Una Rusia democrática no querría converger con una China autocrática, por muy poderosa que fuera, sino que miraría hacia Europa, como se lo propuso el zar Pedro el Gran siglos atrás. Una China sin los recursos naturales y los millones de kilómetros cuadrados de Rusia, el mayor país del mundo, vería reducidas sus posibilidades de supremacía mundial. Si China no acaba conformando Eurasia, no podrá dominar el mundo, sostienen geoestrategas celebrados.

Si se confirma el giro de Rusia hacia el este, la UE puede formar parte del grupo de perdedores de la guerra de Ucrania. Los otros perdedores serían la propia Rusia, muy tocada por las sanciones y el descrédito internacional, y Ucrania, devastada por la barbarie invasora. Ucrania tardará décadas en recuperarse de la destrucción de sus ciudades y de su gente.

Entre los posibles vencedores, están Estados Unidos y China. Joe Biden quiere hacer olvidar la salida precipitada de Afganistán y vuelve a condicionar el futuro de Europa, después de los años “perdidos” en Oriente Medio.

China no esconde las simpatías por la Rusia de Putin, pero su cúpula, liderada por Xi Jinping, debate intensamente cómo sale ilesa de los brutales métodos de su torpe aliado de Moscú y emerge como parte de la solución del conflicto. Su mayor riesgo podría ser quedar atrapada entre una nueva divisoria que se dibuja entre el mundo democrático y el mundo autoritario, es decir, un nuevo orden mundial bipolar de fuerte componente ideológico, como el ya conocido entre 1945 y 1989, del que resultó ganador el mundo democrático. China no quiere correr el mismo riesgo de desaparición por implosión como el que experimentó la URSS en 1991.

Si Putin ha decidido invadir a Ucrania es porque él y su camarilla del Kremlin están convencidos de las debilidades de la democracia liberal y de la decadencia de Occidente en general.

Están convencidos de que en el mundo impera y decide la fuerza bruta, dentro de la mejor tradición estalinista. Putin y sus secuaces disfrutan y estimulan  el fenómeno Trump,  las fracturas y divisiones de la UE, los enredos del Brexit, las pretensiones del independentismo catalán, y los debates sin fin de las democracias sobre racismo o feminismo radical. Pero, al cabo de semanas de guerra, el Kremlin está descubriendo que las sociedades libres son mucho más resistentes de lo que pensaba. Y no sólo moralmente superiores a las autocracias, sino también más eficaces. Putin puede haberse equivocado con la guerra de Ucrania, que no le está saliendo como él esperaba, y la profundización de la equivocación le lleva al entendimiento con una China autoritaria, que puede acabar fagocitándola.

El historiador británico Orlando Figes, autor de «Los europeos» (Taurus, 2020) acaba de declarar que la invasión de Ucrania por la Rusia de Putin encarna un momento clave de la historia mundial. “Es un punto de inflexión que determina el contenido de los libros de historia universal. Y el protagonista es Vladimir Putin. El desprecio del orden mundial, de la soberanía ucraniana y su giro hacia China dibujan unas nuevas reglas del juego“.

Putin afirma que Ucrania siempre ha formado parte de la «Rusia histórica»

Putin afirma que Ucrania siempre ha formado parte de la «Rusia histórica», cuando habla del Ruso de Kiiv en el primer milenio. Putin también piensa claramente que las tierras que pertenecían a Rusia -en particular Novorossisk o Nueva Rusia, las regiones costeras del mar Negro entre Odessa y Donetsk- no deberían haber sido entregadas a Ucrania en 1922, ni Crimea debería haber sido cedida a Ucrania en 1954 (ambas fechas son de la época de la URSS). Todos estos son “territorios rusos” y todo el mundo sabía que serían problemáticos si Ucrania seguía su camino por separado en 1991, en lugar de aceptar una unión de estados soberanos, como proponía Gorbachov. Rusia no está dispuesta a aceptar una Ucrania soberana dentro de la OTAN. Putin habla desde 2012 del “mundo ruso“, es decir, de una civilización de ruso hablante o de rusos étnicos que viven en un espacio meta nacional aproximadamente equivalente al núcleo eslavo de la URSS (Rusia, Ucrania y Bielorrusia), considerado por él como uno e indivisible.

al final del conflicto, Ucrania tendrá que ceder en algunos aspectos de su soberanía como la libertad de escoger el ingreso en la OTAN y la resignación a perder territorios como Crimea y Donbass

Junto a estas creencias, una trágica realidad: Putin rechaza el orden mundial basado en el derecho, tiene un desprecio total por la soberanía de Ucrania y de la voluntad de los ucranianos, comete crímenes de guerra con su invasión y gira hacia China. Este giro, piensa Orlando Figes, «puede acabar en un mundo dividido entre estados autoritarios, liderados por China y Rusia, y las democracias occidentales». Aunque odia decirlo, Figes piensa que al final del conflicto, Ucrania tendrá que ceder en algunos aspectos de su soberanía como la libertad de escoger el ingreso en la OTAN y la resignación a perder territorios como Crimea y Donbass.

China está profundizando su relación con Rusia, pero siempre guiada por su propio interés. Explota la guerra de Ucrania para acelerar lo que ella considera como inevitable declive de Estados Unidos. Su foco de siempre es su propio sueño de establecer una alternativa al orden liberal occidental. China y Rusia coinciden en querer crear zonas de influencia dominadas por grandes países. China controlaría Asia-Pacífico y Rusia tendría un derecho de veto sobre la seguridad europea y Estados Unidos retornaría a América. Este orden mundial alternativo no establece valores universales o derechos humanos, que Xi considera una trampa que justifica la subversión de su régimen autocrático por parte de Occidente.

Xi Jinping observa la guerra de Ucrania desde su profunda convicción de que el gran enfrentamiento del siglo XXI se dará entre China y Estados Unidos, una confrontación que él cree que China está destinada a ganar.

El presidente Joe Biden afronta el gran reto de articular una nueva política exterior estadounidense. Ya ha avisado de que el mundo se acerca a una batalla entre «democracias y autocracias». Él cree que «la libertad siempre triunfará sobre la tiranía». Ahora Biden tiene un viento de cola favorable. Trump estaba equivocado cuando decía que Putin era “un genio” y que la OTAN ya no era importante. La suma de Estados Unidos y Europa aún suma mucho más que la parte desafiante autocrática en términos económicos y de gasto militar. Sin embargo, el gasto militar todavía aumentará frente al desafío ruso apoyado por China. El caso de Alemania es paradigmático: nueve fondos militares de cien mil millones de euros y aumento del presupuesto militar hasta el dos por ciento del PIB.

Biden visitó Polonia, la gran receptora de refugiados de la invasión rusa de Ucrania, temerosa de Putin y ansiosa de la protección americana

Biden y sus aliados europeos se reunieron la semana pasada en Europa para afirmar la necesidad de fortalecer y defender los valores occidentales: imperio de la ley, democracia, respeto por el individuo, derechos de propiedad, pluralismo y mercados abiertos. Biden fue el miércoles 23 de marzo a Bruselas y el viernes 25 a Polonia con el flamante halo de líder occidental ganado gracias a su gestión de la crisis de Ucrania en coordinación con aliados y socios. El jueves 24 tuvo cumbres extraordinarias de la OTAN (30 aliados), la UE (27 miembros) y el G-7. Grandes preguntas sobre la mesa y tal vez grandes respuestas. Luego visitó Polonia, la gran receptora de refugiados de la invasión rusa de Ucrania, temerosa de Putin y ansiosa de la protección americana.

Antes de la llegada de Biden, la UE hizo deberes en materia de seguridad, con la aprobación (21 de marzo) de su nuevo plan de defensa, “Brújula Estratégica”, niña de los ojos del Alto Representado en exterior y defensa, Josep Borrell. Significa la creación de una fuerza de intervención rápida formada por 5.000 miembros, que estará plenamente operativa en 2025. Borrell cree que se trata de “un punto de inflexión“ en la seguridad y defensa europeas. El objetivo no es crear un “ejército europeo”, cada Estado miembro continuará teniendo su ejército propio, pero trabajando de forma coordinada con el resto, y siempre bajo la base de cooperación con la OTAN, que ha resultado fortalecida por la invasión rusa de Ucrania.

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