Hace tan solo veinte años, a ningún gobierno se le pasaría por la cabeza poner sobre la mesa subsidios para sus industrias y aranceles sobre los productos importados.
Ahora, sin embargo, la rivalidad entre China y Estados Unidos por un lado, y los inconvenientes de las cadenas de suministro globales durante la pandemia por el otro, han hecho que por todo el mundo los gobiernos quieran proteger su industria del extranjero.
En efecto, estas circunstancias están agrietando en el consenso mundial económico sobre las bondades del librecambismo.
Geopolítica y economía internacional
El retorno de tensiones geopolíticas enterradas desde la Guerra Fría ha hecho que, de Washington a Pequín, pasando por Londres, Bruselas o Nueva Delhi, todos busquen la autonomía económica y la salvaguarda de sus respectivos sectores estratégicos.
Es bien sabido que geopolítica y economía internacional van de la mano. De hecho, la última ola de globalización comenzó en los años 80 del siglo pasado con el neoliberalismo de Reagan y tuvo su boom en los 90 gracias al final de la Guerra Fría.
Entonces, todos los gobiernos competían para dejar el máximo de terreno posible al sector privado y atraer inversiones, no por preservar lo que ya tenían.
Dicho de otro modo, las políticas de liberalización se acompañan de un clima político internacional calmo.
Ahora está sucediendo exactamente lo opuesto. Con las tensiones entre estados en aumento, los gobiernos intervienen de forma creciente en la economía para protegerse de las maniobras de sus rivales.
Con las tensiones entre estados en aumento, los gobiernos intervienen de forma creciente en la economía para protegerse de las maniobras de sus rivales
El caso de China y Estados Unidos es el que más claramente se encuentra al origen de la nueva ola proteccionista: a medida que la confianza entre Washington y Pequín disminuye, con más recelo contemplan la dependencia económica mutua. Ambos ambicionan ahora ser independientes del otro porque consideran la dependencia una vulnerabilidad.
En este nuevo paisaje, el objetivo a alcanzar se resume en dos conceptos clave, según el especialista Gideon Rachman del Financial Times: producción nacional y seguridad del suministro.
Las dos superpotencias del momento ya han dado pasos para alcanzar ambos objetivos. Estados Unidos ha prohibido la exportación de ciertas tecnologías a China, y se está discutiendo la subvención directa de la producción nacional de semiconductores.
Por lo que respecta a China, parte de una posición tradicionalmente mucho más cerrada y proteccionista que la de Estados Unidos. Ahora, pero, ha redoblado sus esfuerzos para realizar avances tecnológicos rompedores y prevé seguir creciendo de forma interna, dependiendo cada vez menos de sus exportaciones.
La lógica que se instala, escribe Rachman, es la propia de una carrera de armamentos. Cada parte justifica sus acciones como una respuesta a las del otro bando.
Una lógica contagiosa
Se trata también de una lógica contagiosa. A raíz de la competición entre Washington y Pequín, cada vez son más los países que temen quedar prisioneros de ella.
La India, por ejemplo, rival natural de China por su cercanía geográfica y potencial económico y demográfico, también ha adoptado una política proteccionista para alcanzar la autonomía estratégica.
Incluso la Unión Europea, que debe su mismísima razón de ser a la máxima de “a más intercambios económicos, menos guerras”, se inclina ahora por defender su economía y hacerla menos dependiente del exterior.
Un ejemplo claro del clima proteccionista que se instala por el mundo entero se encuentra en las vacunas contra el Covid. Todo el mundo está formalmente de acuerdo con exportarlas a los países más pobres. Pero en la práctica bien pocas dosis se han enviado a África, y la propuesta de Biden de retirar las patentes de las vacunas llega cuando los Estados Unidos están a semanas de la inmunidad colectiva.
En tiempos de crisis, el proteccionismo parece de sentido común
Y es que, en tiempos de crisis, el proteccionismo parece de sentido común. “Compren Americano, pidió el presidente Biden. Pero de hecho no hace falta insistir mucho: cómo diversas encuestas en Europa han confirmado, los ciudadanos quieren comprar cada vez más productos nacionales.
La nueva ola de proteccionismo pondrá a prueba las convenciones de los economistas, quiénes han defendido el libre cambio como única fuente de paz y prosperidad duraderas.