Por qué el PP tiene tan pocas posibilidades de gobernar en España

Si observamos el período democrático que va desde las elecciones de 1977 hasta ahora, constataremos que España ha sido básicamente gobernada por el PSOE. Sobre todo debido al largo período de Felipe González, prácticamente 14 años, a los que hay que añadir los casi 8 años de Rodríguez Zapatero y la cuenta que ha iniciado Sánchez desde 2018.

En contrapartida, el PP ha gobernado aún no 15 años entre Rajoy y Aznar.

Después habría que añadir el período de la UCD, que fueron también prácticamente 6 años, pero que no son muy asimilables por muchas razones, a lo que pueden significar los populares. Si intentamos señalar los elementos más importantes de este período, también encontraremos sobre todo la impronta socialista de Felipe González que de hecho situó el estado del bienestar y el papel de España en la UE, y naturalmente Suárez como hombre que hizo posible algo tan difícil como es la transición de un sistema no democrático a un estado de derecho.

Aznar llegó al gobierno por el pacto histórico con CiU, cuando ésta se inclinó por apoyar la lista más votada en España, y Aznar hizo grandes concesiones como nunca se han reproducido antes y después: desde la supresión de los gobernadores civiles, al traspaso de la policía autonómica o al diseño de un nuevo sistema de financiación que con modificaciones se ha prolongado hasta la actualidad y que supuso un cambio radical favorable pero insuficiente para las finanzas públicas de Catalunya. También por iniciativa de CiU se puso fin al servicio militar obligatorio.

El resultado de todo aquello fue muy bueno para los populares, que en la siguiente legislatura consiguieron la mayoría absoluta. Este hecho demostró que el PP podía gobernar con una fuerza esencialmente catalana y además mejorar su posicionamiento político en España. Pero esa experiencia no ha servido de nada. Porque a partir de la mayoría absoluta de Aznar, el PP se ha caracterizado por basar buena parte de la política española en su rechazo a lo que constituye el meollo de Catalunya, el catalanismo político.

Lo hace incurriendo con gran contradicción. Rechaza esta interpretación política catalana que tiene profundas implicaciones en el ámbito lingüístico, cultural y jurídico, que en modo alguno constituyen, por el contrario, problemas para la España global, pero a la vez asumen sin un menor espíritu crítico el cupo vasco, que es arbitrario y profundamente injusto en relación con el conjunto español, porque hace que la segunda comunidad con mayor renta sea perceptora neta de recursos por parte del estado. Ante este hecho el PP no tiene nada que decir; sobre el catalán o el Estatuto de Autonomía ha demostrado que estaba abiertamente en contra. Ahora mismo, resucitan la falacia de la lengua valenciana atentando contra los criterios de la propia academia de la lengua de ese país.

El resultado de todo ello es que los socialistas logran gobernar en España por el diferencial de escaños que obtienen en relación con el PP en Catalunya. Hasta hace unos años este granero de votos también existía en Andalucía, pero nunca con la fuerza en cuanto a la diferencia de escaños que tiene en Catalunya, y que en estas últimas ocasiones ha sido arrolladora. Sánchez puede aspirar a revalidar el gobierno estrictamente por este hecho.

Pese a esta evidencia el PP continua sin aprender la lección. Hay como una tendencia innata de rechazo a la catalanidad, de temor a que ésta se transforme en independencia, cuando lo que logran es todo lo contrario.

No es exclusivo del PP. UCD, pese a su apertura mucho más importante que la actual derecha española, también incurrió en el mismo problema.

Cabe recordar que las primeras elecciones, las de 1977, el partido del gobierno de Suárez quedó tercero en Cataluña con 9 escaños, mientras que los socialistas alcanzaban 15 y el que entonces se llamó el Pacto Democrático por Cataluña, que pivotaba en torno a CiU, sacó 11. Por su parte, Unió Democràtica alcanzó 2 escaños.

La UCD quiso pactar con Unió Democràtica pese a las dificultades. Si el acuerdo se hubiera producido, el resultado electoral habría sido muy distinto y el partido de Suárez habría quedado segundo a una distancia de 3 o 4 escaños de los socialistas. Sin embargo, a la hora de la verdad no se llegaron a poner de acuerdo en las listas electorales y concretamente en torno a un nombre: el de Manuel Jiménez de Parga, que la UCD quería que figurase en la lista y Unió Democràtica consideraba que era incompatible con la bandera del catalanismo político.

Sea como fuere, este hecho apunta a una dificultad estructural que se ha reproducido en otras ocasiones. Siempre el no entendimiento con Catalunya ha significado una pérdida grande para la derecha española. Y a la inversa, cuando el entendimiento se ha producido, caso del período de Piqué como líder del PP en Catalunya, los resultados han sido buenos.

Con el actual planteamiento acentuado por la presencia de Vox, este diferencial de escaños no disminuirá y el PP en Cataluña se mantendrá, como lo que es, un pequeño reducto de personas que mayoritariamente rechazan todo lo que tenga que ver con la catalanidad, situándose, por tanto, fuera del eje central del país.

Es evidente que con esa cultura política y esa falta de inteligencia electoral, Sánchez, salvo que tropiece con las piedras de sus propios errores y las contradicciones de su heterogénea coalición, tiene un horizonte muy abierto por delante.

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