El papel de la India como poder equilibrador

Si Gramsci estuviera vivo escribiría sobre un viejo orden mundial que está desapareciendo, un nuevo orden mundial que está naciendo y sobre un intervalo desordenado entre estos dos mundos. La guerra de Ucrania ha abierto el camino hacia un nuevo orden mundial y antes de que llegue impera el desorden.

El orden mundial posterior a la Guerra Fría (1947-1989/91) -que se acabó con la caída del muro de Berlín (1989) y la implosión de la URSS (1991)- ha conocido dos etapas. Una primera de hegemonía absoluta por parte de una única superpotencia, Estados Unidos, entre 1991 y 2001, y una segunda  de declive relativo de ésta la hegemonía,  a partir de los atentados terroristas islámicos de 2001 en territorio americano y la desproporcionada respuesta de Estados Unidos hasta la vergonzosa retirada de las tropas americanas y occidentales de Afganistán en agosto de 2021.

China y Rusia acusan a Estados Unidos de haber actuado con “hegemonismo” y “unilateralismo” en los asuntos mundiales a partir de 1989/1991, “como se vio claramente, entre otras veces, en los ataques injustificados en Irak y otros países posteriores a 2001“.

La guerra de Ucrania, comenzada por Putin el 24 de febrero de 2020, ha sido un verdadero regalo geopolítico a Estados Unidos.

Como diría el famoso ministro de Asuntos Exteriores de Napoleón, Talleyrand, la invasión rusa de Ucrania no es sólo una infamia sino algo peor, un error. Una OTAN antes en estado de “muerte cerebral“ (Macron) ha resucitado y ha sido capaz de organizar un encuentro histórico de gran reencuentro y autoafirmación en Madrid en junio de 2022, al que se señaló Rusia como enemigo principal y se acordó, entre otras muchas cosas  (algunas conocidas y otras menos)  la entrada inmediata de Suecia y Finlandia a la organización y el aumento de los presupuestos militares de los estados miembros.

Finlandia acaba de incorporarse formalmente a la OTAN. Suecia lo hará cuando Turquía acabe de retirar su veto

Finlandia acaba de incorporarse formalmente a la OTAN. Suecia lo hará cuando Turquía acabe de retirar su veto. Más de 1.330 kilómetros de frontera de la OTAN con la Rusia de Putin acaban de añadirse con la entrada de Finlandia a la organización atlántica. Así se le giran las cosas en contra a un Putin que pretendía alejar lo más posible la OTAN de sus fronteras.

No estamos todavía en un mundo bipolar dominado por las dos únicas superpotencias hoy existentes -Estados Unidos y China- pero nos acercamos a gran velocidad, y en el interregno aparece el momento gramsciano de los monstruos. Por todas partes surgen con fuerza bastantes potencias medianas que sacan provecho de un poder más repartido, y la Rusia de Putin es el ejemplo más evidente y destructivo. Josep Piqué, desgraciadamente traspasado hace pocos días, gran conocedor de las relaciones internacionales, calificaba este fenómeno de “retorno de los Imperios“.

El «Sur Global»

El “Sur Global“, un conjunto  de países  llamados  anteriormente Tercer Mundo o No Alineados, es la nueva etiqueta que mejor describe un fenómeno que da grandes márgenes de actuación a países como Turquía, Irán, Israel, Marruecos y, sobre todo, la India.

El “Sur global“ convierte el atractivo económico y geopolítico de África, América Latina y algunos países asiáticos en la geografía de una reciente expansiva acción política y económica de China, especialmente a través de su política conocida como “la Nueva Ruta de la Seda“,  y de Rusia, a través por ejemplo de sus tropas mercenarias Wagner, conocidas últimamente por sus intervenciones en Oriente Medio, África subsahariana (Sahel) y también en Ucrania.

La reanudación de relaciones diplomáticas entre Arabia Saudita e Irán, bajo los auspicios de Xi Jinping, es la última y más perfecta exhibición de este cambio geopolítico. A diferencia de los países que Putin llama el Occidente Colectivo (formado por Estados Unidos y la UE principalmente), los proyectos económicos y geopolíticos chinos y rusos son de una indiferencia absoluta a la naturaleza de los regímenes con los que trata, e incluso existe una especial afinidad con los menos respetuosos con los derechos humanos, ajenos a la democracia representativa y propensos al autoritarismo.

El declive relativo del mundo unipolar dirigido por Estados Unidos como potencia hegemónica empieza a partir de 2001, debido a los desperfectos, errores y fraudes (inexistencia de armas de destrucción masiva en Irak) cometidos con la desproporcionada guerra global contra el terror encabezada por los americanos como respuesta a los atentados islámicos en territorio estadounidense. Las intervenciones  contra  Iraq, Afganistán, Yemen, Libia, Siria, etc. han costado, según algunas estimaciones, más de diez billones de dólares.

Luego llegó el caos del fenómeno populista llamado Donald Trump, que coronó los disparates intervencionistas del presidente Bush hijo (menos sensato que el Bush padre), acompañados por líderes europeos como Tony Blair, Durao Barroso o José María Aznar.

El centro del damero mundial, como diría Zbigniew Brzezinski (politólogo estadounidense de origen polaco, autor del libro The Grand Chessboard, 1997), donde se juega hoy la gran partida geopolítica es en Ucrania. Las dos superpotencias (China y Estados Unidos) y la UE, subordinada a Estados Unidos, juegan allí sus respectivas estrategias.

China quiere preservar y seguir obteniendo rendimientos de la globalización económica y tecnológica, sin que nadie interfiera en sus objetivos de supremacía, en su sistema autocrático de gobierno, en su proyecto anexionista de Taiwán ni en su posición de vanguardia en sectores tecnológicos clave como la inteligencia artificial, reconocimiento facial y control biotecnológico de los individuos, que le proporcionan potencialidades inquietantes de control autoritario sobre sus ciudadanos y más allá.

Estados Unidos quiere evitar que China llegue a la supremacía total que pretende conseguir en los alrededores de 2049, centenario de la fundación de la República Popular China por Mao Tse Tung.

Es preocupante que el temor a China sea el único sentimiento que una a los estadounidenses, tanto si votan republicano como si votan demócrata. Para el resto de asuntos públicos, parecen estar divididos y polarizados en todo, incluida la propia idea de democracia. Incluso existen muchos ciudadanos americanos conservadores que están más a favor de Putin que de sus conciudadanos progresistas. Éste es otro factor muy importante, de carácter interno, del declive relativo de Estados Unidos de los últimos años.

La UE pretende llegar a su autonomía estratégica y actuar como un poder mediador entre Estados Unidos y China.

Tras la invasión de Ucrania por parte de Putin, se enfrenta a la necesidad de convertirse en un actor geopolítico. La autonomía estratégica de la UE será inalcanzable sin nuevas cesiones de soberanía por parte de sus estados miembros.

La UE quiere una Ucrania libre y democrática, miembro de la UE lo antes posible, como también desea una Rusia libre y democrática, liberada de la tiranía de Putin, que sea aliada, amiga de Europa y miembro de las estructuras de seguridad europeas.

Al mismo tiempo, quiere mantener una buena relación con China, más allá de los recelos estadounidenses. La UE se ve confrontada al desafío mayúsculo de existir como actor económico y también geopolítico, en un mundo cada vez más impulsado por relaciones de poder.

El deseo expresado por la UE es “un orden mundial basado en el derecho, en normas, el multilateralismo, el papel central de Naciones Unidas y el diálogo entre naciones”. La economía europea representa el 20% del PIB del mundo y casi el 15% del comercio internacional. El poder económico de la UE es la base de su riqueza. En un nuevo mundo multipolar, Europa tiene una nueva oportunidad de contribuir a un nuevo orden mundial desde un espacio propio, construido sobre su alianza estratégica con Estados Unidos, pero abierto al resto del mundo, incluida China.

La India es el más importante de los “imperios que regresan“.

Como China, la India es una potencia re-emergente. Lleva tras de sí miles de años de historia como gran potencia. La India está dirigida hoy por un primer ministro, Narendra Modi, un nacionalista hindú con pretensiones de liderazgo regional e incluso mundial.

Este año preside el mayor grupo de las economías -avanzadas y emergentes- del mundo, el G-20, justo cuando su país acaba de convertirse en el más poblado del mundo, con 1.430 millones de habitantes, por delante de China, que queda atrás en virtud de políticas demográficas equivocadas como las del «hijo único». La pirámide demográfica india es muy joven.

La India también supera a China en crecimiento económico, después de décadas de superioridad china. El crecimiento del 7% de su PIB este año, según previsiones del FMI, superará a cualquier otro país y sumará, con el 5% de China, la mitad del crecimiento mundial. Si sigue el ritmo del 6,3% anual como prevén los organismos internacionales, al llegar 2030 superará a Japón y Alemania y se situará como tercera economía, sólo detrás de Estados Unidos y China.

La India ya es considerada por los expertos la nueva «fábrica del mundo», por delante de China que lo ha sido en las últimas décadas hasta ahora.

El actual desorden internacional, por culpa de la pandemia y la guerra de Ucrania, se convierte en una oportunidad para la India de cara a proyectarse en el exterior y establecerse como líder del “Sur Global”

La India también aparece como una fuerza equilibradora en el gran juego de rivalidad entre Estados Unidos y China.

Respecto a la guerra de Ucrania, Modi es partidario de no seguir las sanciones contra Moscú, un aliado tradicional de China, como tampoco condena la invasión de Ucrania ni vota en contra de Rusia en la ONU, pero, en cambio, señaló abiertamente a Putin que la guerra no es el camino adecuado. Así se lo trasladó en la última reunión de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), celebrada en Samarcanda, donde también China de Xi Jinping estiró las orejas a Putin sobre su invasión de Ucrania.

La estrategia militar de la India es una de equilibrio ilegible, inestable o muy inteligente, según distintos analistas.

Por un lado, la India ha participado en maniobras militares conjuntas con China y Rusia y, por otro, también lo ha hecho con Estados Unidos. Preside la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) y a su vez es miembro del QUAD, una organización militar a la que pertenecen Estados Unidos, Japón y Australia. La India privilegia la idea geoestratégica de una región Indo-Pacífico como centro de gravedad económico del mundo y también como alternativa a una Asia sinocéntrica que trata de alcanzar China.

Algún analista habla de diplomacia cínica la protagonizada por Modi y su ministro de Asuntos Exteriores

El ministro de asuntos exteriores del gobierno nacionalpopulista indio ha construido la teoría de una nueva vía india, guiada por la preferencia nacional, tanto en la política como el comercio, al estilo que propugna Trump con su lema Make America Great Again. Algún analista habla de diplomacia cínica la protagonizada por Modi y su ministro de Asuntos Exteriores.

Según el Lowy Institut, el principal think tank australiano, la India es la cuarta potencia asiática, que la sitúa detrás de Estados Unidos, China y Japón, por delante de Rusia y Australia, en una evaluación que combina parámetros económicos , militares, diplomáticos y culturales.

En recientes análisis geopolíticos oficiales indios, se puede leer que el siglo XXI será «el siglo asiático», mientras que el siglo XX habría sido «el siglo americano», dentro del cual «la India será uno de los actores principales, Estados Unidos se mantendrá como el poder más formidable, aunque declinando, y China seguirá creciendo en importancia».

Recomiendan que la India apunte hacia «la consecución de una multipolaridad en Asia», lo que significa que debe «seguir haciendo crecer su poder». Hay que tener en cuenta que «la incertidumbre y la impermanencia continuarán vivas por años en el panorama internacional». Aquellos análisis contemplan también un aumento del autoritarismo y del nacionalismo.

El mundo es hoy interdependiente pero también polarizado. Concluyen que «la India debería liderar la llegada de un nuevo orden mundial que propague un proceso democrático y de coexistencia pacífica».

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