El historiador y politólogo flamenco, Luuk van Middelaar, nacido en Eindhoven en 1973, profesor de la Universidad holandesa de Leiden y de la Universidad Católica de Lovaina en Bélgica, es uno de los analistas más destacados del proceso de integración europea.

Ha sido speechwriter (redactor de discursos) del primer presidente a tiempo completo del Consejo Europeo, el belga Herman Van Rompuy, entre 2009 y 2014. Conoce a fondo a las instituciones comunitarias, trata habitualmente con sus líderes y sus funcionarios, que siempre leen con atención lo que escribe, al igual que lo hacen muchos seguidores del proceso de integración europea.

Hace una década publicó un libro titulado “El pasaje a Europa. Historia de un comienzo” (Galaxia Gutenberg, 2010), donde explicaba la historia de la UE, así como sus complejidades institucionales y peripecias políticas, y fue un gran éxito editorial. En 2017 publicó “Cuando Europa improvisa. Diez años de crisis políticas“ (Gallimard, 2017). A finales del 2021 ha publicado otro con el título de “Pandemonium. Saving Europe“ (Agenda Publishing,2021), que en estos comienzos de año es una lectura  recomendable  para todos aquellos que se interesen por el futuro de Europa.

La tesis central de Middelaar, planteada en los primeros capítulos del libro, es que la Unión Europea (antes Comunidad Europea) vivió unas décadas fundacionales tranquilas y exitosas. Son las que van desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la caída del Muro de Berlín. Concretamente, desde 1951, año fundacional de la Comunidad Europea, hasta el año 1989. Aquellas décadas se caracterizaron en la UE por el desarrollo de “una política de reglas” o “una política de normas”. La UE era una plataforma nueva que se había creado para que sus estados miembros se relacionaran entre sí, en un entorno de paz y prosperidad, con la seguridad exterior garantizada por el gran impulsor y protector del proyecto: Estados Unidos de América. Una consigna imperante era compartida por todos: “nunca más guerra entre nosotros”.

La mayoría de energías políticas de la UE en sus comienzos se dedicaron a construir un marco de reglas y normas, que permitió llegar pronto a la creación de un mercado continental, a través de una unión aduanera y de un mercado común. Todo un éxito en sí mismo, no sólo por el hecho de la liberalización de los  intercambios, muy aplaudida por el mundo económico y empresarial, sino por la proximidad política que generaba, que era el “pegamento”  que mantenía unidos a los estados.

Pero, según Van Middelaar, las cosas cambiaron radicalmente, desde el punto de vista geopolítico, a partir del año 1989, con la caída del Muro de Berlín, la posterior desaparición de la URSS (1991) y la democratización de los países del centro y este de Europa, que enseguida llamaron a la puerta de la UE para pedir su adhesión como miembros de pleno derecho. Y otra vez las cosas  volvieron a cambiar radicalmente a partir de 2005,  a partir de  la llegada repentina de una concatenación de crisis políticas, económicas, y sociales -tanto internas como externas- cada una de ellas imprevista y de grandes dimensiones, hasta la fecha.

Estamos hablando del fracaso del tratado constitucional de la UE (2005), la Gran Recesión (2007), la crisis del euro (2010), la crisis de Crimea (2014), la crisis de los refugiados (2015), el Brexit ( 2016), Trump (2016) y la pandemia (2020). Esta «concatenación de crisis»,  «pluricrisis» o  «crisis hidra», según diferentes analistas, ha provocado una verdadera «crisis existencial» de la UE, en palabras del anterior presidente de la Comisión Europea, el luxemburgués Jean-Claude Juncker . Alrededor de todas ellas, profetas del apocalipsis anunciaron repetidas veces el final de la Unión, pero no fue así. Economistas tan reputados como el estadounidense, Paul Krugman, aseguró en 2010 que el euro “morirá, es cuestión de meses”. Famosos colegas suyos habían asegurado en los años noventa del siglo pasado que el nacimiento del euro era «sencillamente imposible», y también tuvieron que reconocer que se habían equivocado.

A partir de la caída del Muro de Berlín y hasta la fecha (1989-2022), la UE se ha caracterizado por “una política de acontecimientos”, en contraposición a la anterior política de “reglas” o de “normas”, experimentada  durante sus primeras décadas de vida (1951-1989). La UE ha tenido que dedicar prácticamente todas sus energías a tratar de asimilar y superar los “acontecimientos”, verdaderas crisis, que iban llamando a sus puertas, todos novadores y que reclamaban tratamientos también novadores. Poco o nada se había preparado con previsión sobre los remedios para superarlos. No estaban previstos. En consecuencia, se ha tenido que improvisar mucho (de ahí el título del segundo libro de Van Middleaar antes comentado, “Cuando Europa improvisa”) y se ha tenido que trabajar muy rápido y contra corriente, atravesando grandes riesgos que podían provocar en cualquier momento el naufragio del barco comunitario.

El expresidente de la Comisión Europea, el francés Jacques Delors, llegó a hablar varias veces, a lo largo de la peligrosa travesía, del “riesgo de muerte” de la UE. Ésta no ha muerto y sigue viva. Pero hoy está luchando contra la pandemia y todavía sufre las secuelas de los cambios geopolíticos tectónicos de 1989 y de los efectos de la concatenación de ‘grandes crisis’ iniciada en 2005.

El autor señala, pues, tres períodos claramente diferenciados en el proceso de integración europea.

El primer período es el de fundación a partir de 1945, con su característica política de reglas y normas. El impulso lo da la Declaración Schuman de 9 de mayo de 1951. Los «padres fundadores» proclamaban una nueva era, con el fin de la guerra y Europa como promesa. Recetas pragmáticas de Jean Monnet: creación de intereses económicos comunes y “método comunitario” de decisiones políticas. Clamor permanente de futuro. A la gente le gustaba hablar del «proyecto europeo». Se vivía «a crédito». En Bruselas cada «no» era un «todavía no». El movimiento era hacia «más Europa». Era el período la Promesa. Los británicos entran en 1973 y descubran que Europa es un movimiento hacia delante, hacia “una unión cada vez más fuerte”, tres palabras famosas. Un tabú era apelar al interés nacional. Un segundo tabú era hablar en términos de diferencias entre Estados miembros. Un tercer tabú era preguntarse por la ubicación del gobierno de la Unión. Un cuarto tabú era hablar de fronteras. Imperaba el sueño europeo post Segunda Guerra Mundial de una nueva era.

El segundo período es el de refundación a partir de 1989. Comienza la metamorfosis de una Europa de las reglas hacia una Europa de los acontecimientos, hasta la fecha. La «madre de todos los shocks», «el Bing bang», es la caída del Muro de Berlín en 1989, que obliga a realizar una reevaluación fundamental en los estados europeos. Comparable con la Declaración Schuman de 1951, el shock de Berlín de 9 de noviembre de 1989 (yo estaba en Bruselas, en mi despacho de la Comisión Europea, me llama mi hijo David y me dice que está viendo por televisión la caída del Muro de Berlín) resultará en el Tratado de Maastricht de 1992 y la creación de la UE. Un Nuevo Comienzo (ver mi libreto de historia de la UE: hay dos fases en la historia de la UE, antes de Maastricht y después de Maastricht). Un Nuevo Comienzo que condujo a escaramuzas fascinantes entre la Promesa y la realidad histórica, un período de confusión en el que viejas y nuevas formas, Comunidad y Unión, existían conjuntamente de forma independiente y de forma mezclada.

Se diseñaron nuevos caminos.

Primero, la UE trataría sobre seguridad. Por insistencia de Francia, en contra de la opinión británica, el Tratado de Maastricht incluye una política común de asuntos exteriores y seguridad. La nueva Alemania reunificada empujaba en favor de la entrada de los países del este.

Segundo camino, la creación de una moneda común, consecuencia directa de la caída del Muro de Berlín. El presidente francés Mitterrand hizo un test de cara al vínculo de Alemania al club. El canciller alemán Kohl entendió la presión francesa. El euro se presentaba como una extensión del mercado único, según la vieja política de las reglas. Después de que París forzara la gran concesión de que debía haber una moneda común (adiós al mark, adiós al Bundesbank dominante, lo que quería Francia sobre todo), a Bonn se le concedió determinar cómo sería esa moneda común. El euro debería ser tan estable como el mark, el nuevo banco central tan independiente de la política como el Bundesbank, etc. De ahí nació el Banco Central Europeo, etc. Los británicos dijeron no al euro. Para Londres era un paso que iba mucho más allá de la vieja política de reglas. Con Maastricht comienzan las excepciones, opt-outs y opt-ins. En ese reconocimiento de diferencias ya se anunciaba algo muy importante: la caída de la Promesa.

Tercer camino: la politización de las instituciones, con relaciones más fuertes con ciudadanos y votantes. La estructura institucional europea es fruto del trabajo en equipo y de la rivalidad entre Francia y Alemania, entre Estados pequeños y Estados grandes, entre capitales nacionales e instituciones centrales. Nunca ha existido un acuerdo sobre una estructura óptima.

Si contemplamos la política como un teatro, veremos tres estilos dramatúrgicos desarrollados: despolitización (1945-1989), parlamentarización y cimerismo (a partir de 1989).

Primer estilo: comunidad despolitizada. Tres instituciones organizan los asuntos. La Comisión en Bruselas hace propuestas, administra y hace de «guardiana de los tratados». Desde Luxemburgo el Tribunal de Justicia vigila el Tratado y defiende el orden legal emergente. El Consejo de Ministros negocian y determinan las reglas. Los funcionarios, las cosas van lentos y fuera de la vista del público. Se trabaja entre bastidores, detrás de los escenarios. El apoyo de los ciudadanos no es consecuencia de una participación democrática, sino de la obtención de resultados prácticos.

A partir de 1960, dos intervenciones dramatúrgicas son usadas en un esfuerzo por poner al público y al ciudadano en el teatro, resultando el Parlamento Europeo y el Consejo Europeo de jefes de estado y de gobiernos. Había un desacuerdo: 1) un grupo liderado por Alemania (occidental), Italia, Bélgica y Luxemburgo, partiendo de la Promesa, querían crear una relación directa entre el Parlamento y los votantes y dotar a la Comisión de la legitimidad de un gobierno; 2) un segundo grupo liderado por Francia, presentar en el teatro votantes nacionales, líderes gubernamentales y figuras centrales.

Años sin acuerdo. Hasta 1974 con Giscard d’Estaing: Consejo Europeo y elecciones directas en el Parlamento Europeo. Los Estados miembros trajeron este compromiso a Maastricht. En 1991. Se dio poder legislativo al PE junto con el Consejo. Con estas decisiones, los líderes reconocían que una Unión que se compromete con acontecimientos políticos necesita el apoyo y voces de los votantes. Era la época de la politización sin gobierno.

El público es consciente de que Europa ha cambiado después de 1989. Durante el proceso de ratificación del Tratado de Maastricht, gran resistencia. En junio de 1992, los daneses votan contra el Tratado, lo rechazan (Viva Dinamarca, escribe Rafael Termes) (yo en un artículo: el bodrio de Maastricht, Salmurri se cabrea), se oponen a las innovaciones de Maastricht, como el euro. Este rechazo fue una novedad y un shock. En Francia fue por los pelos que no se aprobara. Jacques Delors estaba muy desilusionado. La Comisión y el Parlamento enojados porque se infringía el sagrado “método comunitario”. Angela Merkel hablaba del “método de la Unión”. Había violado un tabú. Rebajó las palabras.

Tercer período: crisis desde 2005 hasta ahora. Concatenación de acontecimientos. 2008 guerra entre Georgia y Rusia. 2008 Gran Recesión, etc. La UE improvisa. Hasta la fecha. Es necesaria responsabilidad y responsables. Y respuestas. La gente pide respuestas. ¿Qué hace Bruselas? Nada de pasivo consensus.

Van Middelaard, avisa de que el peligro no ha pasado, que habrá más crisis en los próximos años, y que debemos perfeccionar «la política de acontecimientos» hasta convertirla en una política convencional. Además, todas y cada una de las soluciones  que se vayan tomando para superar crisis actuales y futuras tendrán que convencer a los ciudadanos, como ya se ha tenido que hacer a partir de 2005, de forma muy diferente a cómo se hacía durante las primeras décadas del proceso integrador (1951-1989), donde reinaba un  “consenso pasivo” entre los ciudadanos.

Antes de 1989 en Europa se hacía una política entre bastidores, fuera de la visión pública, con diplomáticos, funcionarios, negociadores. Era un activo muy potente y a menudo la única forma de llegar a acuerdos top-down (de arriba hacia abajo), desde las “élites“ hacia abajo, hacia el ciudadano de a pie, que aceptaba las propuestas que le hacían “ desde arriba” con complacencia, con confianza, y sin intervenir demasiado o nada. Todo le parecía bien, en nombre de Europa. La economía acompañaba. El proyecto integrador europeo era muy seductor, era la gran novedad. El ciudadano estaba contento de ver imperar la paz y la prosperidad en Europa (sólo en Europa occidental, por supuesto). Se estaban viviendo «los treinta años gloriosos» posteriores a la Segunda Guerra Mundial, que son recordados por muchos en Europa con gran nostalgia.

El último libro de Van Middelaar lleva, como es costumbre en todos sus libros, un título y un subtítulo. El título es “Pandemonium“. Él mismo nos explica que se trata de una palabra inventada por el poeta y ensayista inglés John Milton (1608-1674), aparecida al final del libro primero de su famoso libro “El paraíso perdido“ (1667),  por significar la capital de infierno, “la alta capital de Satanás  y de sus acólitos“, construida por los ángeles caídos por indicación del malvado  Mammon. En el lenguaje común, un “pandemonium” es un lugar o una situación donde reina una gran confusión con gritos, ruido, agitación y angustia. En el último libro de Van Middelaar se trata de una metáfora de las situaciones vividas en Bruselas, la capital comunitaria, durante los años de los grandes retos o acontecimientos. El subtítulo del libro es “Salvar Europa“. Aquí el autor quiere indicarnos que, después del gran sufrimiento, puede llegar la salvación. Puede llegar, claro, siempre que se luche con coraje.

Según Van Middelaar, “Europa es un  continente especial que ha alcanzado cierta unidad y que combina una enorme diversidad y una pluralidad inmensa. Un continente que no llegará fácilmente, ni pronto, a crear una especie de superestado, una especie de Estados Unidos de Europa, pero sí tendrá que ir avanzando hacia una unidad cada vez mayor, elaborada con estilo propio, sin copiar modelos exteriores“. Piensa que «si hemos superado crisis existenciales, es probable que podamos sobrevivir a otros retos». Nos recuerda que “la democracia es el corazón de la sociedad europea; son las libertades políticas, el derecho a votar, de organizarse, la oposición política, el derecho de libertad de expresión, todo esto es parte de nuestra identidad política”. Y  avisa que “la capacidad para superar los futuros acontecimientos retadores requerirá un pensamiento más estratégico por parte de los mecanismos institucionales europeos“.

Los dos penúltimos capítulos del libro se dedican a la última gran crisis del coronavirus y al giro de la UE hacia la apertura, visibilidad y transparencia reclamadas por los ciudadanos europeos.

Sobre el coronavirus escribe: “Es la última crisis de una larga serie. Cada crisis presenta un cuadro magnífico sobre las fortalezas y debilidades de la UE. Esta última crisis del coronavirus impulsa a Europa a convertirse en una comunidad de destino que afronta los acontecimientos como un todo unificado”.

Sobre las reclamaciones de los ciudadanos europeos, Van Middelaar declara lo siguiente: “El principio fundamental de mi libro consiste en señalar la importancia de la revolución que se está produciendo ante nuestros propios ojos a lo largo de los últimos treinta años. Esta revolución no sólo hace referencia a quién toma las decisiones y cómo se toman, sino a la forma en que la UE es percibida, la forma en que el pueblo observa la política europea y porque ahora más que nunca el pueblo europeo pide poder expresar su parecer. en una vida política compartida. La política de acontecimientos comporta la participación de la ciudadanía, significa el final del “consenso pasivo“ de los ciudadanos sobre el proceso integrador europeo, característico de los primeros treinta años de su historia. La pandemia ha acelerado todos estos cambios”. «Durante los primeros treinta años de su historia, la UE ha sido una fábrica de producir reglas, pero a partir de 1989, y hasta la fecha, se ha ido convirtiendo en una comunidad europea de destino».

El último capítulo del libro es primordial.

Es donde el autor plantea la necesidad de que Europa adopte “un pensamiento y una acción estratégicos” para afrontar el reto que supone un mundo actual geopolítico completamente transformado con el liderazgo norteamericano en declive, la gran reemergencia de China y la reaparición de viejos imperios amenazantes como, por ejemplo, el ruso, el otomano o el iraní. Sin estos “pensamiento y acción estratégicos”, el futuro de Europa está muy comprometido.

El libro acaba con estas palabras: “La era de la seguridad, prosperidad y libertad sin coste ha terminado para Europa. Los política de acontecimientos, y no de reglas, forzará al ciudadano europeo y a sus políticos a reconocer y considerar decisiones difíciles y quizá trágicas, así como forzará a la UE a empezar a operar estratégicamente. Por último, nos jugamos la salvación de Europa“.

Las últimas palabras de Van Middelaar en una entrevista que un medio de Barcelona le hizo en 2013 fueron las siguientes: “La UE no es el cielo que soñaron sus fundadores, pero tampoco el infierno de las eternas guerras civiles europeas. La UE es un purgatorio que gestiona, si se desea, nuestra decadencia, pero es un purgatorio muy habitable. Yo diría que las fuerzas de la construcción europea se han impuesto y se seguirán imponiendo  a las fuerzas de la destrucción“.

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