La identitad europea (I): Europa es el hogar de nuestros hogares

Una comunidad histórica o sociohistórica es una sociedad que pervive a lo largo del tiempo. Esto permite que se pueda hablar de una civilización y de una cultura europeas. También permite no sentirme nunca extranjero cuando uno se encuentra en lugares europeos tan distantes y diversos como, por ejemplo, Palermo, Tesalónica, Edimburgo, Milán, Praga o Helsinki.

La cineasta  Isabel Coixet ha escrito recientemente que «Europa es algo que respiramos y sentimos; es cuando pasas por una plaza en Verona y te sientes en casa, es cuando estás en Munich y te encuentras un libro de Goethe que te hace sentir como en casa «. Europa es diversa, pero al mismo tiempo tiene una identidad propia. El sentimiento europeo es un sentimiento de hogar.

El escritor y político checo Vaclav Havel decía esto en 2009: «Me siento europeo, pero esto no significa que no me sienta checo. Europa es el hogar de nuestros hogares».

Los «Padres Fundadores» de la Comunidad Europea , hoy Unión Europea (UE), lo tenían muy claro. Uno de ellos, el italiano Alcide de Gasperi declaraba esto en 1951: «Si sólo creamos administraciones comunes -sin una voluntad política superior, animada por un organismo central, en el que las voluntades nacionales se encuentren, se precisen y se fusionen en una síntesis superior- corremos el riesgo de que esta actividad europea, comparada con las distintas vitalidades nacionales, aparezca como algo sin calor, sin vida ideal «. Dos años más tarde, otro «Padre Fundador», el alemán Walter Hallstein, Declaraba en Estrasburgo que «el impulso que nos anima es sobradamente conocido: existe un sentimiento indestructible de identidad europea; sólo una Europa fuerte y unida llevará a los europeos, y al mundo, la verdadera prosperidad «.

El lema de la UE es precisamente este: «unidad en la diversidad». Se puede afirmar que se trata de un lema plenamente acertado.

Ortega y Gasset, en su libro «La rebelión de las masas», lo explica de manera brillante. Escribe que Europa es una «sociedad» que aún no ha llegado a organizarse políticamente de manera unificada . «Los pueblos europeos son desde hace mucho tiempo una sociedad, una colectividad, en el mismo sentido que tienen estas palabras aplicadas a cada una de las naciones que integran aquélla. Europa es, en efecto, enjambre: muchas abejas y un solo vuelo … »

Ortega estaba convencido de que un día u otro Europa, como «sociedad» que realmente es, llegaría a organizarse políticamente de manera unida sobre los fundamentos de su identidad: “Este carácter unitario de la magnífica pluralidad europea es lo que yo llamaría la buena homogeneidad, la que es fecunda y deseable, la que hace decir a Montesquieu  “L’Europe n’est qu’une nation composée de plusieurs“ y a Balzac, más románticamente, le hacía hablar de la “grande famille continentale, dont tous les efforts tendent à je ne sais quel mystère de civilisation “…La unidad de Europa no es una fantasía, sino que es la realidad misma, y la fantasía es precisamente lo otro, la creencia de que Francia, Alemania, Italia o España son realidades sustantivas e independientes … La unidad política todavía no se ha producido, pero la ocasión que lleve súbitamente a término el proceso puede ser cualquiera: por ejemplo, la coleta de un chino que asome por los Urales o bien una sacudida del gran magma islámico. La figura de ese Estado supranacional será, claro está, muy distinta de las usadas, como ha sido muy distinto el Estado nacional del Estado-ciudad que conocieron los antiguos“.

El filósofo y escritor George Steiner, en su libro «La idea de Europa», resume lo que es Europa en un conjunto de instituciones, ideas y tradiciones. Según él, Europa es ante todo un café lleno de gente y de conversaciones, donde se escribe poesía, se conspira, se filosofa y se practica la tertulia civilizada. Este tipo de café se encuentra en toda Europa como una institución inseparable de las grandes empresas culturales, artísticas y geopolíticas de Occidente. La segunda señal de identidad europea es el paisaje que se puede recorrer a pie, siempre amable y lleno de cultura e historia. La tercera es la costumbre compartida de poner en calles y plazas el nombre de grandes personalidades del pasado. La cuarta credencial es la filiación simultánea de Atenas y de Jerusalén, es decir, de la razón y de la fe. La quinta y última señal de identidad europea es la más inquietante de todas. Europa, escribe Steiner, está cansada de la historia ( geschichtemüde) y siempre ha creído que moriría después de un periodo de apogeo. Steiner era judío y le atormentaba el concepto de supervivencia.

La identidad europea está formada tradicionalmente por tres elementos fundamentales: un elemento étnico-lingüístico, un elemento ético-religioso y un tercer elemento cultural.

El primer elemento nos dice que los pueblos europeos ancestrales pertenecen a la familia de la raza blanca y, dentro de ella, particularmente a la familia indoeuropea. Desde este punto de vista, los europeos forman una gran familia, y dentro de esta familia se encuentran subfamilias claramente diferenciadas: una Europa de cultura latina/mediterránea, una Europa germánica nórdica y una Europa eslava/oriental.

El segundo elemento es de carácter ético-religioso, y viene conformado por una comunidad de valores, entre los que se encuentra esencialmente el cristianismo que, con una visión humanista de la vida, aporta al antropocentrismo griego y latín elementos fundamentales de la visión europea sobre el ser humano. La religión cristiana se ha ido diversificando en Europa en tres comunidades confesionales distintas a lo largo de la historia: católicos, protestantes y ortodoxos.

El tercer elemento es el cultural, que incluye los ámbitos político y jurídico, consistente esencialmente en la suma de las tradiciones culturales romana, griega, cristiana e ilustrada, a las que hay que añadir otros como la judaica o la islámica .

Estos tres elementos tradicionales han ido evolucionando y actualmente Europa se está convirtiendo en un mosaico étnico, religioso y cultural .

La evolución se ha acelerado en los últimos tiempos, ya hace tiempo que Europa ha dejado de ser tierra de emigración para convertirse en tierra de inmigración y de acogida. Ante este fenómeno, la UE aún no ha sabido darse, desgraciadamente, una política migratoria y de asilo común. Multiculturalidad (coexistencia de diferentes culturas) e interculturalidad (intercambio e interacción entre diferentes culturas) son palabras claves actualmente en Europa. La falta de una política migratoria contrasta con la necesidad que tiene Europa de los flujos migratorios para compensar su gran descenso demográfico.  Hoy Europa ya tiene de alguna manera su «número de teléfono» (Kissinger se quejaba metafóricamente de que no lo tuviera), y es el 6-20-50. Estos son los porcentajes europeos en relación al mundo sobre demografía, PIB y gasto social. No hace mucho tiempo que el 6 era el 20, y sigue bajando.

La civilización europea se ha proyectado tradicionalmente en el mundo exportando los conceptos de la filosofía griega, el derecho romano y la religión judeocristiana.

El poeta francés Paul Valéry sitúa tres pilares atendiendo, Roma y Jerusalén- como base de la cultura europea. 

El filósofo vasco Xavier Zubiri, discípulo de Ortega y Gasset, también se refiere cuando escribe que «la metafísica griega, el derecho romano y la religión de Israel son los tres fundamentos culturales de Europa; Jerusalén representa el monoteísmo, Atenas aporta el «logos» que origina la razón universal que volverá a aflorar con la Ilustración y Roma simboliza el «derecho»; todo ello, concluye Zubiri, se puede considerar como la creación más grande del espíritu humano».

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