La gravísima crisis de nacimientos que Europa padece, y que en España es aún más extrema, llama últimamente un poco más la atención de los gobiernos y de la opinión pública.
Para este periódico digital, que viene advirtiendo desde hace años de la urgencia de luchar contra el invierno demográfico, debería ser motivo de satisfacción.
Hay que entender que cuando hablamos de crisis de natalidad estamos tratando un problema de orden existencial para nuestro país. Es la misma continuidad de Cataluña y de España como entidades políticas y culturales lo que está en juego.
Sin embargo, ni las instituciones ni los medios de comunicación están por desgracia estableciendo el marco adecuado para afrontar el problema de la natalidad. Prisas cortoplacistas, prejuicios ideológicos y falta de rigor están demasiado presentes.
A nivel catalán, y como se comprobó durante la reciente campaña electoral, la cuestión es totalmente invisible, inexistente.
A nivel español, el presidente del gobierno Pedro Sánchez sí que habló de la crisis demográfica, pero la solución que propone su plan España 2050 lo fía todo a la inmigración. Ni una palabra de políticas de natalidad ni de ayudas a las familias españolas.
Se trata de una estrategia que, como Converses ha explicado anteriormente, no solo no permitirá alcanzar la estabilidad económica ni presupuestaria (y por ende de las pensiones), sino que empeorará las cosas introduciendo nuevas tensiones culturales.
El plan España 2050 no solo no permitirá alcanzar la estabilidad económica ni presupuestaria (y por ende de las pensiones), sino que empeorará las cosas introduciendo nuevas tensiones culturales
Dejando de lado las políticas de inmigración actuales, las corrientes más extendidas entre los demógrafos afirman que la baja natalidad española se explica por factores económicos.
Según se afirma, el problema vendría de la combinación de las secuelas de la crisis económica de 2008 junto con la tradicional falta de ayudas públicas a las familias españolas.
En base a este diagnóstico, los expertos proponen invertir en políticas familiares y facilitar la estabilidad profesional de los jóvenes, especialmente de las mujeres.
Son medidas convincentes, y es totalmente cierto que las generaciones más jóvenes deben hacer frente a una precariedad que sus padres no padecieron. Pero tanto este análisis centrado en lo económico como las medidas propuestas adolecen de un serio problema: no se ocupan del problema de fondo.
Incluso las sociedades que más ayudas otorgan a las familias y que cuentan con una situación económica más envidiable, como los países nórdicos, se encuentran frente a un problema demográfico similar al español. Es cierto que no es de la misma intensidad, pero el trasfondo es el mismo.
En la propia España la bajada de la natalidad empezó en un contexto de expansión económica y de ilusión por el futuro: finales de los años 70 y comienzos de los 80. Desde entonces el PIB español por cápita ha crecido mucho, pero la tasa de fecundidad ha bajado de forma irremediable.
Entonces, ¿cómo se explica la crisis de natalidad?¿Y cómo se pueden fomentar más nacimientos?
El pensador francés Laurent Chalard da una explicación muy convincente: no se trata tanto de falta de ayudas a la procreación o de precariedad laboral como de un fenómeno cultural.
En los países desarrollados, la llegada de un bebé se percibe ante todo como una carga financiera en vez de un fin en sí mismo
En los países desarrollados, la llegada de un bebé se percibe ante todo como “una carga financiera nada desdeñable”. Tener un bebé es pues un peso “que entra en competición contra la compra de bienes de consumo, en vez de ser un fin en sí mismo”, opina Chalard.
Salvo que, en teoría, prosigue el francés, el deseo de ver llegar un niño debería pesar más que los costes materiales que éste conlleva. Esto ha sido así desde los albores de la humanidad, y lo sigue siendo en buena parte del mundo. No es casualidad que sean los países más pobres los que concentren las mayores tasas de fecundidad.
Sin embargo, en el contexto de una sociedad de consumo extremadamente individualista, la mentalidad natalista se ve totalmente desfavorecida, por no decir ridiculizada.
Todos los países desarrollados del mundo se enfrentan al mismo problema de baja natalidad, independientemente de sus tradiciones filosóficas. Solo hace falta pensar en Corea del Sur (el país del mundo que menos nacimientos registra por mujer en edad fértil, menos de 1) o China.
En Occidente se añade desde hace poco otra dificultad más: los ecologistas radicales han conseguido convencer a la opinión pública que hay que dejar de tener niños para salvar la Tierra del cambio climático. Algo totalmente falso porque Europa genera a día de hoy un porcentaje ínfimo de las emisiones de gases de efecto invernadero.
En definitiva, para hacer frente a la crisis existencial de la natalidad, la principal medida no son los subsidios públicos ni las bajas de maternidad extra largas (aunque sin duda todo esto ayuda). Tampoco lo es, ni mucho menos, recurrir a la inmigración masiva no cualificada y culturalmente lejana como propone Sánchez.
Hay que conseguir que nuestros jóvenes vuelvan a dar un sentido trascendente a sus vidas, dándoles el deseo de transmitir su cultura a las generaciones venideras
La principal medida, como propone Chalard, es de orden cultural, antropológico: hay que conseguir que nuestros jóvenes vuelvan a dar un sentido trascendente a sus vidas, dándoles el deseo de transmitir su cultura a las generaciones venideras.