La Vanguardia contra la derecha

El periódico La Vanguardia ha sido, junto con el Barça i la Caixa, una de las tres grandes instituciones de la sociedad civil catalana. Cada una, como es lógico, con sus peculiaridades porque responden a ámbitos radicalmente distintos.

Hoy estos perfiles han quedado más o menos difuminados con el paso del tiempo, si bien en el caso de la Caixa su esencia se mantiene en la Fundación que realiza una obra social extraordinaria.

La Vanguardia siempre fue un periódico ponderado que tiende a ser amable con el color del poder, el del Ayuntamiento, de la Generalitat i por descontado el del gobierno español. Pero este hecho no desprestigiaba su carácter institucional, porque digamos que practicaba una simpatía hacia el poder en términos muy ponderados y con una notable pluralidad interna con una orientación resultante de lo que simplificando podemos calificar según la época de centrada o de centroderecha.

Cuando se debía acometer un reajuste importante de línea en relación con el gran poder, que siempre ha sido el del gobierno del estado, porque había cambiado sustancialmente el ciclo político, se acudía a cambiar el director, y tema resuelto.

Pero con el paso del tiempo y en época ya muy recientes, La Vanguardia ha ido modificando aquellos planteamientos internos, y ya en tiempos de Sánchez, si bien la transformación comienza con Rodríguez Zapatero, el periódico ha ido derivando hasta construir un marco de referencia que tiene más puntos de contacto con el diario emblemático de la progresía española, El País, que con La Vanguardia de toda la vida.

Es evidente que hoy es uno de los periódicos que más páginas dedican a luchar contra el machismo, el patriarcado, a promover la ideología de género, dedicando una atención insólita a temas sexuales en dobles páginas centrales.

Pero lo más sorprendente de estos últimos días, es que a pesar que se percibe un cambio de gobierno en Madrid, aunque ni mucho menos esté asimilado, el periódico ha pasado a un alineamiento total con la reciente y más beligerante estrategia de Sánchez de descalificar totalmente a todo lo que está a su derecha convirtiendo al PP en “derecha extrema”.

La Vanguardia, en su editorial del 5 de junio, con el explícito título de “La derecha europea se revitaliza” hace una interpretación que construye un marco de referencia que viene a dar la razón a Sánchez y que uno de los más finos periodistas de La Vanguardia, Enric Juliana, perciba. El diario define que en toda Europa la derecha se está convirtiendo en extrema derecha y Juliana pone en valor la importancia en este contexto del triunfo de Sánchez, le otorga un valor añadido.

La frase destacada de la editorial lo dice todo: ”partidos conservadores de diversos países se acercan a los postulados de extrema derecha”.

En realidad lo que está pasando en Europa es que hay una serie de cuestiones que deliberadamente se han ido arrinconando y como constituyen problemas para la gente normal van emergiendo. Pueden ser la seguridad, la inmigración que no ha encontrado una buena respuesta todavía. Puede tratarse de las reivindicaciones de valores morales e instituciones que han configurado Europa. El sentido de nación, el matrimonio, la familia, los derechos de los padres y la patria potestad, etc.

Se podría enfocar por este otro lado, indagar por qué una parte de la política europea se sitúa en torno a estas cuestiones de una manera distinta a como ha venido pasando hasta ahora. Y la respuesta resultaría muy evidente: porqué el electorado reclama esta atención, pero como no encaja en el imaginario progresista ocuparse de estos temas se transforma automáticamente en ser un radical de derechas o peor todavía.

Las soluciones serán distintas entre unos y otros, pero no se tratará de una película entre bondadosos elfos y tremebundos seres malignos

Que los medios de comunicación opten por una opción política es perfectamente legítimo. Lo que ya no es tan positivo es que se alineen con planteamientos que descalifican absolutamente al adversario. Lo que hace inviable la lógica democrática que se basa en la igualdad de derechos para alternarse en el poder. Las soluciones serán distintas entre unos y otros, pero no se tratará de una película entre bondadosos elfos y tremebundos seres malignos.

Por eso el gran servicio que podría hacer La Vanguardia hoy en la tradición de sus mejores momentos sería recoger lo que en este mismo periódico declaraba en una entrevista el premio nobel de economía Finn Kydland en el sentido que lo que permitía el progreso económico y social de los países era la construcción de grandes consensos en aquello que es decisivo  a largo plazo y la existencia de instituciones independientes de quienes gobiernen en cada momento.

Kydland, que ganó el premio nobel precisamente con su teoría de la consistencia temporal, sostiene y demuestra que van bien aquellos países que son predecibles a largo plazo porque tienen políticas que se desarrollan en este ámbito y no a base de bandazos. Es decir, todo lo contrario de lo que sucede en España.

La recuperación de La Vanguardia pasaría por recuperar este gran servicio de reconstrucción de la voluntad de consenso y de sus ventajas y no en el alineamiento en uno de los dos bloques enfrentados que basan su acción política en la descalificación absoluta del adversario.

Promover esta tarea, estimular la existencia de instituciones independientes y asegurar en su seno, como gran periódico, el pluralismo necesario para enriquecer aquella perspectiva desde posiciones distintitas pero que coinciden en practicar la argumentación racional, significaría recuperar en un momento de gran necesidad lo mejor de lo que ha sido la historia de este periódico.

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