Excelentísimo señor presidente,

No puedo por menos que corresponder a su gentileza al escribirnos una extensa carta para exponernos sus temas personales. Por esta razón, le remito también mi escrito de agradecimiento por el detalle tan insólito de informarnos que dedicará ¡5 días!, ¡5!, a reflexionar sobre si debe dimitir, dolido por los ataques que recibe su esposa Begoña Gómez.

Un presidente normal habría meditado en el silencio y nos habría comunicado al final su decisión, como hizo con tanta dignidad el presidente Suárez. Pero que usted, tan absolutamente escaso a la hora de informarnos sobre los asuntos de Estado, tenga ahora la gentileza de contarnos un detalle tan personal como el amor que profesa a su mujer, es digno de todo elogio. Amor y víctima. Qué mejor receta para llegar al corazón de la gente. Está claro que ésta apenas es una cuestión de estado, sino más bien de momento judicial, a menos que usted se considere el mismo Estado.

Por cierto, aprovechando su nueva apertura informativa, ¿no sería hora de explicarnos, por ejemplo, por qué cambió de un día para otro la política de estado sobre el Sáhara, asumiendo plenamente las tesis marroquíes? Nos enteramos por el propio gobierno de Marruecos, mientras usted nos mantenía en la más total de las ignorancias. Ahora ya no es así y nos informa de su meditación. Sería bueno que prolongara esta línea informándonos de cuestiones más importantes.

Bien mirado usted ha reaccionado a los ataques a su esposa –otras personas menos consideradas lo califican de críticas- solo después de que el juzgado de instrucción número 41 de Madrid dictara una resolución del magistrado Juan Carlos Peinado abriendo diligencias previas para investigar los hechos denunciados por la denostada entidad «Manos limpias». Por tanto, no es ante los ataques por lo que usted reacciona, sino por la intervención de un juez.

Esto hace aún más inhabitual en un régimen democrático su carta, porque pese a que no sea su intención, lo que está haciendo como presidente del gobierno es una presión desmedida para que el juez Juan Carlos Peinado cierre las diligencias previas sin cuestionar a su esposa.

Porque el texto de su carta, descalificando a todo el mundo que no comparte su tesis, es altamente amenazador. Más que una reflexión, usted hace una advertencia que puede considerarse, dado el poder que tiene en sus manos, como una presión injustificada a la independencia judicial. Si a este asunto se le añade el control político desmedido sobre la Fiscalía del estado, es evidente que se puede mal pensar -no es mi caso- que lo que se propone la carta es detener en seco la intervención de la justicia.

Está claro que si se lee La Vanguardia de hoy día 25 de abril, llegará a la conclusión de que es imposible sospechar nada sobre su esposa. Pero, si se lee paralelamente el diario El Mundo, o bien llega a la conclusión de que se trata de dos hechos diferentes o que de las dos explicaciones una no va a misa. Porque la denuncia sobre todo se fundamenta en la carta de su esposa avalando al empresario Carlos Barrabés que concursó a la licitación de un ente público, Red.es dependiendo del ministerio de Economía, obteniendo contratos por valor de 10 millones de euros.

La empresa de Barrabés ganó por la elevada calificación en el apartado de la puntuación discrecional, aunque en la valoración por factores objetivos quedó mal calificada. Es una combinación desagradable. La mujer del presidente del gobierno no puede hacer escritos al mismo gobierno avalando ofertas de empresas y menos que estas ganen por la discrecionalidad. Esto tendrá consecuencias penales o no, pero desde el punto de vista formal y ético hace mal pensar.

De hecho, la trayectoria profesional de su esposa desde que usted es presidente del gobierno no es en modo alguno la más recomendable. No se puede hacer funcionar una cátedra que ella misma codirige y cobra, y que se fundamenta en donaciones de empresas privadas y empresas públicas, que al mismo tiempo les envían personal como alumnos. La mujer del presidente del gobierno no debe ir solicitando fondos de empresas porque esto está muy lejos de la corrección que se espera de una función institucional. No es de extrañar que se haya acabado produciendo esta tormenta que usted ahora intenta detener con su carta.

Los malpensados ​​creen que es una maniobra electoral y política para transformar en una ganancia el coste político de las diligencias policiales. Y que ahora, con esta reflexión de 5 días y el «suspense» que pretende crear, busca un voto aclamatorio de confianza y lanzar a la calle a sus huestes en desagravio, recuperando así aquella nuestra tradición franquista. Claro que los primeros intentos, los más espontáneos, han sido escasos con el número de asistentes, pero yo sé que usted no se desanima porque es de los que cree con razón, que con poder político, mediático y dinero se pueden montar grandes concentraciones intimidatorias.

Puede que no sea una maniobra y que acabe marchándose. No lo creo, francamente. A usted no le sacarán de la Moncloa nunca, porque hará lo necesario para evitarlo. Pero si nos sorprendiera con esta decisión, entonces quizá habría que mirar en una dirección distinta a la de los asuntos de la señora Begoña. Habría que mirar en dirección a Pegasus.

Reciba, señor presidente, el testimonio de mi consideración.

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