La nueva «Era del Desorden»

El año 2020 viene marcado por la pandemia Covid-19, pero significa más cosas: el final de la segunda ola de globalización iniciada hace unos cincuenta años, especialmente a partir del cambio de modelo económico en China, del comunismo a la economía de mercado (1978) – y el comienzo de un nuevo ciclo histórico que algunos analistas ya califican de la Era del Desorden.  

La primera oleada globalizadora tuvo lugar durante el medio siglo anterior a la Primera Guerra Mundial (1860-1914), siguió un período de grandes guerras con una fuerte depresión económica intermedia (1914-1945) y la instauración de la Guerra Fría, que terminó en 1989 con la caída del Muro de Berlín. La Covid-19 ha acelerado la tendencia existente desde hace unos años hacia la desglobalización y hacia la progresiva desaparición del orden mundial liberal instaurado en 1989, con la consagración de un mundo unipolar dominado por Estados Unidos, una vez desaparecida la Unión Soviética (1991), y el triunfo planetario de Occidente, la democracia y la economía de mercado.

La Era del Desorden significa el final del orden mundial liberal, liderado por Occidente desde 1989, y el comienzo de un nuevo ciclo caracterizado por la ausencia de un orden mundial reglado, el deterioro progresivo de las relaciones de los Estados Unidos y China y la reversión de una globalización desenfrenada en que China ha jugado un papel esencial.

La UE necesita, más que nunca, una verdadera política exterior y de defensa común para afrontar con éxito la nueva Era del Desorden que está comenzando. Si algunos analistas como el politólogo norteamericano, John Mearsheimer, perteneciente a la escuela de pensamiento realista de las relaciones internacionales, ha podido escribir la frase preocupante international polítics is a nasty and dangereous business (las relaciones exteriores son un juego sucio y peligroso) (Can China Rise Peacefully ?, 2004), ahora todo indica que las relaciones internacionales serán cada vez más nasty and dangereous que antes.

La UE no está preparada para afrontar la nueva Era del Desorden. Esto es así porque, desde sus orígenes con la creación de la CECA (Comunidad Europea del Carbón y del Acero, 1951), ha vivido protegida por los Estados Unidos a través de la OTAN  (Organización del Tratado del Atlántico Norte ) (el famoso artículo 5 de este Tratado dice que un ataque a cualquier estado miembro será considerado un ataque a todos, incluido los Estados Unidos) y se ha beneficiado del conjunto de instituciones multilaterales creadas después de la Segunda Guerra Mundial por las potencias occidentales ganadoras, bajo la batuta estadounidense.

La UE no sólo se ha sentido cómoda en el mundo de las relaciones internacionales durante décadas, sino que ha visto con satisfacción como el modelo de integración regional que construía se iba consolidando cada vez más, y como sus pilares políticos -democracia liberal, economía de mercado, cooperación internacional y soft power (poder blando, no militares) – eran cada vez más admirados, sobre todo después de la caída del Muro de Berlín en 1989.

A la vista de estos éxitos, los estrategas europeos pensaban que la UE no necesitaba convertirse en una potencia clásica y que con el soft power (poder blando, no militares) era suficiente.

El diplomático británico y prestigioso analista de las relaciones internacionales, Robert Cooper, que trabajó varios años en la Comisión Europea con Javier Solana ( «Mister PESC», Política Exterior y de Seguridad Común de la UE, hasta 2009), afirmaba que la UE se estaba definiendo como un nuevo tipo de Estado, que él calificaba de Estado posmodernoCooper distinguía entre tres tipos de Estados: Estados fallidos (failed states), Estados modernos (moderno states) y Estados posmodernos (posmoderno states). Según Cooper, los Estados fallidos eran los que se encontraban en vías de desarrollo, mientras que los Estados modernos eran los que ya habían llegado a una plenitud de soberanía, economía y defensa.

Las principales características de los Estados modernos y del mundo postmoderno en general son las siguientes: 1) final de la distinción entre asuntos nacionales e internacionales, 2) interferencia mutua de estos dos tipos de asuntos, 3) rechazo al uso de la fuerza en la resolución de disputas y consecuente codificación de reglas de comportamiento autoimpuestas, 4) irrelevancia creciente de las fronteras, 5) seguridad basada no en la fuerza, sino en la transparencia, la apertura, la interdependencia y la vulnerabilidad recíproca.  La UE constituía, a los ojos de Cooper, el ejemplo más destacado de un sistema político  posmoderno.

En este contexto de postmodernidad, los estrategas europeos estaban convencidos de que la UE no debía aspirar a ser una potencia clásica (moderna). No había de ejercer un poder duro / militar (hard power) como el que sus Estados miembros (véase Francia o Alemania) ya habían ejercido históricamente, sino que tenía que aprovechar su poder de atracción y de persuasión en un mundo cada vez más interdependiente, en el que los conflictos bélicos se suponía que serían cada vez menos frecuentes.  Bombas de atracción masiva son las que convienen, reclamaba precisamente unos años más tarde el Comisario británico Chris Patten (responsable de las relaciones exteriores de la UE entre 2000 y 2004) refiriéndose a la UE, en contraposición a las famosas armas de destrucción masiva que se suponía que entonces poseía Irak de Saddam Hussein.

De esta manera se fue desarrollando en el seno de la UE una política exterior basada en principios y valores (y no tanto en intereses) que defendía el derecho internacional, la cooperación, el «multilateralismo eficaz», y que estaba orgullosa de poner permanentemente sobre la mesa temas como los derechos humanos o la lucha contra el cambio climático. Dotada de un  soft power atractivo, la UE se veía a sí misma como una entidad «normativa» que aspiraba a exportar su modelo de gobernanza al resto del mundo, al tiempo que iba imponiendo sus reglas y estándares, sobre todo en materia económica. Pero aquella política exterior aparentemente tan exitosa tenía un gran defecto: necesitaba siempre la unanimidad de los Estados miembros de la UE para salir adelante. Esto hacía que sus «posiciones» en materia de relaciones internacionales acabaran siendo vacías de operatividad, suaves, poco «interesadas», sin incorporar elementos de hard power (militares), poco nasty and dangereous .

La primera Estrategia de Seguridad adoptada en la UE fue elaborada en 2003 por Javier Solana, entonces responsable de la PESC (Política Exterior y de Seguridad Común). El texto de ese documento comenzaba con estas palabras: «Europa no ha sido tan próspera, tan segura ni tan libre como hoy. La violencia de la primera mitad del siglo XX ha dado paso a un periodo de paz sin precedentes en la historia europea «. Todo el contenido de la estrategia era una celebración de las virtudes del soft power . Se decía que los instrumentos más eficaces de la política exterior europea eran los valores democráticos, la cultura, el comercio, la diplomacia, el desarrollo o la fe en un orden mundial reglado. La UE se consideraba internamente como un club de países amigos que habían dejado atrás para siempre sus viejas confrontaciones fratricidas y que habían optado definitivamente por la cooperación, dispuestos a cesiones progresivas de soberanía para alcanzar una unión cada vez más estrecha, constructora de un modelo de integración regional basado en la paz y la prosperidad, tolerantes, pactistas, respetuosos del imperio de la ley y de las libertades fundamentales, siempre en busca de compromisos para evitar los conflictos.

Aquel estado ideal de cosas, desde el punto de vista europeo, comenzó a cambiar radicalmente desde la primera década del siglo XXI y así hasta nuestros días.

El orden mundial liberal basado en reglas, victorioso en 1989, ha ido siendo sustituido por la rivalidad geoestratégica entre grandes potencias, particularmente los Estados Unidos y China. La progresiva desoccidentalización del mundo y la reemergencia de China, el aumento de la desigualdad generada por la globalización, la revolución digital y la Gran Recesión de 2007/2008 han cuestionado la hiperglobalización, aumentado el rechazo al libre comercio y a la inmigración, y han dado lugar al auge de los partidos antisistema.

Todo este terremoto político ha producido el Brexit y la figura de Trump, el primer presidente estadounidense que considera a la UE como un rival comercial y no como un aliado geopolítico. Por último, la pandemia ha supuesto un duro golpe para las economías europeas y ha acelerado los cambios globales, reforzando la rivalidad entre China y Estados Unidos, agudizando la crisis de las instituciones de cooperación internacional y torpedeando las bases de la democracia liberal.

El mundo idílico de comienzos de siglo ha dejado de existir ante el auge de los nacionalismos y el retorno de la realpolitik. En palabras del actual Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad , Josep Borrell, «la UE debe aprender a utilizar el lenguaje del poder». La UE debe reposicionarse  y debe consolidar una posición autónoma en la escena internacional, además de luchar por un multilateralismo renovado. Es necesario que aprenda a defenderse de las amenazas en materia de ciberseguridad y desinformación. Debe acostumbrarse a defender mejor los «intereses europeos» y debe conseguir autonomía estratégica en materias como economía, comercio, finanzas y tecnología. Además, son necesarias capacidades propias y efectivas en materia de seguridad, defensa y energía para ganar autonomía frente a las grandes potencias, así como someter un control más riguroso a sus inversiones en territorio europeo.

En último término, la UE debe evitar que las relaciones internacionales en la Era del Desorden entren en una lógica neoimperial dominada por dos bloques, los Estados Unidos y China, que recuerda la situación existente en Europa antes de la Primera Guerra Mundial, cuando había dos formaciones político-militares enfrentadas: la Triple Entente (Rusia, Francia y Reino Unido) y la Triple Alianza (Alemania, Austria-Hungría e Italia). La clave para romper la lógica neoimperial (que lleva a la guerra) podría consistir en sustituir el actual enfrentamiento entre Estados Unidos y China por un nuevo sistema equilibrador tipo G-3, formado por Estados Unidos y China más una UE ligada con potencias medias como Japón, Canadá, Australia o Reino Unido para terminar de hacer efectivo el contrapeso.

Antes de que sea demasiado tarde, la UE debe incorporar el concepto de poder a una política exterior y de defensa renovada, fortalecida y sin regla de la unanimidad en su proceso de toma de decisiones. Si no lo hace, corre el riesgo de la irrelevancia en la Era del Desorden.  

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