La geopolítica conquista la economia

Jean Pisani-Ferry es un reputado economista francés, experto en políticas públicas. Es miembro de dos prestigiosos think tanks, uno establecido en Bruselas (Bruegel, del que ha sido fundador y director), y el otro en Washington ( Peterson Institute for International Economics ). Ha asesorado a la Comisión Europea durante muchos años. Es autor de un libro sobre la crisis del Euro de 2010, lectura indispensable para entender tanto el funcionamiento como los disfuncionamientos de la moneda única europea. Se le considera muy cercano al presidente Macron. Incluso se ha escrito que es su verdadero maître à penser, particularmente de sus actuales planteamientos tan de moda hoy en la UE sobre «autonomía estratégica» en materia de defensa, economía y tecnología respecto a las dos grandes potencias, los Estados Unidos y China.

Acaba de publicar un trabajo que tiene un mérito especial, por provenir de un gran economista, donde reconoce abiertamente que hoy la economía ha perdido su preeminencia frente a la geopolítica, en el marco de las relaciones internacionales. Defiende la tesis de que esto es así a consecuencia de la emergencia de China en el panorama internacional, que le está llevando al liderazgo mundial a una velocidad inigualable y hasta hace poco impensable.

Piensa que la preeminencia de la geopolítica está clara a la vista de dos acontecimientos recientes . El primero es la guerra declarada por Estados Unidos al gigante tecnológico chino Huawei, al que considera una amenaza para su seguridad nacional desde 2018. El otro es la creación del AUKUS, alianza militar creada por Estados Unidos, el Reino Unido y Australia sobre compartir tecnología relacionada con submarinos nucleares, con el objetivo de afrontar el creciente desafío militar de China. Estos dos eventos, según Pisani-Ferri, demuestran “la toma de control, de forma generalmente hostil, de la economía internacional por parte de la geopolítica“. Se trata de un proceso que está empezando, y «la gran cuestión consiste en aprender a convivir con él».

La economía y la geopolítica no han sido nunca ámbitos completamente disociados.

El orden económico liberal creado a partir del final de la Segunda Guerra Mundial fue diseñado por grandes economistas, como Keynes o White, pero sobre la base de un plan maestro geopolítico concebido por estrategas en materia de política exterior. Los responsables políticos estadounidenses de la posguerra sabían perfectamente lo que querían. Venía escrito en un informe del Consejo de Seguridad Nacional de 1950: “pretendemos un contexto mundial en el que el sistema estadounidense sobreviva y florezca”. Desde el punto de vista de Estados Unidos, la prosperidad del mundo libre sería un medio para contener y finalmente derrotar al comunismo soviético (como así sucedió), y el orden liberal era el conducto hacia esa prosperidad. El máximo objetivo era geopolítico, pero las relaciones económicas internacionales se fraguaron durante décadas según sus propias reglas. Por ejemplo, los principios que gobernaban el comercio mundial o la política de tipos de cambio de las monedas eran estrictamente económicos.

En 1989, con la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría, colocó temporalmente a los economistas en el más alto pedestal. Durante las tres décadas siguientes, hasta la Gran Recesión de 2008, los banqueros centrales pensaban que ellos dirigían el mundo. La gestión de la globalidad se había encomendado a «una pequeña comunidad de expertos». Pero, una vez más, existía un objetivo geopolítico subyacente, esta vez sobre China emergente. De la misma forma que la apertura económica había contribuido al colapso de la URSS, se esperaba que se produciría una convergencia de China hacia el modelo occidental. Con esta idea in mente el presidente Clinton dio el visto bueno a la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio en 2001. Para el resto, la interferencia entre economía y geopolítica seguía siendo limitada.

Ahora es cuando se observa claramente que ese objetivo político subyacente ha fracasado.

Obama lo dio a entender con la adopción de la política pívot to Asia , Trump reaccionó iniciando una guerra comercial contra China y Biden no ha eliminado las medidas arancelarias de castigo adoptadas por su antecesor. Además, Biden ha creado el AUKUS, ha reforzado el QUAD (alianza contra China formada por Estados Unidos, India, Japón y Australia), y ha activado el sistema Five Eyes (espionaje tecnológico sobre China por parte de cinco países anglosajones, Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Australia y Nueva Zelanda).

El ascenso de China y su creciente rivalidad con Estados Unidos ha puesto punto y final a la antigua relación entre economía y geopolítica. Ante la evidencia del fracaso de la convergencia de China con Occidente a través de una integración y cooperación económicas, la geopolítica ha vuelto a ocupar el primer plano . Estados Unidos ha entrado en una nueva época en la que la política exterior ha tomado el control sobre la economía.

Por su parte, China no es extraña al ejercicio del control de la economía por parte de la geopolítica, puesto que lo practica sistemáticamente desde siempre. Aunque sus líderes defiendan normalmente el multilateralismo para quedar bien frente a los interlocutores occidentales, tanto su tradición histórica como su filosofía de gobernanza recomiendan el control político sobre las relaciones económicas domésticas y de forma especial sobre las exteriores.

La iniciativa china sobre «las nuevas rutas de la seda» significa contratos de préstamos chinos para proyectos de infraestructura en países en desarrollo que implican una condicionalidad política y descartan explícitamente una reestructuración de la deuda a través de procedimientos multilaterales.

En Europa, donde la convicción sobre la primacía de la economía está muy arraigada, así como la primacía de las reglas comunes sobre la discreción estatal, las cosas también han empezado a cambiar. La UE está despertando a una nueva realidad. La presidenta de la Comisión Europea, la alemana Úrsula von der Leyen, ya declaró al principio de su legislatura, en 2019, que quería liderar una “Comisión geopolítica“.

El interrogante es qué implica realmente este renovado foco geopolítico.

La mayoría de expertos en política exterior imaginan las relaciones internacionales como un juego de poder. Sus modelos implícitos muchas veces suponen que la ganancia de un país significa la pérdida de otro. Los economistas, por su parte, están más interesados ​​en promover las ganancias que generan las transacciones transfronterizas o la acción conjunta de todas las partes. Su concepto base de las relaciones económicas internacionales imagina a actores independientes que entran voluntariamente en acuerdos de beneficio mutuo.

Seguridad y defensa cotizan hoy en alza. La rivalidad entre Estados Unidos y China   constituye el elemento geopolítico central del siglo XXI.   China First   es el nuevo lema de la política exterior estadounidense. La UE busca su propia «autonomía estratégica«, por más que algunos en Bruselas la califiquen de «abierta». En un mundo más geopolítico, Europa piensa que «hay que trabajar de manera autónoma», en palabras de una alta funcionaria de la Comisión Europea responsable de comercio, y este podría convertirse en un nuevo credo. La estabilidad internacional pesa más que los flujos comerciales, la pandemia y la crisis climática. El mundo está siendo cada día más hobbesiano. El lema central de Hobbes, figura clave de la teoría realista de las relaciones internacionales, era homo homini lupus (el hombre es un lobo para el hombre).

La covid ​​ha actuado como fenómeno impulsor del cambio y ha abierto un horizonte militar, nacionalista y amenazante. Ha alterado las relaciones entre Occidente -en particular Europa, y Estados Unidos- y China. Hemos entrado en una relación más antagónica de la que teníamos antes. El Alto Representante de asuntos exteriores y seguridad de la UE, Josep Borrell, acaba de regresar de Washington donde ha comprobado que Estados Unidos está ya en guerra comercial con China y casi en Guerra Fría. Allí ha pedido unas «estructuras militares compartidas», unos «sistemas permanentes de cooperación» y unos «entrenamientos conjuntos» entre la UE y la OTAN.  La UE quiere un sistema europeo de defensa complementario a la OTAN, aunque reconozca que «no hay alternativa a la OTAN para la defensa territorial de Europa». Borrell ha terminado su visita a Washington declarando que «la confrontación entre Estados Unidos y China marcará este siglo».

La conclusión de todo ello es que en el escenario internacional de nuestros días China y la geopolítica son preeminentes.

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