Por razones puramente ideológicas, la cuestión de la inmigración en Cataluña, también en España, es abordada desde el ámbito técnico casi exclusivamente en términos positivos. Se señala su necesidad por insuficientes nacimientos, por la aportación a la Seguridad Social -que como es lógico tendrá un retorno futuro- y por su aportación al aumento del PIB, consecuencia del efecto población.
Pero nada se habla, o se hace muy de paso, de su impacto sobre la productividad, que es un factor decisivo por dos razones. Una general: crecer en población y no hacerlo en términos equivalentes en productividad es un empobrecimiento. Y segunda, y específica de nuestro país: existe un problema crónico con la productividad, que el tipo de inmigración que llega tiende a empeorar. Esto sin considerar, en el caso de Cataluña, la creciente dificultad por el uso social del catalán en las grandes ciudades de Cataluña, empezando por la propia Barcelona.
Según el INE, a 1 de enero de 2021, el porcentaje de extranjeros sobre el total de la población residente en Barcelona era del 21,6%, del 16,9% en Madrid, del 15,5% en Cataluña y del 11,4% en España. Pero si nos referimos a la población empadronada en Barcelona a 31 de diciembre de 2020 y nacida en el extranjero, la magnitud es 26,3%, y la estimación para 2023 ronda el 30%. Los datos son distintos porque los conceptos que miden no son los mismos.
Los inmigrantes extracomunitarios que llegaron hace tiempo, con sus primeros grandes flujos del siglo, se han nacionalizado españoles o tienen doble nacionalidad. Por tanto, no aparecen en el Padrón como población inmigrada. Sólo la referencia al lugar de nacimiento nos da una idea más exacta de la realidad. París presenta un porcentaje del 15% y Berlín, una de las grandes ciudades de Europa con mayor inmigración, alcanza un 24,2%. Barcelona, en consecuencia, y en lo que se refiere a las grandes ciudades de Europa, encabeza la clasificación por población inmigrante, pero no existe ninguna política municipal ni catalana que aborde esta realidad creciente.
Girona alcanza el 20,7%, y también se sitúa en 1 de cada 5 Lleida, mientras que Tarragona es la única capital catalana que no llega a esa magnitud (18,5%) de ser nacido en el extranjero como mínimo 1 de cada 5 habitantes. L’Hospitalet, la segunda población de Catalunya, alcanza una cifra similar, 21,9%.
Los datos primarios se encuentran aquí, aquí y aquí.
A efectos de lo que más adelante me referiré sobre la relación entre población y generación de renta de la población residente, debería considerarse la magnitud de los hijos nacidos de padres ambos inmigrantes, lo que todavía aumenta más las cifras anteriores.
Pero, ¿por qué esa consideración?
Porque el factor decisivo en los ingresos de las familias trabajadoras sin bienes acumulados es la productividad, y ésta depende, sobre todo, de dos factores: el capital humano, en primer término, y el capital social, que ayuda a optimizarlo. Ambos determinan, además, el sector en el que será más fácil encontrar trabajo. El capital social ayuda a explicar cómo crece la desigualdad de los grupos de población de mayores ingresos con relación al resto. Así es porque sus hijos, además del factor herencia y los estudios alcanzados, suelen poseer un capital social superior por el nivel de relaciones familiares. Pues bien, la población inmigrante tiene mayoritariamente un capital humano menor que la población autóctona de su media de edad, con la agravante de que su capital social, por haber abandonado su país, es muy reducido, y eso comporta dificultades laborales para trabajar en tareas calificadas, incluso poseyendo en origen el capital humano adecuado.
Los hijos de matrimonios de inmigrantes de primera generación poseerán mejores condiciones que sus padres en términos de esos dos tipos de capital, pero la resultante aún será inferior a la de la población autóctona de la misma edad. Esto es así por las condiciones de partida; es decir, por la desigualdad de oportunidades, pero también porque el sistema educativo y de servicios sociales del que dispone España, y Catalunya para nada es una excepción, apenas permite mejorar la situación. La escuela pública, como indican todos los datos hasta el aburrimiento, es muy deficiente y no existen medios para corregir las desigualdades familiares en la formación del capital humano, ni se dispone de las ayudas económicas a las familias de bajos ingresos que permitan paliar las condiciones de inferioridad.
Todo esto tiene lecturas diversas, pero a efectos de la que nos interesa para este diagnóstico, resulta que entre la población nacida en el extranjero y sus hijos nacidos aquí en parejas de aquellas características, del orden del 30 % de la población de Barcelona, responde a condiciones, en términos de capital humano y capital social, menores que los de la población autóctona de edades equivalentes y este hecho constituye una limitación importante para el presente y el futuro económico de la ciudad.
La raíz del problema radica en la debilidad de la población nacida en Barcelona, Cataluña o en el conjunto de España. Se constata en la población de 0 a 14 años, que está fuera del ámbito laboral y por consiguiente tiene una presencia muy inferior de población inmigrada. Barcelona sólo tiene un 12,04% de población de esa edad, por 12,89 de Madrid y 14,12 de España. En 1986, el 17,9% de la población tenía 15 o menos años y la de 65 y más años significaba el 14,8%. En 2022, los más jóvenes sólo representan, como hemos visto, poco más del 12% y los mayores avanzan hasta doblar la cifra con un 21,3%. El ratio entre unos y otros ha pasado de 1,21 a otro de 0,65. Es la expresión numérica de un desastre.
La perspectiva es aún peor si consideramos a los hijos por mujer que nos anticipa el futuro. En cuanto al índice sintético de fecundidad, el número medio de hijos por mujer en edad fértil es de 1,09 , en Cataluña es de 1,21 hijos por mujer, y en España de 1,19. A principios de siglo, en 2004, estaba en el 1,17. Esa cifra significa que este índice aplicado sólo a las mujeres autóctonas debe ser de 1 o incluso por debajo. Por tanto, la tendencia en Barcelona es acelerar el declive demográfico y el proceso de sustitución de población por inmigración: la población acelerará su envejecimiento por la jubilación de las cohortes del “baby boom” y por una tasa de fecundidad ínfima.
En Cataluña las tasas máximas de fecundidad se sitúan en 1,5, caso de Manresa, y 1,4 en Lleida y Reus, a causa de hijos de la población inmigrada. La conclusión es evidente: en Barcelona apenas nacen niños. De hecho, en el 77,5% de los domicilios no vive ningún menor.
El total de nacimientos en 2021 en Barcelona fue de 11.510, siendo el más bajo registrado en la ciudad desde 1939, en plena Guerra Civil española. Un dato no menor es que casi la mitad de estos niños nacieron fuera del matrimonio, lo que tiende a acentuar sus deficiencias en la formación del capital humano y el capital social.
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