La inmigración convertida en dogma incuestionable

Hace unos días, el presidente de Estados Unidos Joe Biden tildó a Japón, el aliado más antiguo y más importante de su país en Asia-Pacífico, de «xenófobo». No sólo eso, sino que Biden incluyó a Japón en una especie de lista negra de países refractarios a la inmigración que también incluía a Rusia y China.

Biden, que paradójicamente había acogido tan sólo unos días atrás al primer ministro japonés Fumio Kishida en visita oficial, explicó en una gala de recogida de fondos que Japón, Rusia y China tenían los tres problemas económicos porque se resistían a acoger a inmigrantes.

La afirmación no solo es falsa (en Rusia habitan unos seis millones de inmigrantes, provenientes sobre todo de los países ex-soviéticos), sino que vincular la inmigración actual de Estados Unidos a la buena marcha actual de la economía estadounidense es fuertemente contestable. Como ya informamos, el crecimiento de la que todavía es la primera economía mundial se explica ante todo por su fortísimo endeudamiento público y por la facilidad de acceso al crédito.

La sentencia de Biden refleja, sin embargo, una importante realidad de la política occidental actual: la inmigración se ha convertido entre la mayor parte de las élites políticas y mediáticas en un dogma cuyas bondades son incuestionables.

Dicho de otra forma, poner en duda la inmigración conduce prácticamente al ostracismo.

El simple hecho de poner en entredicho los supuestos beneficios de la inmigración implica en buena parte de la esfera pública ser tildado de extremista, militante de extrema derecha, racista y, siempre que sea posible, islamófobo. Dicho de otra forma, poner en duda la inmigración conduce prácticamente al ostracismo.

Dos tipos de inmigración diametralmente opuestos

Es una evidencia que gozar de una inmigración laboral de personas altamente cualificadas y fácilmente integrables en la cultura y la sociedad que las acogen es extremadamente positivo para cualquier país. Si Biden se refería a esta inmigración de élite, de la que Estados Unidos disfruta más que ningún otro país occidental, es necesario sin duda darle la razón.

Hay un segundo tipo, muy mayoritario, de inmigración, la que podríamos calificar de inmigración masiva. Se trata de las entradas de personas con escasas o nulas calificaciones, y que, por tanto, solo pueden aspirar a ocupar los puestos de trabajo más básicos y que a menudo la población autóctona se resiste a efectuar.

Esta resistencia se explica en buena parte por la ley de la oferta y la demanda del mercado laboral: si la oferta de sueldos bajos existe es porque existe una demanda por parte de este perfil de inmigrantes (ver los esclarecedores datos de Estados Unidos en este sentido).

Es además un círculo vicioso: el efecto sobre la economía de este tipo de mano de obra barata tiende a reforzar los sectores menos productivos de la economía, como el turismo, y retrasa la innovación tecnológica en otros, como la agricultura.

Si al escaso valor añadido a la economía (con todas sus implicaciones incluidas, empezando por la grave descompensación generada en las cotizaciones de la seguridad social) se le añaden las dificultades culturales y sociales para integrar a estos recién llegados provenientes en su práctica totalidad de países muy alejados de quienes los acogen, los costes se disparan de forma astronómica.

Un hecho cumplido

Hay que ser consciente de que hoy, cuando se habla de inmigración, particularmente en Europa y con mayor razón en España y Cataluña, se trata esencialmente de este segundo tipo, el de la inmigración masiva, y no su variante de élite.

Sin embargo, la mayoría de las élites se niega por todos los medios a admitir los problemas que la inmigración masiva plantea. Al contrario, esta intelligentia no cesa de jactar sus supuestas bondades hasta llegar al infantilismo de querer acoger a todo el mundo con los brazos abiertos.

Peor aún, una vez el fracaso de la inmigración masiva se convierte en una evidencia constatable paseando por la calle, sus defensores parecen cambiar de estrategia y pasan a presentarla como un hecho cumplido, excluyéndola del debate público.

«lo ideal es no hablar de inmigración» para evitar reacciones adversas del electorado.

Tal y como afirmaba sin contemplaciones hace escasos meses en una entrevista surrealista en el diario ara.cat un catedrático de ciencia política de la universidad de Glasgow, Sergi Pardos-Prado, «lo ideal es no hablar de inmigración» para evitar reacciones adversas del electorado.

Circulen, que no hay nada que ver. O dicho, de otra forma, la inmigración no es negociable y se sitúa más allá del juego democrático. La ciudadanía no tiene derecho a opinar de una cuestión, sin embargo, fundamental. Porque los malvados y quienes representan el peligro para la democracia son, según estas élites, quienes se atreven a hablar de ello.

La mayoría de nuestras élites no sólo no admite los problemas que plantea la inmigración masiva, sino que intentan excluirla del debate político Clic para tuitear

Recuerda:

Charla-Conferencia por Zoom sobre la “Situación y perspectivas políticas de Cataluña. Elecciones del 12 de mayo” del miércoles 8 de mayo a las 19 h. a cargo del Sr. Jordi Alberich, economista, exdirector del Círculo de Economía y colaborador de El Periódico. Presentará el Sr. Josep Miró i Ardèvol.

Día: Miércoles, 8 de mayo de 2024

Hora: 19 h.

Puedes acceder a la sesión mediante este enlace Zoom:

 https://us02web.zoom.us/j/6304386212?pwd=QUtSaDd4RTUzOUNrTzg4am9XbFdYZz09

ID de reunión: 630 438 6212

Código de acceso: 592345

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