Todos sois hijos de la luz

Todos sois hijos de la luz y del día: no pertenecemos ni a la noche ni a la oscuridad. 1Ts 5,5

Nos toca vivir una época de oscuridad y tinieblas. Donde había confianza, ahora hay incógnitas; donde había referentes, ahora hay vacíos; donde había luz, ahora hay oscuridad.

En nuestras comunidades nunca habíamos tenido a nuestro alcance el bienestar material que tenemos a día de hoy: nunca habíamos vivido tantos años, nunca habíamos disfrutado de una ciencia tan avanzada al servicio de la salud, nunca habíamos dispuesto de tantos bienes a nuestro alcance, nunca habíamos dispuesto de un acceso tan instantáneo al conocimiento.

Ahora bien, ¿es todo esto sinónimo de vidas más plenas y felices?

Huyendo del reduccionismo materialista, me aventuro a responder que no. Echando un vistazo a las vidas de los que compartimos generación, jóvenes de entre 20 y 30 años que vivimos entre los estudios superiores y la consolidación profesional, observo que, a pesar de ser el futuro inmediato de nuestras comunidades, sufrimos una especie de vacío existencial, más o menos profundo, con una fuerte sed de ser llenado de sentido, de destino.

Pues bien, me dispongo a compartir de forma sintética con el lector, especialmente si comparte generación con un servidor, cuál ha sido mi camino en búsqueda del destino que llena de luz mi vacío.

Todo comienza con un encuentro. El mío fue un 2 de febrero de 2019, día de la Mare de Déu de la Candelera (Virgen de la Candelaria), fiesta grande en mi casa, Molins de Rei (Barcelona).  A un grupo de jóvenes que ese año nos presentábamos a las elecciones municipales en el pueblo con una candidatura independiente y muy humilde en medios, una amiga que nos daba apoyo nos propuso que llevaramos a la parroquia la imagen de la Mare de Déu desde la casa de un vecino.  Ante las miradas incrédulas de los transeúntes, avanzamos por las calles hasta acercarnos a las escaleras del templo para que Mossèn Vicenç, el párroco, bendijera la imagen y, seguidamente, nos dispusimos a entrar y presenciar el rito consistente en encender candelas.

Me quedé mirando fijamente la candela que tenía en las manos, como si nada más existiera en ese momento. Sentí un fuerte escalofrío de arriba a abajo y con la piel de gallina sentí una voz interior que decía: es eso, es aquí y es ahora. Sin terminar de ser consciente de lo que acababa de pasar, me senté en uno de los bancos de la iglesia para oir la misa que se celebró a continuación. Las misas a las que había asistido en mi vida se podrían contar con los dedos de una mano. Aquel día la predicación hecha por el párroco parecía que estuviera hecha a medida en la experiencia que acababa de vivir con la candela. Así fue como me encontré con Dios, mi primer anuncio, en términos eclesiales.

Me quedo con una sola idea. En medio de la oscuridad de nuestros días, Dios ilumina nuestro camino como la llama de una candela. Somos nosotros los que abrimos camino al andar, es Dios quien pone la luz para seguir adelante.

Aquel día comenzó mi andadura en el camino de la fe. Después de unos cuantos meses de preparación, llamada técnicamente catecumenado, evocando el camino de conversión de los primeros cristianos, recibí el mes de octubre de 2020 los sacramentos de iniciación de la vida cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía o Comunión.

Os puedo decir que, desde aquel frío día de febrero mi vida ha hecho un giro del vacío a la plenitud, de la incertidumbre a la confianza y de la oscuridad a la luz.

Y, ¿sabéis qué? Que he encontrado tanta luz, que no me cabe dentro. La tengo que contagiar, la tengo que compartir, porque es lo mejor que me ha pasado en la vida.

Y no, esto no es un sermón ni una cuña publicitaria, a esto se le llama dar testimonio de la nueva vida a través de la palabra. Una nueva vida donde la profundidad del vacío y las tinieblas que nos hacen sufrir se cubren de una luz que salva, sana y sacia.

Y acabo. Estas humildes letras pretenden una única cosa, pequeña y a a la vez grande como una semilla de mostaza. Te invito, estimado lector, muy especialmente si eres joven, a que abras, ni que sea medio palmo, la puerta del corazón, la ventana de la razón y la reja del arrojo a la luz que cobrará de claridad, consuelo, sentido y destino tu vida.  Anda el camino candela en mano en esta peregrinación que es la vida.

Eres hijo, hija de la luz, déjate iluminar e ilumina el mundo.

Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. Mt 5,14-16.

Y, ¿sabéis qué? Que he encontrado tanta luz, que no me cabe dentro. La tengo que contagiar, la tengo que compartir, porque es lo mejor que me ha pasado en la vida Clic para tuitear

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