El proyecto estrella de Sánchez de convertir a España en un hub generador de hidrógeno para Europa y que tendría los primeros resultados en 2030, ¿es un proyecto real o un vuelo de palomas?
Empecemos por decir que nada tiene que ver un gasoducto, es decir las tuberías que transportan gas, con el transporte de hidrógeno. Así es por dos razones.
Primera, el hidrógeno no es un recurso energético porque no está libre en la naturaleza, sino que debe producirse industrialmente. Mientras que el gas simplemente se captura y transporta.
La segunda diferencia es que el hidrógeno presenta grandes dificultades para el transporte. Su molécula es muy pequeña y este hecho genera pérdidas importantes en el almacenamiento y transporte. No sirven los depósitos y tuberías habituales porque este gas altera la estructura del acero y, por tanto, necesita una infraestructura nueva y específica. Por último, exige precauciones porque es muy inflamable y explosivo. De ahí que exista la opción de transformar el hidrógeno en metanol para utilizarlo como combustible que presenta muchas más facilidades y menor riesgo.
Para producir hidrógeno verde se necesitan dos condiciones.
Una común a todo proceso de producción de este gas que se obtiene bien a partir del gas natural bien a partir del agua. El hidrógeno verde utiliza agua para evitar toda contaminación y se utilizan energías de origen renovable normalmente a través de un proceso de electrólisis y aquí se presenta una gran cuestión. Se necesita más energía para producirlo de la que la alcanza. Por 3 GW se obtiene 1 GW de hidrógeno. De hecho, el coste de la electricidad significa el 50% del coste total de producción a lo que hay que añadir después el derivado del almacenamiento y transporte.
La primera pregunta que uno puede formularse es por qué la electricidad renovable producida no se utiliza directamente y se obtiene así una mejor eficiencia. La razón es que hay opciones por las que el hidrógeno es necesario.
La primera es para sustituir la producción de hidrógeno gris que es contaminante y que en España representa 500.000 toneladas al año.
La segunda opción es para aplicar el hidrógeno a empresas que en la actualidad consumen mucho gas, como por ejemplo las cementeras.
Y, en tercer lugar, y ya con más reservas, para ser usado como combustible de transporte pesado por los camiones que funcionan a base de pilas de hidrógeno. Pero está por ver si este tercer caso es el mejor camino. El hidrógeno en ese sentido y para estos usos es un sustituto del gas, pero no es generalizable. No representa una solución única, pero sí como dice la Agencia Internacional de la Energía, es una salida para descarbonizar a sectores de la economía que no son fáciles de electrificar.
Ahora bien, dado el coste y las dificultades del transporte, parece lógico considerar que tendrán prioridad aquellas plantas de hidrogenación que se sitúen más cerca de núcleos consumidores industriales de gas o productores de hidrógeno gris.
Se dice que España está en óptimas condiciones para producir hidrógeno verde porque abunda el sol y, por tanto, la energía con este origen. Pero claro, no es suficiente este recurso, es necesario además disponer de grandes superficies de terreno y sobre todo del agua necesaria.
Para producir un millón de toneladas anuales de hidrógeno con un rendimiento del orden del 50% en la transformación, se necesitarían unas 15.000 hectáreas para generar la energía eléctrica necesaria de origen solar, a menos que como Argentina se quiera utilizar enormes aerogeneradores de la altura de la torre Eiffel, lo que no parece factible en nuestro caso; además se necesita combinar esta energía con una gran cantidad de agua. Para 1 millón de toneladas se necesitan 11 millones de m³ al año.
Para situar una referencia, el consumo medio de un hogar en España es de 153,6 m³, por tanto, equivale a una población compuesta por unos 71.600 hogares aproximadamente, que se correspondería a una población de unas 170.000 personas. Son cifras muy importantes, pero que pueden ser mucho mayores porque ese rendimiento del 50% es teórico y experimentaciones en laboratorio otorgan una respuesta mucho menos satisfactoria del 27%, más o menos la mitad del rendimiento teórico y, por tanto, si fuera así habría que multiplicar por dos las cifras indicadas.
Y es que la tecnología de la producción de hidrógeno verde todavía está inmadura y su coste por todo lo expuesto es muy elevado. Como en otras tecnologías, se irá reduciendo en el transcurso del tiempo y en su aplicación, pero en cualquier caso es bien sabido que el resultado final tendrá un precio superior al que tiene en la actualidad el gas.
Parece muy difícil que de aquí a 2030, en el supuesto de que el hidrogenoducto esté finalizado, pueda transportar hidrógeno porque la producción española deberá servir, en primer lugar, para sustituir su hidrógeno gris y alimentar el gran consumo de gas natural.
La pregunta que hacíamos al principio, en estas condiciones todavía se hace más necesaria: ¿por qué no exportamos a Europa electricidad en lugar de hidrógeno?
Y la respuesta entra en el terreno de la política. Sencillamente porque Francia no quiere. Cuando tenga resuelto su paro nuclear, Francia tendrá una gran capacidad de producir energía eléctrica a buen precio y no le interesa en absoluto la competencia de la energía de fuentes alternativas que pueda aportar España. Este plus eléctrico, más cuya abundancia de agua dispone el país vecino, hace que en realidad esté mucho mejor situada para producir hidrógeno que España y el tubo Barcelona-Marsella tiene todos los números para que acabe exportando hidrógeno de Francia hacia España porque será mucho más competitivo en precio.
Otro factor que llama la atención del proyecto de Sánchez son las cifras económicas.
El gobierno español prevé una inversión de 1.000 millones hasta 2030 y de 4.600 hasta 2050. Pero es que el Consejo Mundial del Hidrógeno prevé a escala global 1.000 millones para 2030 y hasta 10.000 en 2050, si es que el hidrógeno deviene rentable. La cuestión es cómo encajan las elevadas cifras españolas con la previsión global. Está claro que existe un sobredimensionamiento en la perspectiva del gobierno español que sitúa el proyecto más cerca del vuelo de palomas que de una realidad industrial.
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