Europa busca la fórmula mágica para salvar a sus empresas

En Estados Unidos se habla de desmenuzar el imperio de Google por los peligros que comportaría para los consumidores y para el libre mercado.

Mientras, en Europa la cuestión de la consolidación empresarial se enfoca de forma diametralmente opuesta y los políticos insisten en que es necesario autorizar más fusiones de empresas, con el objetivo de crear “campeones” europeos.

No se trata de una simple anécdota sino de una muestra más de la creciente desconexión entre las economías norteamericana y europea.

La primera, impulsada por el sector de la tecnología, sigue un camino de frenético crecimiento y constante innovación. Esto no quiere decir que no tenga retos importantísimos frente a ellos, como por ejemplo la pérdida del tejido industrial a lo largo de las cinco últimas décadas o la dependencia -menor que la europea- de baterías y componentes eléctricos chinos.

Ante esta América prósperaEuropa ha quedado retrasada en la carrera de las nuevas tecnologías. No sólo de los servicios por internet y la inteligencia artificial, sino también del coche eléctrico, las baterías y el espacio.

Los sectores donde los gobiernos europeos como Alemania y Francia quisieran fusiones son reveladores porque nada tienen que ver con estos mercados estratégicos, sino que se habla de telecomunicaciones y compañías aéreas.

Mercados, por tanto, de servicios y en buena parte aportados por la demanda interna en vez de la exportación, constituyendo una prueba más de que Europa tiene cada vez menos actores económicos de primer orden en la escena internacional.

Resulta doloroso comprobar la composición del ranking de las 50 mayores empresas del mundo en cotización en bolsa: sólo un 10% de las 50 principales empresas mundiales son europeas. Encontramos exactamente el mismo porcentaje entre las 500 primeras del mundo.

Según Alemania y Francia, pero también los ex primeros ministros italianos Mario Draghi y Enrico Letta, las fusiones de empresas europeas son necesarias para incrementar la eficiencia y resistencia de la economía europea.

Por su parte, la presidenta de la Comisión Europea Ursula von der Leyen ha pedido a su candidata a ocupar el cargo de comisaria de competencia, Teresa Ribera, que trabaje en una política que “apoye más a las empresas que se expanden en los mercados globales”.

El gran miedo de los dirigentes europeos es que los gigantes estadounidenses y chinos aplasten a sus rivales europeos. El caso de la fusión, finalmente impedida por Bruselas, entre los fabricantes de ferrocarriles Alstom y Siemens tenía como objetivo declarado competir mejor contra el mastodonte chino del sector, mucho mayor que los respectivos líderes de Francia y Alemania.

Los críticos con esta línea de acción política, entre los que se cuentan las autoridades de competencia no sólo de la Comisión sino de países como Francia y Alemania, es que la fusión de empresas es una falsa solución para el declive industrial europeo.

Lo que parece evidente es que las preocupaciones de unos y otros son distintas. Probablemente, las soluciones que proponen sean igual de válidas, aunque no atacan el problema de fondo que es el énfasis erróneo de Europa en la regulación y la falta de incentivos en la inversión empresarial .

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