Sorprende que en una sociedad en la que las formas dominan sobre el fondo, los códigos de vestimenta y la etiqueta atraviesen una crisis tan profunda. Un problema que no se limita al grosor de la población, sino que afecta de una forma particularmente grave y manifiesta a nuestras élites.
La cumbre de la OTAN de la semana pasada ya dejó imágenes curiosas del abismo que separaba el esplendor de la etiqueta hispánica (conocida por ser una de las más exigentes del mundo) con las dificultades de algunos de los invitados a la hora de hacerle frente.
Pero es en los parlamentos y otras instancias de representación democrática donde la crisis de la elegancia y del saber estar es más manifiesta.
En nuestro Parlamento de Cataluña todo empezó con diputados que se quitaban la corbata en un gesto «revolucionario» y «liberador». Camisetas (con o sin mensaje), zapatillas y botas de montaña están plenamente normalizadas desde hace años.
Precisamente a propósito de este aspecto aparentemente superficial de la vida política escribía recientemente el sociólogo quebequés Mathieu Bock-Côté en el diario Le Figaro.
La excusa que encuentra Bock-Côté para tratar el tema es la irrupción con fuerza en la Asamblea Nacional de Francia de dos fuerzas políticas “populistas”: se trata del Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen y de la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon.
Por un lado, los diputados del Reagrupament Nacional recibieron su primera consigna de partido: preséntese con traje de hombre y corbata unos, con traje de mujer o equivalente las otras. Por otro lado, los miembros de Francia Insumisa se tomaron una primera fotografía de familia donde reinaba un gran exotismo y diversidad de vestimenta.
Bock-Côté extrae de esta anécdota la siguiente observación: mientras los primeros respetan los códigos de la institución que les acoge, los segundos parecen considerar que entrar en el parlamento no tiene nada de solemne.
El pueblo sabe muy bien distinguir un traje de fiesta del de una barbacoa
También observa que las izquierdas suelen justificar su forma de vestirse explicando que se visten como el pueblo. Pero, ¿realmente es así? El pueblo «sabe muy bien distinguir un traje de fiesta del de una barbacoa», dictamina el canadiense.
Las izquierdas de hoy siguen atascadas en los tiempos en que representaban realmente a las clases populares y las oponían a una “cultura burguesa”. Ésta última tenía una serie de códigos e instituciones, como la etiqueta, concebidos para distinguirse del pueblo.
Era una visión genuinamente marxista de la forma de vestirse y de la elegancia en general, y sin embargo, los representantes políticos marxistas y socialistas de entonces seguían los códigos burgueses de etiqueta.
Hoy en día ya no escapa a nadie, y los estudios realizados a partir de los perfiles de los votantes así lo demuestran, que las opciones de extrema izquierda ya no recogen masivamente el voto de las clases populares.
En algunos casos, como el de la CUP en Cataluña, se han convertido en auténticos bastiones elitistas: su votante medio es el más adinerado de todos los partidos políticos.
Las izquierdas no se han dado cuenta aun que muchas de sus “protestas” y “rebeldías” hace años y cerraduras que han sido aceptadas y se han convertido en parte del mainstream
Asimismo, el rechazo a la elegancia sigue formando parte del imaginario de partidos como la CUP, Unidas Podemos o Francia Insumisa. Estas izquierdas que se quieren radicales no se han dado cuenta aun que muchas de sus rebeldías y reivindicaciones llevan años y cerraduras integradas y son parte del mainstream.
Hoy en día, acudir al Parlamento en chanclas no tiene nada de contestatario. Por el contrario, es coherente con la mediocridad de nuestra clase política y de la sociedad totalmente desvinculada de sus tradiciones que estos partidos revolucionarios de feria promueven.
La elegancia es prestar atención al otro Share on X«La forma de vestirse no es coquetería», afirma acertadamente Bock-Côté. Al contrario, » la elegancia es prestar atención al otro«. No se trata de tener un Parlamento uniformado, ni un habitáculo que parezca una convención de la industria del lujo.
La elegancia es más que nunca necesaria en la política porque es el signo externo más evidente de respeto hacia lo que las instituciones representan, y sobre todo porque contribuye a establecer un clima de entendimiento y apertura hacia socios y rivales.