Los gobiernos municipales, y sobre todo los de grandes ciudades como Barcelona, podrían hacer mucho para corregir un problema grave que en unos años será de tal dimensión que creará un destrozo económico y social. Se trata de la carencia de natalidad ligada al envejecimiento de la ciudad y la soledad.
Con datos de 2019, los últimos de los que hemos dispuesto, en la ciudad de Barcelona viven 90.000 personas mayores de 64 años que viven solas, y constituye un máximo histórico. Representan a 1 de cada 5 de las personas de esta franja de edad, que ya alcanza casi los 350.000 ciudadanos. Como es un segmento de población que crece rápidamente, este factor del 20% (con exactitud 21%) hará que se multiplique el número de personas que se encuentran en estas condiciones de tener una edad avanzada y vivir solas. Probablemente, ahora ya se encuentren muy cerca de las 100.000 personas.
Este hecho tiene numerosas consecuencias.
La soledad, que es un problema creciente, genera una sensación de aislamiento social y emocional cuando no existe una red de apoyo social. Las consecuencias son efectos negativos sobre la salud mental y física generando depresión, ansiedad, estrés, presión arterial alta, obesidad y puede llevar a comportamientos poco saludables relacionados con el consumo de alcohol o drogas (especialmente de las que se pueden adquirir en las farmacias ).
Este proceso de aumento de la soledad ayudaría a explicar el elevado consumo de tranquilizantes y de productos para dormir que es un indicador de estos factores.
Un reciente informe revela que en España se consumen muchos más productos somníferos que en Francia, aunque no hay constancia científica de que el insomnio esté más extendido en nuestro país. La dimensión de este problema genera múltiples consecuencias sobre la vida de las ciudades y en concreto la de Barcelona.
Pero, a pesar de este hecho, nada en las políticas municipales que apunte a estas 100.000 personas que viven solas. Cómo tampoco hay nada relacionado con la accesibilidad, porque ésta es otra consecuencia del envejecimiento. Cada vez se ven a más ciudadanos con dificultades para moverse. Este hecho, por ejemplo, no ha sido contemplado por el modelo de ejes verdes de Ada Colau, que exigen desplazamientos más largos y mayor dificultad para acceder en vehículo, como ya ocurre en la calle Consell de Cent. Y esto ocasiona problemas a la gente mayor.
Un indicador claro que el envejecimiento de Barcelona es rápido consiste en observar un solo dato, el de la media de edad de la ciudad, que es muy alta, casi 44 años (43,8 años) y, por tanto, muy alejados de la edad generadora de creatividad e iniciativas. Pero es que el crecimiento además ha sido extraordinariamente rápido. En 2000 era de 38,6 años, lo que significa que en estos 19 años de intervalo, la media ha aumentado de edad en más de 5 años.
Sin embargo, el problema va más allá y puede verse con las diferencias entre distritos.
Les Corts es el que presenta un mayor envejecimiento con 47,6 años de media, casi 5 más que la media de Barcelona, mientras que Ciutat Vella con 37,4 años ofrece una magnitud incluso inferior a la que correspondía a Barcelona en el 2000.
¿Qué significan estas diferencias?
Pues que el proceso de envejecimiento está concentrado sobre todo en la población autóctona y, por tanto, en los distritos con menos inmigrantes residentes, mientras aquellos en los que su peso es importante, y Ciutat Vella tiene casi la mitad de la población de origen extranjero y básicamente extracomunitario, es donde presenta un perfil más rejuvenecido.
La consecuencia de esta dinámica, si no se hace nada por alterarla, es clara.
Tendremos una ciudad con un perfil de residencia de ancianos poblada de autóctonos y un sector joven extranjero que en su inmensa mayoría trabaja en actividades de baja productividad y salario reducido. Nada de esto forma parte del debate municipal, a pesar de su importancia decisiva.
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