El independentismo del proceso no tiene salida. Es necesario recuperar el catalanismo de nuestro tiempo

La enésima crisis entre JxCat y ERC, ahora por las alianzas entre los republicanos y los socialistas por las diputaciones de Tarragona y Lleida, reiteran hasta el aburrimiento de que el colectivo político independentista es un lío. Se puede decir con razón que Junts ha pactado esta legislatura la importante Diputación de Barcelona también con los socialistas, por tanto, quien esté limpio de culpa que tire la primera piedra.

Pero hay un factor que agrava los movimientos de ERC y no es otro que la propuesta de hace 4 días del presidente Aragonès para hacer una alianza y constituir un frente común del independentismo frente al gobierno que podría formarse en Madrid entre Vox y el PP. Es evidente que no puede proponerse una iniciativa de este tipo un día y el siguiente dejar fuera de pactos relevantes a quienes quieres que sean tus aliados.

Esta independencia de procesista más desunida que nunca sin un horizonte estratégico mínimamente viable, choca además con unas realidades muy adversas:

  1. Electoralmente ha retrocedido y políticamente también. El gobierno de la Generalitat con el apoyo de 33 diputados de 136 escaños del Parlament es una parodia democrática propia de un país bananero. Así gobernar es una ficción porque a cada medida que lleva el gobierno al Parlamento debe hacer pactos y adaptarla a aquellos que quieran ayudarle a salir adelante. Así es imposible que exista un proyecto político. Y es que en realidad no está. Lo único que hay son los puestos de trabajo. Lo explicaba Ramon Suñé periodista de La Vanguardia referido al Ayuntamiento de Barcelona y citando a la periodista de El País, Clara Blancart, decía que entre comunes y socialistas están en juego 90 altos cargos cuyas nóminas anuales superan los 6 millones de euros. Muchos de ellos no encontrarán nada equiparable en el mercado porque su procedencia profesional da mucho menos de sí. Pues esa misma lógica rige en la Generalitat. Es el problema de tener políticos sin más oficio y beneficio o que si lo tenían antes de hacer política la mayoría eran puestos de trabajo que pagaban mucho menos.
  1. El fracaso de todas las estrategias del proceso. La primera fue la de la independencia relámpago, fácil y rápida. Luego vino el esbozo de vía insurreccional que nunca fue seguida. Nuestros independentistas del proceso están a años luz del levantamiento de pascua irlandés que pareció un fracaso, fue aplastado rápidamente, pero fue el origen de la independencia. Nada más lejos de la mente de nuestros dirigentes políticos. La tercera vía fue ensayada por ERC y su independentismo. Se trataba de dialogar y pactar con Madrid una amnistía y una consulta, por lo que se hizo la mesa de diálogo. No hace falta perder tiempo haciendo el balance. Y también es un fracaso la pretendida línea de confrontación con el estado de Puigdemont que no se ve por ninguna parte, a no ser que hacer alguna declaración de vez en cuando se considere como una prueba de que este camino se está siguiendo. Total, nada.
  1. Un mal balance socioeconómico y cultural del período independentista. Cataluña ha dejado de liderar la economía y la cultura en el ámbito peninsular y la lengua ya no es una referencia ilustrada, sino una asignatura pesada en la escuela muy poco querida por los estudiantes. Parece como si el futuro de la cultura y la lengua catalana se fundamente en el Diari Oficial de la Generalitat. ¡Válgame Dios!
  2. Pérdida de cohesión social y de los fundamentos de cultura y tradición que expresa Cataluña, que se constituye por sus actuales habitantes, pero también por el bagaje que debería querer decirse de su historia. Había más dinamismo y capacidad integradora en el período franquista de inmigración masiva que en la actualidad. Y para terminar de redondearlo, la independencia de Catalunya choca frontalmente con la UE y con todo el establishment occidental levantando la bandera nos sitúa absolutamente fuera de juego y, por tanto, o el independentismo asume esta realidad y juega en un otro campo, algo que está a años luz de los partidos del proceso, o nada tiene que pelar.

En este contexto el punto de coincidencia entre el independentismo que realmente ama a Cataluña, es decir que son patriotas, y el conjunto de catalanes que comparten ese sentimiento y esta raíz, no pasa por la invocación de un esotérico proyecto, sino por un objetivo mucho más tangible, que es recuperar en las coordenadas actuales el catalanismo para construir una Cataluña fuerte, que significa culturalmente brillante, socialmente cohesionada, económicamente próspera y solidaria, que enfoca una actividad económica que aspira a proporcionar buenos puestos de trabajo y que espiritualmente está establecida en las propias raíces, porque sin ellas los árboles se caen y los seres humanos se pierden.

Está claro que para alcanzar este nuevo planteamiento habría que encender fuego nuevo de todo lo que hay y esto es una entelequia. Pero, es el camino, porque si no se emprende, el único resultado será que Cataluña se convertirá en la Occitania del siglo XXI, y no por la acción del PP y Vox, si llegan a gobernar, sino porque nosotros mismos hemos emprendido el camino de nuestra degradación como comunidad.

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