El grave problema ignorado de Barcelona

Barcelona tiene más potencial que futuro. Parece una contradicción, pero no lo es, porque si no se aborda el problema estructural que está deslizando por la pendiente del decaimiento económico de Barcelona, cuando el mal sea tan evidente que se haga irreversible, ya no tendrá solución.

Es un problema además de que los políticos y los medios de comunicación se niegan a ver y que queda hasta cierto punto oculto tras el espectáculo turístico. Y ese será el fin de Barcelona si no ponemos remedio.

Ya tenemos el ejemplo de Venecia y a escala catalana lo que ocurre con Lloret de Mar y Roses, que prácticamente son poblaciones de monocultivo turístico y dos de los municipios catalanes de menor renta. De hecho, tampoco es nada tan raro porque el último informe del McKinsey Global Institute sobre el futuro del trabajo en Europa ya calificaba a Barcelona y de hecho a toda Cataluña como un territorio que tiene una economía basada en el turismo.

Quizás ya se ha fijado en la cuantía creciente de tiendas vacías en la ciudad que expresan la dificultad de encontrar un inquilino y que es un hecho que está destruyendo el entramado de barrios, excepto en aquellos territorios donde el consumo turístico es abrumador como las Ramblas o el entorno de la Sagrada Familia. Pero, claro, todo esto no es comercio de proximidad ni es indicador de la actividad económica local.

¿Pero cuál es la causa de este grave problema?

Pues es consecuencia del envejecimiento de la ciudad donde la población autóctona envejece a pasos acelerados y la población total se mantiene a base de un flujo migratorio. Barcelona presenta un síntoma demográficamente claro de territorio regresivo: desde 2018 ya mueren más personas de las que nacen. Pero de eso no habla nadie.

Algún ingenuo puede pensar que la inmigración resuelve el problema. No es así porque no se trata del número de habitantes, sino de la edad media que expresa el envejecimiento, el porcentaje de mayores de 65 años en relación con la población en edad de trabajar, y sobre todo la renta que generan los hogares en función de las distintas edades.

Los inmigrantes o la gente nacida fuera de Cataluña aportan puestos de trabajo, pero de baja productividad y, por tanto, de ingresos reducidos. Es esta realidad la que explica precisamente que Roses y Lloret de Mar estén en la cola en lo que se refiere a la renta por persona de los municipios catalanes.

Por otra parte, la población de origen extranjero ya es mucha en Barcelona, el 29,2% y seguramente añadiendo a las personas que viven en ella, pero que no están registradas en el padrón, la cifra se acercaría a una tercera parte del total de barceloneses. Es mucho. Y no puede crecer indefinidamente sin importantes consecuencias.

En el 2018 ya fallecieron casi 2.000 personas más de las que nacieron, pero es que en el 2021 ya fueron más de 8.000. Es decir, es un proceso acelerado. Aumentan las defunciones y se van reduciendo los nacimientos. Mientras los abortos van al alza (somos el territorio donde más se practican de toda España), y los matrimonios van de baja de forma acelerada.

¿Pero todo esto que tiene que ver con la renta de una ciudad?

Pues muy sencillo, como explica con detalle el estudio de Fedea, la renta de los hogares tiende a crecer hasta los 65 años y a partir de esa edad se va reduciendo con un salto importante en negativo a partir de los 75. Y éste es el problema de las ciudades.

La renta, por ejemplo, en el conjunto de España, crece de los 38.616 euros de los hogares más jóvenes hasta los 57.124 euros de los habitados por personas entre 50 y 65 años. Y a partir de esa edad caen y además lo hacen de manera muy importante, porque los mayores de 75 años sólo alcanzan 26.750 euros.

a partir de los 65 años las pensiones pasan a ser la fuente principal para más del 80% de las familias

En otros términos, existe un proceso automático en el que el envejecimiento conlleva pérdida de renta y esto se debe a que hasta los 65 años el ingreso más importante de los hogares es el trabajo asalariado que representa entre el 84 y el 87% de los ingresos , seguido de las rentas de las actividades económicas de carácter autónomo. Pero a partir de los 65 años las pensiones pasan a ser la fuente principal para más del 80% de las familias. Y llegan al 93,4% para mayores de 75 años. A mayor edad, menos ingresos y si en una población van creciendo los hogares con gente cada vez mayor la renta resultante lógicamente decaerá.

Si además se le añade que los nuevos que vienen no generan rentas en el futuro importantes porque quedarán estancados en trabajos de productividad baja, ya tenemos el escenario montado.

en 2016, el número de hogares de personas de 65 años y más era del 37,4% que era mucho. Pero es que en 2020, último dato disponible, se han disparado hasta el 43,6%

En este sentido, la renta generada por un autóctono de familia autóctona siempre tiende a ser mucho mayor que la de un inmigrante en nuestras condiciones económicas. El problema crece aceleradamente porque en 2016 el número de hogares de personas de 65 años y más era del 37,4% que era mucho. Pero es que en 2020, último dato disponible, se han disparado hasta el 43,6%. En cuatro años ha crecido 6 pp. Es decir, a un ritmo de más de 1 pp anual.

No faltan demasiados años para que la mitad de los hogares de Barcelona estén habitados por personas que mayoritariamente vivirán de la pensión. Y éste es un indicador contundente de un territorio de pobre actividad económica.

Ésta es, no ya la amenaza, sino la realidad que se cierne sobre Barcelona.

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