Debatimos sobre el referéndum y su significación política

El independentismo apela al referéndum como si no hubiéramos ejercido nunca el voto y nos tuviera que descubrir cuál es la realidad política que queremos los catalanes. Como si este país fuera Timor Oriental antes de liberarse de Indonesia. Pero la realidad -siempre la realidad- es otra.

Nos autodeterminamos en cada ocasión que hemos votado, y queda fuera de toda cuestión que como mínimo es así a partir del momento en que se calificaron las elecciones de 2015 como plebiscitarias. A partir del momento en que la independencia es la razón principalísima del voto; de hecho, viene de antes porque partidos independentistas, empezando por ERC, hace tiempo que postulan sus candidaturas, pero dejémoslo en el 2015.

Después, en 2017, las dramáticas elecciones del 155 pusieron el voto a mil con el rechazo a la situación creada, y así hasta las pasadas generales. Sin embargo, nunca, en ningún caso, el independentismo ha logrado la mayoría absoluta de votos, y está lejos de ser una mayoría clara.

Las encuestas no sustituyen una votación, pero se han hecho tantas que sería irracional no referirse a ellas. Nunca la independencia ha salido ganadora. Por lo tanto, ya sabemos qué queremos los catalanes. No nos lo tiene que descubrir un referéndum. Hay que dejar esto bien asentado.

A partir de esta constatación, consideramos que un referéndum no solo no resolvería nada porque el resultado no comportaría ninguna diferencia con lo que ya sabemos, sino que la campaña acentuaría la división entre catalanes, buscaría mover pasiones, acentuaría el problema más que resolverlo.

Hace falta que el independentismo supere ampliamente la mayoría absoluta de votos en unas elecciones, esta es su asignatura pendiente, y mientras no sea así que se deje de referéndums y nos expliquen cuál es su proyecto de país y muestren hasta dónde llega su unidad.

¿Sería un país con escuela concertada o solo pública? Las pensiones catalanas, deficitarias desde 2011, ¿cómo se financiarían? ¿Qué modelo fiscal queremos? ¿Cómo se garantizará la independencia de los medios de comunicación públicos? ¿Cuál sería el estatus del catalán y el castellano en la perspectiva de un estado independiente? ¿Serían constitucionales los partidos que propugnaran la unión con España? ¿Cómo se financiaría el país desde el primer momento? ¿Cómo quedaría nuestra situación en Europa?

Estas y otras muchas cuestiones son las que tienen que explicar, y sobre todo tienen que gobernar, cosa que no hacen. Mientras no lo hagan, es evidente que el referéndum es una distracción para encubrir la falta de proyecto político y unidad del independentismo.

Y si ya sabemos que en un referéndum perdería el independentismo, ¿por qué no hacerlo y acabar con la cuestión? Porque antes de quién gana, hay el hecho de que un referéndum por la independencia solo en Cataluña no es constitucionalmente posible. Tendría que ser, en todo caso, en toda España o previa modificación de la Constitución, cosa que a su vez exigiría un referéndum previo para ver si se aprobaba.

Todo ello un esfuerzo estéril, conflictivo e inútil. Postular un referéndum pactado quiere decir todo esto, y no hay ningún gobierno en España dispuesto a entrar en una modificación constitucional de este tipo, por otro lado inédita en Europa. La vía del referéndum es la cortina de humo para no hacer política real, y mientras los ciudadanos que se apuntan a ella no asuman la evidencia, el país irá de Herodes a Pilatos.

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