Ada Colau es una vendedora de humo y su principal arma es la frase para los convencidos y los dibujitos con muchos colores verdes para los despistados. Pero la realidad muestra día tras día el destrozo que está ocasionando en la ciudad a través de sus intervenciones.
El último caso es el del plan de movilidad del Raval. Quiere convertir el Eixample en una supermanzana a base de prohibir la circulación por 18 de sus calles concentrándola en los 2/3 que quedarían, pero al mismo tiempo cuando lleva a cabo una acción de mucha menor envergadura demuestra los errores en la planificación y unas incompetencias en la realización. Es el caso del arrabal.
Hace más de 1 año el gobierno municipal con la aquiescencia del PSC puso en marcha el plan de movilidad por el Raval, cuya finalidad era limitar radicalmente el paso de vehículos por esta área de la ciudad. Concretamente, estaba prohibido acceder, si no eres vecino, de 7 a 9 de la mañana y de 1 de la tarde a 9 de la tarde. Es decir, en horario laboral sólo podía transitarse durante 4 horas al día. También se cambiaron sentidos de circulación y prever plazas de aparcamiento para quienes distribuyen mercancías, al tiempo que se reducían para el resto de ciudadanos.
Todas estas medidas se basaban en la existencia de cámaras de control con 8 dispositivos de identificación de los presuntos infractores y la acción de la Guardia Urbana.
Ha pasado 1 año y medio, las cámaras no están, aunque están presupuestadas por el valor de 362.000 euros, y la policía municipal ni actúa en este capítulo ni se le espera. El resultado es el desorden.
Los vehículos siguen circulando, cargando y descargando, la presión de las bicicletas y los patinetes eléctricas en toda castaña se ha multiplicado y el riesgo para el peatón en lugar de reducirse ha empeorado. El límite de velocidad para vehículos de 10 km/h. no les respetan ni siquiera las bicicletas, incluso hay calles que debido a la confusión reinante, pese a ser de una sola dirección, se han convertido en viales de doble sentido, como Joaquim Costa y Riera Baixa.
Los comerciantes se quejan porque la suma de limitaciones más el desorden les ocasionan dificultades en su funcionamiento. Algunos cuestionan la política que sigue porque no ven claro cómo frenar la degradación del barrio si se limita el acceso al mismo y además todo funciona de forma tan anárquica. En la Boqueria, un puntal de la zona, resulta cada día más difícil llegar. Teóricamente, el planteamiento no tenía dificultades, era de gran simplicidad. La dificultad radicaba en llevarlo a cabo, y una vez más esto es lo que demuestra Colau que no sabe hacer.
Por si fuera poco, todo este problema que se añade a los que ya tiene el Raval, generando una policrisis urbana, se añade el desastre de la plaza de la Gardunya donde los okupas que disfrutan de la instalación municipal antigua escuela Massana además reivindican por la cara una concesión de 50 años y amenazan a los Comunes con boicotear su campaña electoral si no se les conceden.
Mientras, siguen desarrollando actividades, como la fiesta últimamente llevada a cabo, que generan la protesta de los vecinos y comerciantes de la plaza de la Gardunya y de sus alrededores, hartos de las prácticas impositivas de estos okupas. La solución es clara, recuperar la escuela de arte y diseño Massana y terminar el proyecto original de la plaza Gardunya de la arquitecta Carme Pinós. Pero para ello es necesario un mínimo ejercicio de autoridad y esta es la que no tiene Colau… porque son okupas. Es capaz de imponer el plan de la supermanzana a todos los vecinos del Eixample, pero no es capaz de hacer cumplir la más elemental normativa a un grupo de okupas de la antigua escuela Massana.