Un mal diagnóstico nunca puede llegar a proporcionar una buena solución. Es el problema de Colau con la contaminación. El diagnóstico que hace, poner barreras a la circulación de los vehículos, para reducirla, y el urbanismo táctico, es una concepción equivocada y comporta los efectos absolutamente contrarios. En realidad lo que pretende Colau es liquidar una tercera parte de los vehículos que circulan por el Eixample, la única manera de poder abordar su supermanzana.
Pero, el problema es que esto no es posible sin generar costes ambientales y económicos muy grandes, y avanzar en el colapso de la ciudad. Ya en este momento, cuando el tráfico aún no ha recobrado la plena normalidad, el impacto ambiental es igual o peor que antes de la Covid-19, especialmente en el Eixample porque la reducción de carriles conlleva que los mismos coches, o incluso incluso menos, contaminen más, porque el tiempo de desplazamiento se prolonga debido a las retenciones, los motores funcionan en régimen muy contaminante, y el resultado es un mayor impacto atmosférico.
También influye un tema que fue muy estudiado en el pasado y que el gobierno municipal descuida: el aumento del aparcamiento en doble fila. Cada vez que esto ocurre se produce una lentificación de la circulación en ese punto, que genera costes económicos y ambientales. En la medida en que este problema crece porque se reduce el espacio para aparcar los vehículos, también se multiplican sus consecuencias negativas. A este hecho se le añade el incremento muy notable de las furgonetas de reparto, que ya representan, según el RACC, el 20% de la congestión y, atención, el 40% de la contaminación atmosférica. Pero Colau lo ignora.
Y aquí tenemos uno de los primeros objetivos racionales para reducir la contaminación y mejorar la circulación de la ciudad, todo a la vez. Se trata de la racionalización de la distribución de mercancías y la introducción de plataformas del último kilómetro. La incentivación, primero, y la obligación, después, de que los vehículos de reparto urbano sean eléctricos y que la misma medida se aplique a los taxis, que también podrían optar a las soluciones híbridas. Sólo con esta iniciativa, más la transformación de toda la red de buses en vehículos eléctricos de nueva fabricación y la transformación también de todo el parque automovilístico oficial (Generalitat, Ayuntamiento, Diputación, organismos públicos), en poco tiempo se lograría reducir radicalmente la impacto atmosférico de la circulación.
El otro gran capítulo es el de la acción en el ámbito metropolitano, porque, hay que recordar, tal como ya apuntó Conversaciones, que una parte de la contaminación de la ciudad tiene procedencia metropolitana. Esta solución requiere una política más completa y eficaz del transporte público, que ya no puede ser concebido a escala de ciudad, sino que debe tener la concepción metropolitana. Este hecho ligado a la reforestación de Collserola y a la generalización de las superficies verdes en el espacio público, significaría un avance poderoso y rápido. Naturalmente, este hecho conlleva olvidarse del fatídico tranvía por la Diagonal y dedicar una parte de sus recursos a la electrificación total del transporte público. Este período de reducción de la contaminación permitiría a la ciudad plantearse y enlazar con las soluciones en puertas de la conducción autónoma y el transporte inteligente y la generalización de vehículos sin impacto ambiental. Son medidas favorables a la calidad del aire y a la economía, que dotan de mayores facilidades al ciudadano y que enlazan con lo que la tecnología pondrá a nuestro alcance muy pronto.
El por qué Colau no adopta políticas tan evidentes sólo tiene una explicación: la ideología. Quiere una Barcelona feucha, empobrecida, en la que una parte de los ciudadanos dependan de los recursos públicos y donde el coche sea un instrumento del capitalismo y el tranvía forme parte de la revolución proletaria. Amén.
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