La ciudad, aunque mal, sigue en su día a día, pero lo que falta es una dirección clara de hacia dónde irá, porque las señales que envía el gobierno municipal son débiles y discordantes. La debilidad es que nace de un gobierno de 10 concejales sobre un total de 41 y ésta es una pésima práctica democrática que impide abordar con solvencia las grandes cuestiones.
La contradicción nace porque Collboni aún no sabe si quiere hacer una política progre al estilo de Colau, de la que sigue prisionero, u otra más en consonancia con una visión empresarial de la ciudad y, por supuesto, el resultado de estas incompatibilidades son la visión de señales y prácticas confusas.
Pero las grandes cuestiones no esperan
El problema de la inseguridad sigue siendo manifiesto y no se ven medidas capaces de afrontarla. Incluso el diagnóstico es débil. Y así vamos mal para encontrar soluciones.
La vivienda es el otro punto flaco. Barcelona tiene menos de un 2% de vivienda social. Es un escándalo y esto después de 8 años de gobierno de Colau y toda la eternidad de gobiernos socialistas, excepto el breve período de 4 años de Trias.
Porque, cuando hablamos del problema de la vivienda no tenemos suficientemente en cuenta que desde las primeras elecciones municipales en 1979 Barcelona ha sido gobernada desde la izquierda y el resultado en 2024 es éste, menos del 2% de vivienda social.
Pero es que además ahora existen nuevos factores que presionan en contra, para un extremo y otro, en la distribución de las rentas. La elevada inmigración que lucha por instalarse en la gran ciudad y está dispuesta a realizar todos los sacrificios necesarios para lograrlo y, por otra parte, los pisos turísticos.
Pero junto a estos grandes problemas evidentes y no resueltos hay otros que ni siquiera están sobre la mesa municipal. Uno es precisamente el de la inmigración. Existe la pésima manía de tachar de xenófoba toda consideración que implique poner de relieve sus consecuencias negativas.
Es el caso ya apuntado de su presión sobre la vivienda accesible en los bajos niveles de renta. Sin embargo, también es evidente que presiona a la escuela de la ciudad. No puede ser de otra forma cuando el 27% de los residentes son extranjeros, mayoritariamente latinoamericanos y africanos. Esta situación también afecta la forma en la que se desarrolla la lengua y la cultura catalana, cada vez más minoritaria en la misma ciudad.
Es un incentivo para el crecimiento de sectores de baja productividad el disponer de mano de obra barata. Y quieras que no, aunque el conseller Helena se obsesione en negarlo, una parte de la delincuencia tiene origen en los inmigrantes, no tanto por serlo como por las condiciones sociales en las que se ven obligados a vivir. Porque no es suficiente desde puestos de trabajo y viviendas confortables reclamar a favor de la inmigración, si después cuando ésta está aquí en una proporción importante se ve sometida a condiciones de miseria.
Y todavía habría que señalar otra gran cuestión, la de la movilidad. Barcelona se ubica en la tercera década del siglo XXI con proyectos pendientes y en curso de realización del siglo XX. La ampliación de los Ferrocarriles de la Generalitat y la Línea 9 del metro y una estúpida idea de utilizar un recurso del siglo XIX para atravesar el centro de la ciudad, como es el tranvía por la Diagonal. Las obras del subsuelo siempre ayudarán a que se realice con tanto retraso, las superficie hechas con estructuras costosas y rígidas, serán un grave obstáculo.
Lo que le urge a Barcelona es ver cuáles son las tecnologías que se aplicarán en el actual siglo, las que están más maduras y las que más le convienen según sus condiciones.
No es aceptable que una ciudad que se quiere tecnológicamente avanzada tenga precisamente una movilidad concebida mirando por el retrovisor en lugar de acotar lo que está viniendo.