Barcelona ante el peligro

El primer trabajo de economía urbana que dirigí estudiaba las consecuencias del traslado en 1971 del mercado central de frutas y verduras, una actividad económica de base exportadora, del Born a su actual emplazamiento en Mercabarna. Sus conclusiones confirmaban que la pérdida de aquel gran centro comercial produciría la degradación del entorno, el barrio de la Ribera, e incluso más allá. Solo la llegada del turismo masivo, muchos años después, propició su recupe­ración.

Es conveniente que precise el sentido del concepto exportador en este contexto.

Toda ciudad, lo explica muy bien este clásico que es Muerte y vida de las grandes ciudades, depende de la evolución de su base económica, que posee cuatro componentes. Dos son demográficos: el tamaño de la población y su crecimiento. Otros dos económicos: la renta generada y la base económica exportadora, constituida por aquellas actividades que sirven a una demanda que no reside solo en la ciudad. Ginebra es una urbe de apenas 200.000 habitantes, pero es potente a causa de sus centros financieros internacionales. Ser sede de grandes empresas es una forma de exportar.

El turismo ha sido un componente principal de la base exportadora de Barcelona. Su caída significa reducir la dimensión de la ciudad, empobreciéndola, y ocasionando la degradación de una parte del tejido urbano, como sucedió con la Ribera y el Born, pero a una escala mucho mayor. La idea reiterada de que Barcelona ne­cesita de grandes acontecimientos para prosperar señala en la misma dirección: la generación de una demanda en la ciudad por parte de no re­sidentes.

Ahora Barcelona va muy mal. Si nos guiamos por los datos de las transacciones de las tarjetas de crédito, es la peor entre las grandes ciudades españolas. Su actividad a finales de agosto era del 55% de la del año pasado, por el 68% de Madrid, el 84% de València, más del 100% de Zaragoza y el 78% de Sevilla.

Por eso, sin turismo, es vital atraer la población del área metropolitana y de toda Catalu­nya de manera regular, y de ahí que resulte tan contraproducente lo que está haciendo Colau con el tráfico. Mejorar la calidad del aire nada tiene que ver con levantar barricadas contra los automóviles como hace la alcaldesa. Es un error grave, como lo es no facilitar la localización pronta del Hermitage.

Tanto o más grave resulta no utilizar todas las competencias municipales extraordinarias de que dispone Barcelona para contribuir al control de la Covid-19.

Porque hoy los dos principios fundamentales de la política municipal deben ser el control de la pandemia y la reconstrucción de la base económica exportadora. O si se quiere en términos pujolianos, “Sant Pancraç, salut i feina”. Todo lo demás nos será dado por añadidura, o bien forman parte de los discursos huecos.

La celebración del Mobile World Congress es decisiva. Si se produce, puede ser el inicio de la recuperación. Si se suspende, la caída será brutal con certeza. Se dispone de medio año para hacer de Barcelona una ciudad segura, y el gobierno municipal tiene competencias decisivas para lograrlo.

Depende de lo que haga el Gobierno español, cierto, y el de la Generalitat, obvio, y ambos son bastante peligrosos en eso de acotar la pandemia, pero Barcelona posee unas atribuciones que nadie más tiene. Las leyes de 22/1998 de 30 de octubre sobre la Carta Municipal, y la de 13 de marzo de Régimen Especial, le confieren competencias únicas y extraordinarias en salud pública, movilidad y policía, que no se han aplicado.

Por el artículo 88 de la Carta Municipal, participa necesariamente en la gestión de las competencias en materia de policía sanitaria y movilidad, que son titularidad de la Generalitat. El artículo 103 señala que corresponde al Ayuntamiento la adopción de medidas urgentes y el requerimiento de las colaboraciones necesarias en los supuestos de crisis o emergencias que afecten la salud, el control sanitario de edificios y lugares de convivencia humana, incluidos los turísticos, las actividades deportivas y de recreo, la información sanitaria, la promoción de la salud y la prevención de la enfermedad. Le corresponde participar en la planificación, gestión y evaluación de centros, servicios y establecimientos instalados en la ciudad que dependen del Servei Català de la Salut. Por esta razón, dispone del Consorci Sanitari de Barcelona constituido por la Generalitat y el Ayuntamiento. Y por si esto no fuera suficiente, de dicho Consorci Sanitari depende el órgano ejecutivo que es la Agència de Salut Pública i Mediambiental de Barcelona, que ejerce las competencias del mencionado artículo 103. En este órgano ejecutor, el Ayuntamiento tiene una mayoría de las tres quintas partes y lo preside, con una exquisita invisibilidad, precisamente Ada Colau.

Si con todo esto en sus manos, su respuesta es la queja y la protesta, como ha hecho hasta ahora, algo grave falla en su concepción de lo que es gobernar Barcelona, y la ciudad está en peligro.

Publicado en La Vanguardia, el 2 de septiembre de 2020

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