¿Acabará la economía china estancada como la de Japón?

En los años 80 del pasado siglo, numerosos académicos asumían que Japón dominaría la economía mundial.

Como la China de hoy, su crecimiento parecía carecer de límites, y la tecnología de sus empresas superaba en muchos sectores a la de sus competidores estadounidenses. Asustada, la élite empresarial estadounidense presionaba con insistencia a Washington para imponer aranceles y otros límites a las importaciones niponas.

Desde hace cinco años, la historia parece repetirse con China. La gran cuestión es si el desenlace será igual de frustrante para el competidor asiático.

Recordemos lo que sucedió con la locomotora japonesa. Tras años de crecimiento acelerado, Japón sufrió el estallido de una enorme burbuja a raíz de la sobrevaloración de sus activos. Por decirlo gráficamente, el sistema se sobrecalentó tanto que explotó. El choque fue tan brutal que el país nunca ha logrado alcanzar el nivel de PIB de principios de los 90.

Volvemos a China. Desde su entrada en la Organización Mundial del Comercio en 2001 gracias al visto bueno del presidente estadounidense Bill Clinton, el gigante asiático ha experimentado dos décadas doradas de crecimiento excepcional.

Sin embargo, el país también se ha visto sometido a efectos burbuja sobre el precio de ciertos activos. El caso de los bienes inmobiliarios es el más evidente, desembocando ya en la crisis del gigantesco promotor Evergrande de este año.

China cuenta con una ventaja que Japón no tenía en 1990: a diferencia del archipiélago, todavía tiene un gran margen de crecimiento interno

Sin embargo, China cuenta con una ventaja que Japón no tenía en 1990: a diferencia del archipiélago, todavía tiene un gran margen de crecimiento interno.

Pese a las imágenes tópicas de ciudades chinas superpobladas, la proporción de habitantes urbanos sigue siendo relativamente pequeña, de un 61% (comparada por ejemplo con el 80% de España o con el 94% de Japón, una de las más elevadas del mundo).

Por otra parte, en Japón la burbuja de precios fue generalizada: no sólo afectó al mercado inmobiliario, sino también a los precios del consumo y los de las acciones. En China, en cambio, el sector público opera con mayor cautela su política macroeconómica.

A diferencia del Japón desregulado de finales de los años 80, el régimen chino se ha apresurado a evitar que la crisis de Evergrande acabara desembocando en un desastre de dimensiones mucho más vastas.

El gobierno se está haciendo mucho más estricto para limitar el endeudamiento del sector privado. De hecho, Pekín está también controlando el endeudamiento de las familias de forma muy intrusiva, incluyendo el sistema de puntos sociales.

Según el periodista económico Robin Hardling, en estos momentos parece poco probable que la crisis de Evergrande desemboque en un desastre sistémico para China.

Sin embargo, lo que sí es cierto es que, como en Japón de los 90, China está llegando al límite de su actual modelo de crecimiento. La población china en edad de trabajar ya ha empezado a reducirse. El mercado inmobiliario, aunque muy desigual, está saturado, y la economía en su conjunto sufre una desmesurada dependencia de la construcción y promoción inmobiliarias.

Como en Japón de los 90, China está llegando al límite de su actual modelo de crecimiento

Según un estudio de las universidades de Harvard y Tsinghua, el mercado inmobiliario supone casi el 30% de todo el PIB chino. Se trata de un porcentaje muy superior al de España justo antes de la crisis de 2008. Se trata de una enorme debilidad estructural muy poco conocida en Occidente.

El error más grave que China podría cometer sería seguir como si no ocurriera nada. Esto fue lo que los japoneses hicieron a finales de los años 80, asentados sobre un crecimiento vertiginoso del PIB de más del 8% anual que preveían que seguiría.

China parece haber tomado nota de la lección de su vecino. La cuestión será ver hasta qué punto el gobierno de Xi Jinping será capaz de corregir los importantes desequilibrios (elevado endeudamiento, dependencia del sector inmobiliario) sin poner en peligro la estabilidad social del país, que depende en último término del rendimiento económico del gobierno central.

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