Los ciudadanos de toda la Unión Europea tienen el 9 de junio una importantísima cita en las urnas que definirá la composición del nuevo Parlamento Europeo y jugará un papel clave para formar al nuevo equipo dirigente de la Comisión Europea.
Hace unos días, en un evento organizado por el diario Politico, la actual presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, generó polémica cuando afirmó que estaba abierta a colaborar con un grupo parlamentario que los medios tradicionales insisten en clasificar como “de extrema derecha”, los Conservadores y Reformistas Europeos.
A menudo considerados como «euro-escépticos» y «ultraconservadores», los partidos que conforman este grupo incluyen a Vox en España, el partido del anterior gobierno polaco, Ley y Justicia, y los Hermanos de Italia, de la primera ministra Giorgia Meloni.
Una cooperación que sin embargo Von der Leyen declara no querer extender al otro grupo parlamentario europeo de la derecha alternativa, Identidad y Democracia, al que pertenecen el Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen, Alternativa por Alemania o la Liga del también italiano Matteo Salvini. Esta fuerza política es percibida aún como más extremista.
Los Conservadores y Reformistas Europeos e Identidad y Democracia disponen actualmente de un número de eurodiputados similar, respectivamente 68 y 59, que los sitúan como quinta y sexta fuerzas, y se espera que experimenten un crecimiento considerable en las próximas elecciones.
¿Qué ha cambiado para que Von der Leyen pase de ver a Meloni como una amenaza a una socia?
Por un lado, consciente del pasivo que tenía su partido Hermanos de Italia por los vínculos con la nebulosa neofascista, Meloni se esforzó desde el primer momento por mostrarse como una política “presentable”, amiga de Estados Unidos y abierta a los mercados internacionales.
Pero quizás el posicionamiento que le valió más reconocimiento fue su apoyo inequívoco a Ucrania desde la invasión de Rusia, cuando la derecha italiana mantenía una cierta tradición de entendimiento con el presidente ruso Vladimir Putin.
Dentro de Italia, Meloni ha alcanzado un nivel de apoyo popular y al mismo tiempo parlamentario extraño en un país donde los primeros ministros duran poco tiempo. Los italianos aprecian su ademán serio y abierto a la cooperación internacional, que hace que Italia esté volviendo a la escena europea e incluso mundial con cierta fuerza.
Pero, al mismo tiempo, Meloni no cede en los puntos clave de su programa político, que son tres: el control de la inmigración, la promoción de la natalidad y la defensa del cristianismo como fundamento de la cultura europea.
Esta línea política, que podría penalizar las ambiciones de cualquier político hace pocos años, se está convirtiendo en la tendencia emergente en un contexto en el que más y más ciudadanos europeos rechazan las políticas europeas recientes, fuertemente ideológicas y económicamente desastrosas, como el enfoque dado a la transición ecológica o la promoción de una cultura woke que arrincona los valores cristianos y busca reescribir la historia de Europa.
Von der Leyen ha entendido este cambio de rumbo y estudia ahora la posibilidad de alejarse de una gran coalición con las izquierdas, capitaneadas por una socialdemocracia en plena crisis en Alemania y unos ecologistas en buena parte desacreditados.
De alguna forma, Meloni está cobrándose una discreta venganza contra Ursula von der Leyen, quien le infligió una dura humillación cuando las dos mandatarias visitaron Lampedusa por tratar de la inmigración clandestina, el año pasado.
En menos de dos años de gobierno de Italia, Meloni ha pasado de ser una paria de Bruselas a una socia potencialmente imprescindible para Von der Leyen en su búsqueda de un segundo mandato al frente de la Comisión Europea.
En menos de dos años de gobierno de Italia, Meloni ha pasado de ser una paria de Bruselas a una socia potencialmente imprescindible para Von der Leyen en su búsqueda de un segundo mandato al frente de la Comisión Europea Share on X