La vigésimo octava edición de la Convención Marco sobre el Cambio Climático de las Naciones, más conocida como COP28, ha hecho una vez más desbordar de tinta todos los caudales de las instancias periodísticas occidentales.
El anfitrión de la presente edición, Emiratos Árabes Unidos (EAU), ha catalogado el acuerdo firmado, como no podía ser de otra manera, de “histórico”. Pero, ¿qué hay de sólido y que hay de cartón piedra tras la COP28?
El documento que se ha negociado hace un llamamiento a todos los países para que “contribuyan” a “dejar atrás las energías fósiles”. Según el profesor de la London School of Economics Daniel Litvin, este lenguaje supone ya de por sí un “paso adelante en comparación con las precedentes cumbres de la ONU”.
Pero a la vez, Litvin señala, no se trata de la obligación de cesar el consumo de petróleo, gas natural y carbón, en las que amplios sectores ecologistas habían situado sus esperanzas.
Las energías fósiles siguen satisfaciendo más del 80% de la demanda mundial de energía
Las energías fósiles siguen satisfaciendo más del 80% de la demanda mundial de energía, lo que sitúa su progresivo abandono como el desafío clave para reducir las emisiones contaminantes y en último término atenuar los efectos del cambio climático.
Dicho de otro modo, en la lucha contra el calentamiento global no puede haber verdadero progreso sin contar con el sector de las energías fósiles, entendido a la vez como las grandes empresas y los estados que dependen de sus ingresos.
Desde este punto de vista, el hecho de que el presidente de la COP28 fuera el director ejecutivo de la empresa petrolera estatal de los EAU no es el disparate que puede parecer a simple vista.
Las grandes empresas energéticas personalizan al rival a abatir de los activistas climáticos, y cualquier iniciativa para reducir las emisiones contaminantes que provenga de ellos es automáticamente catalogada de hipócrita o, en el mejor de los casos, sospechosa. Los países dependientes del petróleo se encuentran en una situación similar.
Las reticencias de unos y otros pueden fácilmente explicarse si se tiene en cuenta que hoy en día, la ambición de abandonar completamente las energías fósiles implica su virtual desaparición y, cómo no, estas empresas y gobiernos no están dispuestos a suicidarse, aunque sea para “salvar el planeta”.
Por tanto, sería más productivo que, en vez de intentar guillotinar a los “reyes del petróleo”, se construyera un marco de incentivos positivos y negativos para que todos aquellos que hoy viven de las energías fósiles puedan mañana salirse sin ella.
Litvin propone cuatro actuaciones para avanzar en esa dirección
La primera es que los grandes países consumidores de gas y petróleo, tanto occidentales como asiáticos, envíen señales más creíbles de que están dispuestos a reducir la demanda hasta hacerla desaparecer. Si hoy los productores siguen invirtiendo en incrementar la capacidad de producción es porque están convencidos de que la demanda seguirá existiendo a medio y largo plazo.
La segunda línea de acción consiste en permitir a los países productores reducir la producción de forma ordenada, evitando así la catástrofe económica y fiscal causada por una bajada rápida de los precios de la energía, combinada con la pérdida de valor de las inversiones en nuevos medios de exploración, extracción, refinado y distribución.
La tercera medida pasa por que los países y empresas productoras inviertan más y mejor en tecnologías que compatibilicen los hidrocarburos con la ausencia de emisiones nocivas para la atmósfera. Un ejemplo de que esta combinación es posible la encontramos en los sistemas, aún en pañales, de captura, procesamiento y almacenamiento de dióxido de carbono.
En cuarto lugar, y finalmente, los estados más dependientes del gas y petróleo deben recibir un apoyo más decidido para que aceleren su transformación y diversificación económicas, reduciendo así su aversión a un futuro sin energías fósiles.
Los petroestados más ricos, como Arabia Saudita o Qatar, disponen de estas políticas, apoyadas por inmensos fondos soberanos, pero por ahora para conseguir el objetivo de contener el calentamiento global en la barra de los 1,5 grados Celsius.
En definitiva, la COP28 ha demostrado que «el espectáculo climático» que han vuelto a dar buena parte de los «activistas» forma más parte del problema que de la solución. Para trabajar verdaderamente en reducir las emisiones es necesario contar más que nunca con los grandes productores de gas y petróleo.