¡Qué gran contradicción! Como en otros aspectos, la vivienda, la pobreza, la violencia contra las mujeres, las principales banderas que levanta Ada Colau se convierten en situaciones que precisamente destacan por su empeoramiento.
Colau ha emprendido una cruzada a favor del aire limpio, algo que es absoluta necesidad, pero la ha transformado en una lucha por hacer imposible que el coche circule por Barcelona, a base de ponerle todas las dificultades y más. Sin duda, es una visión muy primitiva del problema y el resultado ahora salta a la vista.
De acuerdo con los datos de la DGT, Barcelona es la capital de España que soporta una mayor pérdida de tiempo en viaje a consecuencia de los embotellamientos y congestiones. Concretamente, el tiempo de viaje en Barcelona según el estándar normal se incrementa en un 28%. Es la 62a., ciudad del mundo más congestionada, considerando que en esta lista está la demencial circulación de muchas ciudades latinoamericanas, los atascos crónicos de EE.UU., el atasco continuo de las capitales del sudeste asiático y las grandes ciudades africanas. Realmente, no quedamos bien parados. Si nos olvidamos del mundo y nos centramos en España, hay que situar que Madrid, que tiene el doble de población que Barcelona y que dispone de una infraestructura que facilita el uso del coche, el mismo indicador sobre el tiempo del viaje está situado en un 23%, mucho mejor que otras capitales que siguen a Barcelona y que son Palma de Mallorca, Las Palmas, Gijón y Sevilla.
Esta congestión afecta como es lógico también al transporte público y al de mercancías, dando lugar a una serie de costes que sería necesario determinar. Concretamente, en primer lugar el del impacto ambiental, la mayor emanación de gases contaminantes en la atmósfera. En segundo lugar, la pérdida de productividad, que es un factor importante. Así para Londres se ha calculado que esa pérdida es de 10,7 euros por hora perdida. La cifra si se considera la cantidad de horas por vehículo que circulan a lo largo del día en períodos de congestión es astronómica. En el caso de Londres asciende a 10.000 millones de euros. Un tercer factor es el coste sobre el usuario o sobre el servicio público en combustible y en dinero perdido por el tiempo empleado por la persona.
Que todo esto no se tenga en cuenta es una desgracia importante, porque significa que el debate nunca puede hacerse bastante racional. Una cuestión sencilla y que debería contestar con claridad el Ayuntamiento de Barcelona es cuáles eran los valores medios de contaminación en el primer año de Ada Colau y cuáles son los actuales. A pesar de esta evidencia, el gobierno municipal se empeña en crear más y más dificultades.
Por ejemplo, la reforma que quiere realizar en la calle Pi i Maragall, una vía de comunicación estratégica que dejará reducida a un solo carril en uno de los dos sentidos compartido por bicicletas, transporte público y vehículos privados, y que contribuirá a hacer crecer el desastre en la circulación de aquella zona, como lo es el anunciado carril bici que se quiere implantar en la Vía Augusta sin considerar que esta calle de la ciudad es en realidad una vía de salida, dado que es la única forma de enlazar con los túneles de Vallvidrera.
Estos costes crecientes para circular por Barcelona y para acceder a ella, están castigando la ya dañada actividad económica de la ciudad, especialmente en el Eixample, porque según la última encuesta del RACC la mayor parte de conductores que circulan proceden de fuera de Barcelona. Sólo un 21%, por tanto 1 de cada 5 vehículos, es de la ciudad. El 43% procede del área metropolitana de Barcelona y el otro 35% de la región metropolitana. Se trata, en definitiva, de viajes por trabajo, para ir de compras, acudir a un restaurante y acudir o hacer gestiones administrativas. No favorece a la capitalidad de Barcelona que cada vez más la congestión crezca. La única solución en este sentido, antes que ir estrangulando las calles de Barcelona y creando carriles bici, pasa por la creación de aparcamientos periféricos disuasorios que permitan entrar en la ciudad en transporte público aparcando en buenas condiciones en estas áreas. Los buenos resultados no caen del cielo, sino que son producto de una buena planificación y de no empezar la casa por el tejado.
Un ejemplo más de esta visión arbitraria que tiene Ada Colau de la movilidad es su empeño con el tranvía por la Diagonal, porque le ve más como un instrumento ideológico que como un medio de servicio del ciudadano. Ahora mismo, tras la compra de 25 autobuses que cubren el trayecto entre la plaza Francesc Macià y Glòries, hace que cada 8 minutos haya un autobús disponible en la parada. Es un buen servicio y la introducción del tranvía no lo mejoraría, sino que en determinados aspectos lo empeoraría, porque aumentaría la distancia entre parada y parada con los consiguientes inconvenientes para la gente mayor y de movilidad más reducida, al margen de la barrera que constituirá para el tráfico mar-montaña la fuerte inversión necesaria y la pesadez de una infraestructura de este tipo en medio de la ciudad, sin la más mínima flexibilidad para adaptarse a los nuevos tiempos que se vislumbran para la movilidad.