El último informe PISA, hecho público este diciembre de 2019, con resultados para ciencias y matemáticas, y sin los datos sobre comprensión lectora, que han sido suspendidos por las anomalías detectadas, muestra que la situación de la enseñanza en el conjunto de España no acaba de encontrar el camino para la mejora prolongada que necesita.
Cataluña no es excepción en estos males resultados, y es una de las que más empeora. Concretamente, en matemáticas, y en relación con el 2018, pasa de la quinta/sexta posición entre las comunidades autónomas -empatada con Aragón y 500 puntos de valoración, que está en el umbral de la media de la OCDE- a la novena posición y 490 puntos, una pérdida de 10, que hace que sea la segunda comunidad con una disminución más grande (la primera es Navarra, que pierde 15 puntos).
En cuanto a Ciencias, cae una posición en el ranking de las CCAA. De la sexta pasa a la séptima, y disminuye 15 puntos. Ahora solo logra 489, y queda situada, por lo tanto, por debajo del umbral de los 500 puntos. Es en esta materia la comunidad que registra una pérdida más grande.
La radiografía de Cataluña a partir del informe PISA es clara. Una posición mediocre, en el contexto español, lugar 7-9 en un Estado que presenta unos datos también mediocres, y con tendencia a empeorar por debajo de la media de los 500 puntos, y con pérdidas de las más importantes de entre todas las autonomías. Aquí hay un doble problema: el del sistema educativo en España, y el de su realización en Cataluña.
En este contexto general, el aspecto que específicamente nos interesa, el de los jóvenes (16-29 años) que ni estudian ni trabajan, en el caso catalán tampoco experimenta una mejora, al menos en relación con el 2017.
Es evidente que los nini no son una variable absolutamente independiente del mercado del trabajo, y por tanto lograron sus máximos en plena crisis, cuando en el tercer trimestre de 2009 se situaron en 1,9 millones de personas. Con la progresiva recuperación de la ocupación, la cifra ha disminuido de manera considerable, si bien el cuarto trimestre de 2018 (EPA) todavía superaban el millón de personas con una disminución del 6,1% en relación al mismo trimestre del año anterior. La conclusión es que continúan siendo muchos, claramente por encima del resto de la UE, pero se mantiene el proceso de reducción.
Pero esta característica ha quedado interrumpida en el caso catalán, porque en 2018 en relación con el año precedente, cuarto trimestre, los nini en Cataluña han aumentado un 3,2%. En puntos porcentuales la desviación sobre la tendencia española es grande: 9,3 puntos. Cataluña es, con el País Vasco y Castilla y León, una de las tres autonomías donde la situación ha empeorado más. Los nini en Cataluña y de acuerdo con el EPA (4.º Tr. 2018) son 158.100, casi el 16% del total español. Además, hay una notable disparidad entre la reducción del paro y el aumento de los nini este último año. Es una anomalía que tendría que llamar la atención de los poderes públicos.
A pesar de este escenario, las políticas públicas sobre este segmento de jóvenes son a efectos prácticos escasas (no se tienen que confundir con las relacionadas con los jóvenes que buscan trabajo). Tampoco es un campo que atraiga demasiado la atención en el ámbito de las iniciativas sociales, a pesar de que los jóvenes afectados se ven condenados a una vida llena de limitaciones y una vejez muy difícil. También constituyen una losa para el sistema económico porque, con el paso del tiempo, alimentarán la cifra de los parados crónicos y precarios de baja calificación, que generan más gasto que ingresos públicos. Cuesta de entender, desde la humanidad y la racionalidad, la escasa atención y los escasos resultados.