Vivir para convivir

En la jornada Mundial por la Paz, el primer día del año, el papa Francisco indicó tres herramientas que son acciones concretas para consolidar la paz. Trabajo, educación y diálogo.

Trabajo para ganarnos la vida y cubrir las necesidades vitales. Educación para aprender a relacionarnos con los demás de forma correcta y respetuosa, y diálogo, como ese espacio donde intercambiamos opiniones, donde hablamos para ser escuchados, y dónde escuchamos cuando el otro habla.

He aquí un momento importante para convivir. Escuchar y ser escuchados. 

La calidad de la persona humana se mide por la forma en la que se relaciona. Somos personas en la medida en que nuestra relación es respetuosa con los demás. Nos destruimos como personas cuando nos aprovechamos y abusamos de los demás. Por eso es tan importante la vida de grupo, de comunidad, de familia, los espacios de convivencia, porque es allí donde salen aquellos aspectos nuestros que no conocemos lo suficiente, y que gracias a la disparidad de criterios, se ponen de manifiesto.

Lo vemos cuando nos dejamos llevar por un enfado, o por la ira. Resultado: nos separamos de los demás, no nos hablamos, rompemos la relación. Reconciliarse, es arreglar lo roto, unir lo separado, volver a la cordialidad. Por eso la vida de familia o de comunidad, es una escuela que nos muestra tanto los aspectos de alegría y bienestar, como las dificultades de la propia convivencia.

Cuando deben tomarse decisiones, cada uno tiene sus ideas, que generalmente no coinciden, y cuando todo el mundo quiere imponer su criterio, a menudo esto genera discordia y dificulta la convivencia. El periodista y político Rovira i Virgili, decía que «para convivir es necesaria la medida y el límite». Y añadía que «el límite no debemos verlo como un recorte de libertades, sino como la construcción del equilibrio para que mi libertad no perjudique la libertad de los demás».

Ésta es una visión muy práctica para poder generar una convivencia de calidad.

La convivencia exige interdependencia. Nada de lo que interesa a los demás debe ser ajeno para mí. Nada de lo que me interesa a mí, debe ser ajeno a los demás. Ninguna palabra debe ser interrumpida. Ninguna opinión debe ser silenciada. Esto sería lo ideal.

Pero ¿qué ocurre cuando uno va a lo suyo, y quiere imponer su razón sin respetar la razón de los demás? 

Habría que encontrar un momento de tranquilidad para hablar buenamente de las molestias que ocasiona su comportamiento, y cómo vería que otro quisiera imponer otras ideas sobre las suyas, así como proponer unas alternativas que mejoren la cohesión y el funcionamiento del conjunto.

Hay que tener claro también, que los episodios del pasado no tienen por qué enturbiar el momento presente. Si somos capaces de superar los «egos» que llevamos encima, dando paso a la actitud generosa que intenta favorecer a los demás, veremos que esto genera reciprocidad y aumenta el bienestar emocional de los miembros de la familia o de la comunidad.

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