Visiones de futuro sobre la UE (VII): Ivan Krastev

Ivan Krastev es un politólogo e intelectual búlgaro, presidente del Centro de Estrategias Liberales de Sofía (Bulgaria) e investigador del Instituto de Ciencias Humanas de Viena. Acaba de publicar un libro breve titulado Ya es mañana. Como la pandemia cambiará el mundo (Debate, 2020).

El año pasado consiguió un gran éxito con su libro La luz que se apaga (Debate, 2019), escrito en colaboración con Stephen Holmes, en el que analizan cómo se ha ido desintegrando el mundo optimista del «fin de la historia «surgido de la caída del muro de Berlín (1989).

En su nuevo libro corto, Ivan Krastev se pregunta cómo saldrá el mundo, pero sobre todo la UE, de la Covid-19. Expone de manera brillante varias paradojas que la Covid-19 ha puesto de manifiesto sobre la globalización, la cooperación internacional, el autoritarismo y el proyecto de integración europeo.

Ivan Krastev cree que la Covid-19 no es, como muy a menudo se comenta, un cisne negro (evento o fenómeno que ocurre de manera totalmente inesperada, sin que nadie lo haya previsto, y que puede afectar a la economía mundial), sino un cisne gris (evento altamente probable con capacidad para provocar un estruendo en todo el mundo y que, sin embargo, ha generado una gran sorpresa cuando se ha producido).

La tesis principal de su nuevo libro es que la Covid-19 transformará nuestro mundo de una forma profunda, de tal manera que ya no podremos volver atrás. La ambición del autor es analizar la calamidad de la Covid-19 como un fenómeno nuevo, fundamentalmente diferente de las tres crisis anteriores más sufridas en Europa (2001, ataque terrorista islámico en Estados Unidos y ataques terroristas posteriores; 2007, llegada de la Gran Recesión económica; 2015, crisis de los refugiados). No es un libro sobre todo el mundo, sino que se trata de una obra centrada en Europa.

Según Ivan Krastev, la Covid-19 promete poner fin a la globalización tal como la conocemos. Las pandemias siempre nos acaban sorprendiendo y ponen el contador a cero, como una revolución.

La Covid-19 no será diferente. Pero sí muy paradójico: acelerará las tendencias desglobalitzadoras, pero mostrará la necesidad de más cooperación global; ha mostrado el lado oscuro de la globalización, pero también ha actuado como su agente; ha sido más agresiva en lugares densamente poblados y llenos de turistas, pero al mismo tiempo ha sincronizado al mundo entero y nos ha unido de una forma que ninguna crisis anterior había conseguido.

La tendencia hacia la desglobalización ya se había activado con la Gran Recesión de 2008-2009, sin dejar de mostrar al mismo tiempo los límites de la renacionalización. Si el apogeo de la globalización de los años noventa del siglo pasado representaba la eficiencia de las cadenas de suministro internacionales (cadenas de valor, value chains), hoy los ciudadanos se sienten más seducidos por la imagen de un Estado fuerte capaz de almacenar todos los recursos que la sociedad necesita para una crisis (mascarillas, respiradores, vacunas, etc.).

La Covid-19 ha manifestado evidencias sobre la importancia de la cooperación internacional. Desde este punto de vista, es la crisis más favorable a la globalización.

A diferencia de las guerras, las pandemias no confrontan a las naciones entre sí. A diferencia de los grandes movimientos migratorios, no provocan un nacionalismo violento. Y a diferencia de los terremotos o tsunamis, constituyen un fenómeno global.

Una pandemia es una crisis que permite que la humanidad experimente su interdependencia y unión. Las esperanzas de la humanidad se apoyan en la ciencia y la razón. Más que la pandemia en sí misma, lo que más inclina al pesimismo actual respecto al futuro es el fracaso de los líderes políticos mundiales a la hora de organizar una respuesta colectiva a la crisis.

También de manera paradójica, la Covid-19 ha dejado temporalmente en suspenso la democracia, al menos en Europa, instaurando estados de emergencia o de alarma. Pero al hacerlo, el deseo de la gente de tener un gobierno más autoritario ha llegado a un límite. Una de las consecuencias de la congelación de los derechos y libertades civiles será el rechazo, y no la aceptación, del autoritarismo, siempre según Ivan Krastev.

En las primeras etapas de la crisis, la gente entregó de buena gana poderes extraordinarios a los gobiernos, pero en el futuro será cada vez menos generosa a medida que la preocupación por la economía suplante a la preocupación por la salud pública.

Sobre si la pandemia beneficiará especialmente al régimen chino basado en la fórmula capitalismo de estado más autoritarismo, Ivan Krastev escribe que en los primeros días de la crisis su impresión era precisamente ésta, pero a medida que ha ido pasando el tiempo cada vez le parece más dudoso que China resulte la gran beneficiaria de la crisis. Esto sería así por muchos motivos: revelaciones de mentiras iniciales por parte del régimen chino sobre cifras referidas a la pandemia, muerte heroica de un primer sanitario que reveló la magnitud de la crisis sin autorización oficial del régimen, agresiva campaña de relaciones públicas para presentar el régimen chino como el más adecuado para afrontar la crisis, repercusiones negativas sobre China de la progresiva desglobalización, etc. Krastev piensa que la pandemia ha dejado entrever el lado más oscuro de la China actual.

En lugar de responder a la pregunta de qué régimen es el más adecuado a las exigencias del siglo XXI, si la democracia liberal o el autoritarismo estilo chino, la Covid-19 ha conseguido algo diferente: acabar con la posible cooperación entre China y los Estados Unidos en la gestión de los problemas de la globalización. La tendencia a la fragmentación y la regionalización global no ha hecho más que reforzarse.

El virus ha dejado las relaciones entre China y Estados Unidos en su peor momento desde que establecieron vínculos formales en la década de 1970 (por iniciativa de Richard Nixon). Se trata de una desvinculación de carácter económico y tecnológico que muchos analistas ya consideran irreversible. La rivalidad entre China y Estados Unidos no desencadenará un retorno a la Guerra Fría. A diferencia del régimen soviético, el modelo chino no es una alternativa ideológica, sino más bien un componente del capitalismo global. Pero la confrontación entre las dos potencias tendrá todo el aspecto de una guerra fría.

Por otra parte, muchos analistas y profesionales de los derechos humanos se muestran hoy temerosos en relación con las prácticas de vigilancia mantenidas permanentemente sobre las personas con motivo del virus. Las democracias liberales deben ser muy cuidadosas en este terreno y deben evitar que los controles se mantengan, una vez derrotado el virus. Para que en una democracia se puedan aplicar medidas de emergencia sin atentar en contra de su naturaleza liberal, hay que distinguir siempre entre medidas temporales y medidas permanentes. Además, las medidas de excepción no pueden derivar en prácticas secretas o aisladas de las prácticas democráticas.

Ivan Krastev argumenta que es precisamente en Europa donde la Covid-19 producirá un impacto político más radical, porque la pandemia pone en tela de juicio los fundamentos sobre los que se ha construido el proyecto europeo, concretamente la idea de que la interdependencia es la fuente más fiable de la seguridad y la prosperidad. Por esta misma razón, cree que la UE no será la misma después de la crisis. Podría desintegrarse y convertirse en una copia del siglo XXI del Sacro Imperio Romanogermánico medieval, una unión meramente nominal, o podría alcanzar la autonomía estratégica. La UE ha sido siempre la hija predilecta de la globalización, pero la amenaza de una desglobalización podría provocar una consolidación e integración aún mayores. Una cosa está clara, según Ivan Krastev, y es que esta no es una crisis de la que la UE pueda salir del paso como si nada.

La Covid-19 ha obligado a revisar los resultados de las medidas adoptadas durante las tres últimas crisis que ha sufrido Europa a lo largo de la última década: la guerra contra el terrorismo, la crisis de los refugiados y la crisis financiera mundial.

La experiencia europea contra el terrorismo dejó claro que, a diferencia de los estadounidenses después del 11 de septiembre de 2001, los europeos no estaban dispuestos a entregar el derecho a la privacidad a cambio de seguridad. La crisis actual obliga a revisar esta decisión.

La crisis de los refugiados acabó con el consenso tácito de que el cierre de fronteras internas de Europa era imposible. Esta crisis demuestra que las fronteras se pueden cerrar, al menos por un determinado tiempo.

El resultado de la quiebra financiera internacional fue la falta de voluntad para mutualizar las deudas y la reticencia de los gobiernos a aflojar los límites de gasto para superar la crisis. Ahora vemos que está pasando todo lo contrario.

La UE se considera a sí misma la última defensora de la apertura y la interdependencia, y ahora vemos que la presión de la globalización podría llevar a los europeos a adoptar más políticas comunes y en delegar en Bruselas algunos poderes de emergencia.

En la UE, la salud pública ha sido siempre competencia de los gobiernos nacionales. La UE ha demostrado tener una estructura inadecuada para mitigar la catástrofe que se estaba produciendo. Su reacción fue de sorpresa y desconcierto en los primeros momentos de la pandemia. Ha habido momentos durante esta crisis que la UE ha llegado a recordar las últimas décadas del Sacro Imperio Romanogermánico, cuando las personas que vivían en el interior del territorio de aquel imperio ni siquiera eran conscientes de que aún formaban parte de este.

La Covid-19 ha impulsado a los gobiernos de la UE a entender mejor la necesidad de su interdependencia.

Ante el desafío de la Covid-19, los líderes europeos confrontan una decisión estratégica: o luchar por preservar un mundo globalizado y de fronteras abiertas o trabajar por una versión más suave de la desglobalización. Krastev cree que, al final, acabarán haciendo ambas cosas.

La naturaleza globalizada de la Covid-19, unida a la constatación de que el nacionalismo económico del siglo XIX ya no es una opción para los pequeños y medianos estados nación de Europa, puede ser una buena oportunidad para rediseñar un nuevo nacionalismo territorial centrado en la UE. El coronavirus ha enseñado a los europeos que, si se quieren mantener a salvo, no pueden aceptar un mundo en el que la mayoría de los medicamentos o mascarillas se produzcan fuera de Europa. Tampoco pueden confiar en que sean las empresas chinas las que den vida a una red 5G europea. Si el mundo se vuelve más proteccionista, en Europa este proteccionismo sólo sería efectivo en el ámbito continental.

Ivan Krastev llega a las conclusiones siguientes: en un mundo más proteccionista, Europa sólo prosperará intensificando su cooperación interior; en un mundo dividido, una Europa más unida y una Bruselas dotada de poderes de emergencia puede ser la única solución realista para hacer frente a las fases sucesivas de la pandemia.

Por su parte, el filósofo y politólogo vasco, Daniel Innerarity, ha escrito un libro dedicado a la crisis del coronavirus titulado Pandemocracia. Una filosofía de la crisis del coronavirus (Galaxia Gutemberg, 2020), dentro del cual se encuentra un capítulo específicamente dedicado a la UE. Sus puntos de vista sobre los eurovirus son los siguientes:

  • La crisis del coronavirus ha llegado a una Europa desprevenida, cacofónica y fragmentada.
  • El contexto no podía ser peor: el Brexit en marcha; tensiones territoriales entre norte y sur, este y oeste de la UE; crisis migratoria sin resolverse; unas instituciones poco reactivas; unos estados miembros que velan sobre todo por sus propios intereses sin entender lo que está en juego en común.
  • Las primeras reacciones han sido consecuentemente lentas y poco afortunadas.
  • Hasta aquí las principales críticas. Ahora vienen las alabanzas y las recomendaciones de futuro. Culpar a «Bruselas» significa generalmente estar mal informado. No se puede nunca perder de vista que la UE es todavía una unión de estados. Son los Estados los que mandan, no «Bruselas». La UE no tiene competencias en materia sanitaria. En este caso, culpamos a Europa sin motivo, ya que no hemos querido dotarla de las competencias que necesita para ser eficaz. Y sólo se puede ser eficaz actuando precisamente desde Europa en muchas materias, una de ellas es de forma muy clara una pandemia como la actual. Es injusto, demagógico y populista denigrar Europa y al mismo tiempo no darle los medios para hacer lo que se le reclama. Sin embargo, la UE ha acabado reaccionando finalmente de manera muy contundente y bastante rápida, con una gran movilización de recursos y una visión federal.
  • No perdamos de vista que Europa suele dar pasos adelante después de cada crisis. Ahora se podría (debería) repetir la experiencia.
  • Si no conseguimos avanzar, tendremos un panorama político polarizado entre populistas que lo celebrarán y unos federalistas que seguirán soñando una salida por elevación.
  • En lugar de plantear debates como un asunto de estados contra estados, deberíamos reflexionar y concretar sobre lo que los europeos podemos hacer mejor en común desde «Bruselas», sobre el que podemos compartir, sobre cuáles son nuestros intereses comunes ante un escenario internacional cada vez más amenazador.
  • La prevista Conferencia sobre el futuro de Europa será una excelente oportunidad para revisar cómo tomamos las decisiones, la distribución de competencias y su legitimación democrática.

Visiones de futuro sobre la UE (VI)

La gente será cada vez menos generosa a medida que la preocupación por la economía suplante a la preocupación por la salud pública Clic para tuitear

 

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