Paulatinamente, los diferentes territorios de España hemos avanzado hacia la Fase 1 en el proceso de desescalada establecido por el Gobierno. Más allá del evidente marketing subyacente en el diseño del mismo –con términos impropios de un poder público, tales como “nueva normalidad” o “distanciamiento social”, que exceden los límites en los que debe moverse el Estado y entran de lleno en la esfera privada– comienzan a abundar las imágenes de actos irresponsables de ciudadanos que llenan terrazas, abarrotan parques o, sencillamente, se mezclan entre sí, poniendo con ello en riesgo la salud de otros. La respuesta fácil a estas situaciones es la crítica a quienes las provocan, por su falta de responsabilidad y su insolidaria actitud hacia las personas más vulnerables y frente a quienes están haciendo un esfuerzo inhumano por salvar nuestras vidas. Sin embargo, junto a ello, es preciso llevar a cabo una reflexión más profunda, que parte de la siguiente pregunta:
¿hasta qué punto estos actos irresponsables no son consecuencia directa de la falta de transparencia de los poderes públicos y de la evidente ocultación de la parte más cruda de la situación tan extraordinaria y grave que estamos viviendo?
Los 27.125 muertos oficialmente contabilizados en el momento de escribir estas líneas siguen viéndose como pura estadística por la inmensa mayoría de los ciudadanos; el foco informativo se ha centrado en lo anecdótico, dejando de lado el sufrimiento de las personas e, incluso, criticando a aquellos escasos medios de comunicación que esporádicamente han mostrado imágenes de féretros y actos de luto; el “todo saldrá bien” ha sido el lema de esta pandemia, ocultando todo lo que está saliendo mal y despreciando a quienes han sido golpeados por el virus en su salud o en su vida familiar o laboral. En definitiva, si no se nos muestra toda la verdad de las consecuencias de la pandemia, si la transparencia no es el principio que guía la información pública, ¿cómo vamos a actuar con plena responsabilidad?
No es legítimo que desde los gobiernos se promueva una realidad paralela que no responde a la situación que verdaderamente se está viviendo. No somos niños. Somos ciudadanos llamados a la responsabilidad; pero, para ello, hemos de conocer la verdad. Toda la verdad. Exijámosla.