Los datos actualizados de vacunación en los países miembro de la Unión Europea son muy inquietantes.
La Unión Europa sólo ha asegurado el suministro de vacunas para el 22% de la población hasta el verano. Es probable que el porcentaje real sea superior, pero dependerá de las capacidades de producción de los fabricantes.
El objetivo del Gobierno de haber vacunado el 70% de los ciudadanos a finales de agosto es totalmente ilusorio. No es de extrañar que no se haya querido mojar para precisar el calendario de vacunaciones.
Pero lo peor del caso llega cuando se compara la capacidad europea de vacunación con el resto de países desarrollados.
Israel ya ha inyectado al menos una dosis al 54% de la población. El suyo es ciertamente un caso extraordinario, pero todo los datos son bastante mejores que las de los países de la UE.
Según las informaciones recopiladas por el Financial Times, los Estados Unidos han inyectado al menos una dosis al 10% de la población. En el Reino Unido, ya oficialmente fuera de la Unión Europea, la vacunación llega prácticamente al 15%. Mientras tanto, en la Europa continental el porcentaje cae a poco más del 2% .
Incluso las dos grandes potencias industriales europeas, Alemania y Francia (y en particular esta última), presentan cifras de vacunación irrisorias: 3% y 1,8% respectivamente. Turquía, por ejemplo, ha vacunado ya al 2,6% de la población.
Pero allí donde la comparación se hace más odiosa es entre el Reino Unido del Brexit ya consumado y los Estados miembros de la Unión Europea. La salida del país de la Unión debía suponer un cataclismo para los ingleses. De momento, sin embargo, la tormenta parece afectar sobre todo al otro lado del canal de la Mancha.
Las razones del escandaloso retraso europeo respecto a Londres explican porque la Comisión Europa prometió más de lo que podía asumir, y por qué no se preparó para hacer frente al desafío que supone una campaña de vacunación masiva.
La presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, pensó acertadamente que si la UE negociaba de forma centralizada los pedidos de vacunas, conseguiría mejores condiciones (450 millones de habitantes a vacunar) y evitaría una incómoda carrera entre los Estados miembros para comprar dosis .
Tal y como explica el veterano cronista de política internacional Gideon Rachman, Von der Leyen recobró también una oportunidad para aumentar el poder de la Unión y demostrar las virtudes de la solidaridad europea. Pero, ha quedado patente que la crisis de la Covid-19 no fue el mejor momento para lanzar un gran experimento de política europea de salud.
Por un lado, la Comisión ha demostrado su inexperiencia en los campos de la logística, de la contratación y de la salud pública.
Por otra parte, la Comisión se ha auto-caricaturizado por la lentitud de su burocracia, concebida para controlar la aplicación de reglamentos y no para dirigir una Blitzkrieg sanitaria. Se trata de una institución temerosa a la hora de tomar riesgos y que carece de originalidad. Lo ha vuelto a demostrar.
Los funcionarios europeos pasaron demasiado tiempo discutiendo detalles financieros y legales y protegiéndose de todos los riesgos posibles, mientras que Estados Unidos, el Reino Unido e Israel avanzaban decididamente.
En el caso concreto de AstraZeneca, el fabricante de la vacuna de la discordia por la Comisión, el Reino Unido firmó el primer contacto con la farmacéutica tres meses antes que Bruselas.
Ahora, la propia Von der Leyen podría verse amenazada. El Defensor del Pueblo Europeo y el Parlamento podrían exigir un informe detallado que establezca responsabilidades. No parece descabellado que estas lleguen hasta la presidencia de la Comisión, y en este caso se podría poner sobre la mesa una cuestión de dimisión.
La humillación que está sufriendo Europa tendrá probablemente otras consecuencias políticas importantes, dentro y fuera del bloque. Los euro-escépticos han recibido material de excelente calidad de cara a las próximas elecciones, y los aliados y rivales de la Unión no olvidarán la falta de flexibilidad y la lentitud de Bruselas, rápidamente traducibles en falta de poder en el ámbito de la política real.