El primer fundamento que necesita cualquier pueblo es la continuidad de su gente. Sin esa persistencia, sin la transmisión de generaciones que se encadenan y se proyectan hacia el futuro, se impone una obviedad demasiado a menudo olvidada: este pueblo se desvanece. Y lo hace no solo como conjunto humano, sino como comunidad de memoria compartida, experiencia viva y proyecto colectivo.
Un pueblo que deja de asegurar la continuidad de su tejido humano se arriesga a desaparecer en silencio, disuelto en el olvido, convirtiéndose en una simple nota a pie de página de la historia universal. La vida de una nación no es nunca una inercia natural: es una construcción permanente, una voluntad que debe mantenerse despierta y en movimiento.
No hace falta ir muy lejos para encontrar ejemplos estremecedores. Occitania era, no hace tantos años, un país con una lengua viva y culta, lo suficientemente sólida para que uno de sus literatos más reconocidos, Frédéric Mistral, consiguiera el Premio Nobel. Hoy, de aquella Occitania, solo queda como rastro visible el pequeño núcleo del Vall d’Aran. Es una muestra clara de cómo una comunidad puede desaparecer cuando se rompe la continuidad de sus gentes.
Vivimos, además, bajo la férula férrea de lo políticamente correcto, marcado por la concepción woke. Y esto obliga a precisar qué significa “continuidad de la misma gente”. La respuesta es evidente: son aquellos núcleos humanos y familiares que, sin costes ni esfuerzos especiales, desde su dinámica natural, reproducen la lengua, la cultura, las tradiciones, los usos, la mentalidad y las formas de hacer y ser que han dado identidad histórica al pueblo catalán. Esta es su gente, la que asegura el hilo que liga pasado, presente y futuro.
Esto no significa que no puedan incorporarse personas venidas de fuera. Cataluña, desde el siglo XVII, ha sido tierra de acogida y mestizaje. Pero existe una condición irrenunciable: que estos nuevos núcleos asuman mayoritariamente la lengua y la cultura propias, que no desprecien las tradiciones y que no vivan al margen de la comunidad nacional. Menos aún, que reaccionen en contra o que transmitan actitudes beligerantemente adversas a la lengua, la cultura o las formas de vida del país. Esto no es asumible. Porque una cosa es reconocer el derecho de emigrar y ser acogido, y otra muy distinta es que esta acogida signifique la destrucción del primer bien común: el de ser comunidad. Sin este, todos los demás bienes colectivos pierden sentido.
Hay algo a retener. El castellano también es lengua de Cataluña, no es la propia y específica, pero es la de mucha gente y desde hace siglos. La respuesta buena la hemos dado nosotros mismos de forma natural: el bilingüismo. Que quiere decir que todo el mundo conoce y entiende las dos lenguas y a ser posible las habla, pero que en cualquier caso no hay nadie analfabeto en catalán, como no hay nadie analfabeto en castellano. Esto y el despegue y atractivo del catalán como lengua en la escuela y una mayor responsabilidad empresarial en su pleno uso son condiciones necesarias.
¿De qué nos sirven estridencias innecesarias como querer ser atendido en catalán por una empresa de Ciudad Rodrigo, al tiempo que olvidarse de nuestra lengua por buena parte de la gran empresa catalana? El catalán debe ser lengua de valor y promoción social. Es una necesidad. Por tanto, que se dejen de exotismos para llamar la atención, que solo demuestran impotencia y que vayan a lo real.
Afirmadas estas evidencias, la pregunta inevitable es: ¿cuáles son las prioridades para el resurgimiento de Cataluña hoy? Hay seis básicas, imprescindibles, que no son las únicas, pero que si no se cumplen, todo lo que venga detrás tendrá un valor muy relativo
- La natalidad. Cataluña sufre una tasa de natalidad de derribo: poco más de un hijo por mujer en edad fértil, cuando debería doblarse la cifra para garantizar el relevo generacional. El esfuerzo nacional debe ser crear condiciones económicas, sociales y culturales que hagan de tener hijos un gozo y no una carga. No solo existen trabas materiales –como el coste de la vivienda–, sino también una cultura dominante, conectada con planteamientos ideológicos del progresismo actual, el feminismo de género, la ideología de las identidades LGTBIQ, que son profundamente adversas a la maternidad. Hay que darle la vuelta a esta tendencia.
- La familia. Necesitamos familias estables con capacidad educadora. Todos los instrumentos del país deben estar orientados a este objetivo. Las políticas públicas deben tener como eje central a la familia: todo aquello que la refuerce debe potenciarse; lo que la debilite, debe limitarse o eliminarse. Toda la política debe tener perspectiva de familia.
- La inmigración. Durante varios años habrá que limitar extraordinariamente la entrada de recién llegados. Solo lo mínimo necesario. Ante todo, es imprescindible asegurar una integración razonable de la población ya establecida. Esto implica garantizar condiciones de vida dignas para todos, pero sin que esto suponga una discriminación de los autóctonos. Y significa, por tanto, una poderosa política de cohesión social. También es necesario establecer un criterio claro: aquel que no se quiere integrar, que delinque sistemáticamente y que ha llegado de fuera, no debe permanecer dentro del país. Naturalmente, esto no puede ser por un solo delito, sino por una conducta reiterada.
- El territorio. Cataluña sufre desequilibrios territoriales muy intensos en un espacio reducido. Es necesario planificar y ordenar con valentía: repoblar el interior, recuperar el sector agrario, forestal y ganadero, y ofrecer oportunidades reales a los jóvenes. Esto significa mejorar infraestructuras, reorganizar la explotación agraria en unidades más grandes y eficientes, y favorecer el relevo generacional. En paralelo, urge recuperar los centros degradados de las ciudades medias y villas. El caso de Figueres, que ha pasado de ser una ciudad próspera a un espacio degradado y empobrecido por la sustitución de población, es paradigmático. Pero el problema se extiende por todas partes: es necesaria una política contundente de regeneración urbana.
- La productividad y en especial la total de los factores (PTF). Todo debe converger en su mejora sustancial como un reto histórico, porque es la vía rápida para obtener mejores condiciones de vida.
- El florecimiento humano. Finalmente, es necesaria una nueva política económica y social enfocada desde la perspectiva del florecimiento humano. No solo se trata de crecer económicamente, sino de desarrollar todas las dimensiones humanas y comunitarias. Este enfoque, cada vez más percibido como la mejor respuesta a la crisis social, económica y política de Occidente, debe ser también el camino de Cataluña.
Cataluña debe resurgir. Y debe hacerlo desde la continuidad de sus gentes, desde la firmeza de las familias, desde la cohesión territorial y desde una nueva política que sitúe el florecimiento humano en el centro. Este es el reto y, a la vez, la esperanza.
El resurgimiento de Cataluña comienza con la continuidad de sus gentes: lengua, cultura y proyecto compartido. #Cataluña #Resurgimiento #Identidad Compartir en X