Hasta el siglo XXI, los coronavirus conocidos (una gran familia de virus capaces de infectar tanto a humanos como a animales) tenían sobre nosotros el molesto efecto de un resfriado, pero muy raramente resultaban letales.
No obstante, en los últimos 20 años han aparecido tres nuevos coronavirus mucho más capaces de poner vidas humanas en peligro: se trata del SARS (síndrome respiratorio agudo grave) en 2003, el MERS (síndrome respiratorio de Oriente Medio) en 2012, y actualmente en 2019 ha aparecido el CoV en Wuhan.
Tal como explica la investigadora y profesora de salud pública Annie Sparrow en Foreign Policy, sigue habiendo escasa información clínica de los pacientes chinos afectados por el virus. En el extranjero sólo llegan noticias de los casos graves y muy graves, que implican la hospitalización y, en ocasiones, la muerte de los afectados.
Los datos disponibles podrían indicar que en realidad el nuevo virus es el resultado de mutaciones sucesivas que lo han ido haciendo más y más violento, algo que ya sucedió con el SARS de 2003.
Físicamente, el coronavirus es un gran virus, incapaz de sobrevivir en el aire o viajar más que unos escasos metros. Se contagia tanto por contacto directo (segregaciones orales) como indirecto (estornudos, tos, etc., que hacen que el virus permanezca en superficies diversas por un tiempo limitado). Así pues, medidas de protección aparentemente rudimentarias como máscaras, guantes y gafas resultan efectivas.
El virus en cuestión tiene un período de incubación de entre 1 y 14 días, aunque las autoridades chinas han avisado de que es contagioso incluso antes de que aparezcan síntomas en los afectados. Después de una semana sufriendo molestias corrientes como fiebre, tos y dolores musculares, el coronavirus progresa rápidamente, dañando más y más los pulmones. Entre el 25 y el 32% de los casos terminan requiriendo tratamientos en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del hospital.
El potencial mortífero del nuevo coronavirus es de momento poco claro. Si bien las primeras cifras, de comienzos de enero, eran reconfortantes, el porcentaje de mortalidad ha llegado a finales de enero al 3%. De todas formas, se trata todavía de un índice muy inferior al de la epidemia del SARS de 2003.
Algunos colectivos específicos, como personas con problemas en sus sistemas inmunitarios, presentan tasas de mortalidad superiores, de un 15% aproximadamente. Las personas mayores y personas afectadas de diabetes o hipertensión presentan también peores resultados. Sin embargo, Sparrow destaca que la mayor parte de los pacientes afectados por el coronavirus en su fase grave son personas clínicamente sanas.
Las autoridades chinas están realizando controles muy estrictos de la población para intentar aislar los casos. Estos métodos, sin embargo, tienen efectos perversos, ya que conducen a ingresos en los hospitales de personas que no están realmente afectadas por el coronavirus. Los enfermos graves reciben, pues, menor atención.
En período invernal, establecer quién está afectado por el coronavirus y quién tiene una gripe de temporada resulta particularmente difícil. Además, si como parece también son contagiosas personas que no presentan síntomas de la enfermedad, el foco en los controles masivos de fiebre como medida de contención pierde parte de su relevancia.
Paralelamente a estas medidas radiales de control, el gobierno chino ha anunciado recientemente que los trabajos para encontrar la vacuna habían comenzado. Mientras tanto, las mejores medidas de protección son concienciar a la población del riesgo de contagio y cómo evitarlo (comportamiento, vestimenta). En esto, los chinos tienen mucha práctica gracias a los múltiples canales de propagación de la información gubernamental.