Alivio en Bruselas: la UE y el Reino Unido han cerrado el acuerdo sobre el Brexit

El Brexit, o salida del Reino Unido de la UE, es la historia de una pesadilla populista  llena de ruido, furia, mentiras, engaños, falsas promesas y nostalgia imperial. A diferencia de Trump, el mayor populista de los Estados Unidos, derrotado en las últimas elecciones presidenciales (aunque el trumpismo siga vivo en ese país), el Brexit es un mal que puede durar siglos. A los ojos de la mayoría de analistas internacionales, ambos fenómenos simbolizan el repliegue histórico de las dos potencias anglosajonas en el panorama internacional.

El 23 de junio de 2016, un día antes del fatídico referéndum sobre el Brexit, el director de Chatman House, el think tank británico sobre relaciones internacionales más prestigioso, alertaba sobre las consecuencias de una posible salida del Reino Unido de la UE: «Serían devastadoras para nosotros, como también para Europa y Occidente en general.  Significaría una historia de todos perdedores, en la que el principal perdedor sería sin duda el Reino Unido. Este perdería progresivamente peso en el mundo. Incluso podría terminar troceado y definitivamente disminuido con la separación de Escocia y Gales y la reunificación de las dos Irlandas. Si el Brexit gana, significará el daño autoinfligido o el tiro en el pie, dígale como quiera, más grande de la historia de Gran Bretaña».

La pesadilla comenzó con el planteamiento innecesario de un referéndum sobre la salida británica (2013) por parte de un primer ministro conservador, David CameronNo era precisamente un ferviente europeísta, pero sí favorable a la permanencia británica dentro de la UE, aunque fuera por razones pragmáticas.  Estaba convencido de que el voto proeuropeo acabaría ganando holgadamente el referéndum, tal como indicaban todas las encuestas. Poco tiempo antes de convocar el Brexit, Cameron había ganado las elecciones británicas por mayoría absoluta (2015) y también había conseguido que los escoceses optaran por la permanencia en el Reino Unido en su referéndum de independencia que Cameron les había autorizado organizar (2014 ). Su viceprimer ministro liberal demócrata, Nick Clegg, que antes había trabajado en la Comisión Europea, conocía bien la persona y las intenciones de su superior y primer ministro. Clegg nos argumentaba así, en privado, después de la convocatoria: «David Cameron no me ha escuchado. Ha perdido el sentido de la realidad, se piensa que con el dedo toca el cielo, se ve capaz de desafiar la ley de la gravedad y está convencido de que todo lo que se proponga le tiene que salir bien. Esto en política es muy peligroso. Después de haber sido capaz de renegociar con éxito las relaciones del Reino Unido con la UE y de conseguir un status que considero ideal para los británicos dentro de la UE, no tenía ningún sentido sacar adelante un referéndum sobre la permanencia británica en la UE . Si lo hace, es puramente por razones de política interna, determinadas por sus ambiciones personales, más allá de los intereses británicos. Con el referéndum, Cameron piensa aplastar el sector más euroescéptico de su partido conservador y finalmente imponerse sobre el conjunto de la escena política británica como líder indiscutible por años. Pero el experimento le puede salir al revés, los referéndums son siempre peligrosos, y si pierde este referéndum sobre el Brexit, un referéndum absolutamente innecesario e inventado por Cameronun ad maiorem gloriam suam, el mal que habrá causado en el país será devastador e irreparable. Está jugando con fuego y se puede quemar. Está jugando con el futuro del Reino Unido y esto es absolutamente impropio de un primer ministro».

El experimento le acabó saliendo a Cameron, efectivamente, al revés de lo que esperaba . A las cuatro de la madrugada de la misma noche del referéndum -la noche de San Juan del 2016- aún no se lo acababa de creer. Cameron había jugado con fuego y se había quemado. Subestimó el fantasma del nacionalpopulismo que recorría la Gran Bretaña y Europa. Los grandes ganadores eran Neil Farage, líder del UKIP (United Kigdom Independence Party) y el conservador euroescéptico Boris Johnson, el hombre que ha acabado sacando el Reino Unido de la UE.

Los leavers (partidarios de salir de la UE) ganaron el referéndum por 51’9% (17,4 millones de votos) contra 48,1% (16,1 millones de votos) de votos  remainers (partidarios de quedarse en la UE), tras una campaña llena de fakes. Un engaño que llamaba mucho la atención consistía en un anuncio electoral que llevaba «el autobús de las mentiras» de Londres, según el cual el Reino Unido contribuía cada semana en la UE con 350 millones de libras, cifra que el Reino Unido se podría ahorrar si saliera de la UE y así podría dedicar dinero a mejorar la sanidad pública británica. Era un anuncio típicamente populista, equivalente a otros como «Bruselas nos roba» o «UE ladrona». Los mismos líderes del Brexit, Neil Farage y Boris Johnson, reconocieron sin vergüenza, poco después de haber ganado el referéndum, que el texto de aquella viñeta publicitaria era una falsedad, pues no tenía en cuenta el reembolso presupuestario que el Reino Unido recibía de la UE por diferentes conceptos. Se trataba de un ejemplo de populismo en estado puro: consignas cortas y radicales más señalamiento de enemigos exteriores malvados, todo ello repetido hasta el aburrimiento.

¿Quien votó principalmente a favor del leave (salida de la UE)? Inglaterra (53,4%), Gales (52,5%), trabajadores industriales afectados por la globalización, gente mayor (fue a votar masivamente, contrariamente a la gente joven; franja de 50 a 64 años 49% leave y 35% remain ; mayores de 65 años 58% de leave y 33% remain ), personas sólo con educación básica (65%), nostálgicos del pasado imperial. ¿Quien votó principalmente a favor del remain (continuar en la UE)? Los jóvenes (75% de los votantes entre 18 y 24 años, pero la mitad de esta franja de edad no fue a votar), franja entre 25 y 49 años (45% remainy 39% leave ), la ciudad de Londres (75,2%), personas con estudios superiores (74% de los adultos con estudios universitarios), Irlanda del Norte (55’8%), Escocia (62%). ¿Qué porcentaje de la población británica votó a favor? El 25 por ciento aproximadamente. Esto quiere decir que sólo con el apoyo de un cuarto de la población británica se llevó adelante la separación traumática de la UE de uno de sus países clave. Con el paso del tiempo, se ha ido viendo cada vez más claro que muchos ciudadanos británicos han sido víctimas del populismo y de las mentiras de algunos de sus dirigentes.

El Brexit significa el primer abandono de un club acostumbrado a que sean los países los que llamen a su puerta. Un club que lleva siete ampliaciones sucesivas y que tiene una larga fila de candidatos a la adhesiónSe va uno de los grandes, el Reino Unido, que nunca ha llegado a sentirse del todo cómodo con el proceso de integración europea por la vía de las Comunidades Europeas, hoy la UE.

En los primeros momentos del proceso fue invitado a participar como miembro fundador, pero lo rechazó con arrogancia (se consideraba la única potencia europea victoriosa sobre Hitler y minusvalora al resto como perdedores) y por pensar que no saldría adelante y fracasaría. Al comprobar que el proceso avanzaba contra pronóstico de manera exitosa, fundó la EFTA (Asociación Europea de Libre Comercio, en siglas inglesas) para luchar contra la CEE (Comunidad Económica Europea) y fracasó en su intento. Pidió luego la adhesión a la Comunidad Europea y se vio humillada por el General De Gaulle, que le cerró la puerta dos veces. Consiguió finalmente entrar en 1973, pero enseguida convocó un referéndum sobre su permanencia, que resultó positivo. Una vez dentro, nunca se sintió cómodo del todo. Londres renunció al papel de liderazgo como país grande dentro de la UE, ejerció más el veto que la aportación de iniciativas, renegoció su contribución presupuestaria y optó repetidas veces por no participar en avances comunitarios importantes, como la creación del euro.

La UE ha demostrado ser capaz de actuar como un bloque compacto en la compleja negociación del Brexit. En contra de algunos pronósticos y de muchos intentos británicos, no ha conocido divisiones internas significativas. Londres siempre se ha encontrado con una posición unida al otro lado de la mesa. A lo largo del proceso negociador, se han desvanecido los temores de que la salida del Reino Unido despertara tentaciones de otros exits. No los hay en el horizonte, al menos de momento. En todo caso, se consuma un caso inédito, un socio abandona la UE. Eso sí, después de acordar primero un divorcio (acuerdo de Retirada) y posteriormente la relación futura, que es lo que se acaba de acordar. El acuerdo de divorcio de finales de noviembre de 2019 pactaba las condiciones de la salida y abría un periodo de transición durante el cual el Reino Unido aún estaba legalmente bajo el marco comunitario, que servía para negociar la relación futura. Este período transitorio se termina a finales del año 2020. Después, Londres y Bruselas deberán vivir separados, pero juntos, siguiendo la fórmula del living apart togetherEl futuro del Reino Unido fuera de la UE está por construir y el momento de hacerlo no ayuda. El panorama internacional es complicado, la sociedad británica está dividida y el Reino Unido se encuentra más cerca que nunca de trocearse.

El acuerdo sobre la relación futura entre el Reino Unido y la UE se terminó de negociar el día antes de Navidad. El negociador europeo, el francés Michel Barnier, respiraba aliviado y declaraba lo siguiente: «Ya no nos amenaza el reloj, después de cuatro años y medio de esfuerzo colectivo y de unidad de la UE, para preservar la paz en el isla de Irlanda, proteger a los ciudadanos y el mercado único y construir una nueva relación con el Reino Unido».

La presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, calificó el acuerdo de «justo y equilibrado». La percepción general en Bruselas es que no existe nada que se pueda definir como un buen Brexit -pues se trata de una operación mal concebida en la que todos salen perdiendo, los primeros los británicos- pero como mínimo se ha trabajado fuerte por parte de la UE para minimizar sus consecuencias negativas. En cualquier caso, se ha evitado el escenario caótico del no-acuerdo, seguramente porque ha quedado claro que en este caso quien tenía más que perder eran los británicos.

El acuerdo es complejo y tiene más de mil páginas. El éxito principal de los negociadores europeos es la preservación del mercado interior. Se mantiene el libre acceso del Reino Unido en el mercado único europeo, el más importante del mundo, con 500 millones de consumidores, contando los británicos. Habrá aranceles cero y cuotas cero, pero también suficientes medidas que, según los 27, garanticen que también habrá dumping cero. Es decir, hay medidas para evitar que los productos británicos no entren con ventaja en el mercado europeo gracias a ayudas públicas o legislación laboral y medioambiental divergentes. Esto se ha conseguido blindando los actuales estándares y se han previsto mecanismos para arbitrar o, si fuera necesario, tomar represalias, en caso de que, en el futuro, se produzcan divergencias significativas. El Reino Unido ha aceptado los estándares reguladores europeos (ayudas estatales, medio ambiente, subsidios, relaciones laborales) no sólo en el presente sino también en el futuro, si es que se quieren mantener los aranceles a cero. Esto no permitirá convertir el Reino Unido en un Singapur a orillas del Támesis que compita deslealmente con las empresas del continente.  El mantenimiento de los estándares laborales y medioambientales es el punto clave del acuerdo. La frontera entre las dos Irlandas seguirá igual de abierta, pero la frontera entre el Reino Unido y el Norte de Irlanda cambiará. Habrá controles aduaneros, ya que Irlanda del Norte tendrá acceso a la unión aduanera europea al tiempo que formará parte de la unión aduanera británica. Las empresas británicas dependen del acceso al mercado único. Representan más del 45% de sus exportaciones. Para acceder deberán continuar cumpliendo con las normas de Bruselas.

Los servicios financieros quedan fuera del acuerdo y pendientes del trato que la UE les otorgará para poder operar en el mercado interior europeo. Sólo se ha acordado que los bancos británicos podrán seguir haciendo transacciones básicas en el continente, y viceversa. El sector experimenta un fuerte malestar y se queja de que prácticamente todo se deberá negociar a partir de ahora. La economía del Reino Unido es extraordinariamente dependiente de los servicios financieros, con la City de Londres como centro neurálgico. Recordemos que Londres votó de forma clara en contra del Brexit.

La pesca, a pesar de tratarse de un sector con un impacto económico menor (el 0,1% del PIB británico y el 1% del PIB de la UE), ha sido un terreno muy espinoso por haberse convertido en emblema político de la soberanía que se quiere recuperar. No era tanto una cuestión de dinero como de soberanía. El Reino Unido pretendía reducir hasta el 80% la cuota de pesca de los barcos europeos en aguas británicas. Al final, la reducción acordada ha sido del 25% en la mayoría de las especies, que se hará efectiva a lo largo de un período de transición de cinco años y medio. Después, habrá que negociarlas anualmente. Los pescadores se sienten traicionados por Johnson.

Boris Johnson presume de acuerdo: «Desde el 1 de enero estaremos fuera de la unión aduanera y del mercado único. Las leyes británicas serán elaboradas únicamente por el Parlamento británico, interpretadas por los jueces británicos de los tribunales británicos, y la jurisdicción del Tribunal de Justicia de la UE acabará. Hemos hecho Gran Bretaña grande de nuevo (homenaje al eslogan de Trump make America great again). Es un día para celebrar. Hemos defendido nuestra soberanía y recuperado el control de nuestras leyes, nuestras fronteras y nuestras aguas. Ya no estamos bajo la órbita lunar de la UE, ni de sus tribunales, ni de ninguna institución europea. ¡Somos Libres!» Johnson saca al Reino Unido de la UE, pero engaña a todos cuando anuncia una soberanía recuperada. La soberanía perdida no volverá. Y no porque Europa no se la devuelva, sino porque hace tiempo que no tiene sentido afrontar las relaciones internacionales desde castillos soberanos. Johnson también ha declarado que El Reino Unido ha salido del Programa Erasmus de la UE, a pesar del ofrecimiento de Bruselas para que siguiera formando parte. Una vez más, Johnson incumple una promesa, hecha el 20 de enero en el Parlamento, cuando afirmó que el Reino Unido continuaría integrado en el programa. El fragmento de su intervención ha incendiado recientemente las redes sociales y pone al descubierto la ya legendaria capacidad de mentir compulsivamente que tiene este premier que se ve a sí mismo como un nuevo Churchill. Es la gran historia que ahora se repite en forma de farsa.

Johnson sí ha cumplido una de sus promesas: asegurar que el Brexit sería realidad el 1 de enero de 2021, sin ningún tipo de prórroga. Pero muchas otras no las ha cumplido: la conquista de la plena libertad respecto a las reglas y regulaciones de la UE, el comienzo de una etapa gloriosa de prosperidad sin precedentes, el mantenimiento de las ventajas de pertenecer a la UE, pero sin sus responsabilidades, un exceso de dinero para dedicar a la sanidad y otros servicios públicos (recordemos la propaganda electoral «del autobús de las mentiras»), el control de la inmigración, la ausencia de una frontera entre Irlanda del Norte y el resto del Reino Unido, etc. El mundo financiero, el mundo de la pesca y los euroescépticos más radicales se sienten traicionados por Johnson, estos últimos porque intuyen que para conseguir que no haya aranceles y cuotas (acceso al mercado interior europeo) Londres continuará vinculado a las normas de la UE en materia de medio ambiente, trabajo y subsidios, como así efectivamente se ha acordado.

A diferencia de Boris Johnson, por parte de los negociadores comunitarios no ha habido aires de victoria. Ha habido más alivio que alegría , acompañado de una moderada satisfacción. Todo porque la consecuencia final, la salida del Reino Unido de la UE, es algo que la UE no ha querido nunca y que simplemente ha tenido que aceptar y negociar que se produjera en los mejores términos posibles.

A partir de ahora, el acuerdo debe seguir los procedimientos legales. No hay margen para que lo ratifique el Parlamento Europeo antes de finales de año, por lo que no entrará en vigor de forma provisional hasta el 28 de febrero de 2021.

Tal y como han ido las cosas hasta esta Navidad de 2020, se puede decir que el Brexit comenzó en el año 2016 como una gran amenaza para la UE, pero que con el paso del tiempo se ha ido convirtiendo en una gran oportunidad.  En primer lugar, porque se podrá avanzar de verdad hacia la unidad europea sin la rémora, siempre presente de alguna manera, de los británicos . En segundo lugar , las negociaciones del Brexit han unido los 27 de manera inesperada. Ha habido unidad y confianza en el negociador europeo, el francés Michel Barnier. Es particularmente destacable la solidaridad de los 26 con Irlanda, el país más afectado por el Brexit y con el que se han volcado para impedir una reinstalación de la frontera dura en la isla. En tercer lugar , el miedo de nuevos exits se ha esfumado. Nadie se plantea una salida del club. En cuarto lugar, la UE ha hecho concesiones y ha renunciado a alguno de sus objetivos iniciales, pero manteniendo vías alternativas como garantía. La UE, por ejemplo, ha aceptado que en ningún momento no intervenga el Tribunal de Justicia de la UE y que no preexaminarà la política de subsidios británica, pero también es cierto que la UE ha cedido sólo después de encontrar una alternativa que considera que le garantizan resultados similares. Por otra parte, el Brexit ha consolidado la idea de una UE más flexible, de diferentes velocidades y geometría variable.

Una Europa de la flexibilidad también obliga a definir las líneas rojas que forman su núcleo duro. En estos momentos, está clara la existencia de dos líneas rojas. Una es el mercado interior europeo: el Brexit ha puesto de relieve que es intocable. Otra son el Estado de derecho y los valores democráticos, que actualmente ponen en entredicho algunos países del centro y del este de Europa, como Polonia o Hungría. La flexibilidad también se aplica a la política exterior y a la defensa. La idea de una defensa europea va cogiendo fuerza. Además, el Brexit también ha puesto de manifiesto que no conviene convocar referéndums de manera frívola e innecesaria. Incluso ha cambiado a los euroescépticos que ahora ya no piensan en provocar una implosión de la UE, sino que se han convertido en remainers en una UE que aspira a hacerse a medida de las diferentes maneras de ser de sus Estados miembros.

En Bruselas no son pocos los que piensan que la UE, contra el pronóstico de algunos, sale del año de la pandemia mucho mejor que como entró. Ya queda lejos aquel mes de marzo de la discordia sobre el material sanitario entre Estados miembros y la falta de coordinación comunitaria, después llegaron iniciativas francoalemanas que condujeron, entre otros, los importantes acuerdos de julio. Por primera vez en la historia de la UE se daba un paso adelante hacia el federalismo fiscal con la preparación de una emisión pionera de deuda europea, y se empezó a preparar la llegada de los fondos europeos de la Next Generation EU por importe de 750.000 millones de euros, prevista para el próximo año y sucesivos. La denominación Next Generation está bien escogida, pues la UE está enfocando con decisión el futuro de Europa a medio y largo plazo (revolución verde, revolución digital). Otro gran paso ha sido la vinculación de estos fondos europeos de carácter federal en el Estado de derecho y los valores democráticos. En Bruselas hay quien se atreve a pensar, e incluso decir, en este final de año, que en pocos meses la UE ha avanzado décadas.

La Cancillera alemana Angela Merkel piensa que «el acuerdo del Brexit es de importancia histórica; empezamos nuevas relaciones con el Reino Unido que seguirá siendo, fuera de la Unión, un socio importante para Alemania y la UE; felicitaciones a Michel Barnier y a Úrsula von der Leyen por el buen trabajo realizado». El presidente francés, Emmanuel Macron, ha celebrado el acuerdo alcanzado con los británicos con estas palabras: «La unidad y la firmeza europea han dado su fruto; Europa avanza y puede mirar hacia el futuro, unida, soberana y fuerte «. Por su parte, la presidenta alemana de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, considera que «finalmente podemos dejar el Brexit atrás y mirar hacia el futuro», y concluye «ahora Europa podrá avanzar».  

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