Cataluña tiene un conjunto de graves problemas que pueden reducirse a dos: su declive, y las causas que hacen imposible abordar su resolución, las dislocaciones. Entre este conjunto de dificultades, una de insólita, porque la financiamos los catalanes, es TV3.
Empezó siendo una televisión que se quería modélica, profesional, bien hecha, ponderada, capaz de contribuir eficazmente a la mejora de la cultura y lengua catalana. Aquellos fines derivaron en una monstruosidad en muchos órdenes. Su fiscalización es inexistente, y está en manos de los diversos grupos de presión internos, que es lo que suele suceder cuando un ente público no es gobernado desde la res pública. Viven en su corporativismo a expensas de la necesidad imperiosa que tienen ERC y JxCat de tener una plataforma para servir a su electorado; en realidad, a la parte más envejecida, porque TV3, hay que decirlo, es sobre todo una televisión que tiene como principales usuarios a las personas mayores, y no ha sabido rejuvenecer a su audiencia. En ese sentido, está condenada a medio plazo.
TV3 forma parte del desgobierno, dada la incapacidad de generar los acuerdos necesarios en el Parlament para designar nuevos órganos de dirección y control, como sucede con tantos otros entes públicos de Cataluña, con el agravante de que éste, por incidencia y coste, es el más importante de todos.
TV3 es una televisión vergonzosamente cara como consecuencia de su nutrida plantilla, que también envejece al mismo ritmo que su público. Es la que tiene el coste más elevado por punto de audiencia.
Está acusada de una parcialidad política sectaria y es una evidencia estadística. Pero aún es peor: TV3 tiene su propia agenda para formatear la mente de los catalanes EN razón de lo que creen sus lobbies internos de poder. No está por servir al pluralismo de la sociedad, sino por satisfacer sus intereses y su particular visión de la vida y del mundo, dividido en “buenos y malos”. La mayor parte de los programas de la televisión, incluidos los informativos, son en realidad relatos ideológicos que sirven siempre a las mismas pasiones.
La crítica de la realidad implica remarcar que sigue teniendo algunos buenos programas y excelentes profesionales que se dedican a realizar su trabajo. Son un capital que hay que preservar, pero es necesario deshacer la telaraña de personajes que mandan entre bastidores, los intereses corporativos, los contratos con productoras privadas y las puertas giratorias de TV3, HACIA ella y a la inversa, de los lobbies ideológicos, la pésima utilización de recursos y considerar que la TV de Cataluña debe ser portadora de una cultura propia, la de los «progres» que la controlan.
Todo esto debe acabar. TV3 debe pasar a ser un medio para todos los catalanes, respetuoso con sus creencias, servidor de la neutralidad, centrado en promover la cultura catalana de calidad en todos los ámbitos, abiertos a todos los autores y no sólo a los amigos de la casa, y que promueve la calidad del lenguaje. Expresarse en términos chapuceros y malsonantes como característica, en aras de hablar como se hace “en la calle”, es la excusa de la impotencia intelectual y creativa.
Es necesaria una respuesta militante de la sociedad civil para volver a poner TV3 en manos de la normalidad democrática, al servicio de la sociedad catalana. El cómo alcanzar este objetivo es necesario concretarlo, y pronto,
TV3, su núcleo de poder, tiene el mismo papel que Juan March durante la República y le es de aplicación la frase del discurso del ministro de hacienda, Jaume Carner, en el Congreso.: “O la República somete a March, o March someterá a la República ”.