Sunak y el Brexit

Rishi Sunak es considerado un realista en el mundo político británico. Sunak sigue siendo partidario del Brexit, pero de un Brexit reformado. Por este motivo, su reciente ascenso al poder ha podido ser señalado como ”el fin del brexitismo“, es decir, el fin de la ideología de los delirios respecto a la capacidad de Gran Bretaña de “ir por libre en el mundo“, que culminó en la tragicomedia del efímero Gobierno de Liz Truss, su antecesora inmediata.

Sunak, como la mayoría de los economistas, sabe que el Brexit no funciona. Es consciente de su fracaso estrepitoso y de sus falsas promesas, pero no lo abandona ni lo condena. Trata de buscar una nueva relación del Reino Unido con la UE “basada en el sentido común“. Le gustaría “reconducir y suavizar” el Brexit, pero topa sistemáticamente con el veto de los euroescépticos de su partido.

Sunak votó a favor del leave en el referéndum de 2016, y se refirió a éste como portador de “enormes beneficios y oportunidades “, por el mero hecho de salir de la UE.  Pero ha ido madurando, desde entonces, su valoración sobre la salida del Reino Unido de la UE.

La política económica de Liz Truss llevó la lógica del brexitismo a un extremo absurdo

La política económica de Liz Truss llevó la lógica del brexitismo a un extremo absurdo. En los últimos ocho años, siempre bajo gobiernos tories, Gran Bretaña ha descendido del euroescepticismo pragmático de David Cameron al Brexit medio-blando propuesto por Theresa May, luego al Brexit duro de Boris Johnson y de ahí al Brexit fantasioso de Truss. La revolución del Brexit ha seguido un patrón familiar, salvo que, mientras tradicionalmente la “revolución devora a sus hijos“ con una radicalización hacia la izquierda, en Gran Bretaña ha sido hacia la derecha.

El sueño del Brexit prometió una Gran Bretaña que volvería al “magnífico dinamismo del siglo XIX”. El resto del mundo tenía que creerlo porque los fanáticos brexitistas así lo creían. En lugar de ello, un viaje que comenzó con el eslogan de “recuperar el control“ ha acabado en una espectacular pérdida de control.

La dura realidad ha alcanzado a los brexitistas y la opinión pública británica está empezando a encajarla. Si hubiera elecciones generales mañana, y la gente votara conforme a lo que dice actualmente a los entrevistadores, los tories prácticamente desaparecerían del mapa electoral. Y lo que es más revelador, la creencia residual en el Brexit entre los que votaron a favor, que se mantuvo durante muchos años, parece haberse roto. En un sondeo realizado hace unos meses, sólo el 34% de los entrevistados afirmaba que Gran Bretaña hizo bien en abandonar la UE, mientras que el 56% respondía que fue un error.  El último sondeo de hace unos días muestra que los que opinan que el Brexit ha sido un error ya suponen el 63%, frente al 27% de los que lo siguen defendiendo.

Los problemas económicos derivados de la salida de la UE saltan a la vista: desabastecimiento de productos básicos y sanitarios, aumento de la burocracia y barreras regulatorias nacionales para las empresas, falta de trabajadores en algunos sectores por las nuevas normas sobre inmigración, imposibilidad de ejecutar el acuerdo con Bruselas para impedir el restablecimiento de una frontera entre las dos Irlandas que a su vez no quiebre la unidad del mercado británico.  Los grandes acuerdos comerciales de libre comercio prometidos por los promotores del Brexit no se están cumpliendo. El firmado con Australia es muy limitado y las negociaciones con Estados Unidos están estancadas.

Desde luego, no todos los males económicos de Gran Bretaña, que son muchos, se deben al Brexit.

Incluso antes de la votación de 2016, el país padecía un problema crónico de productividad y una excesiva dependencia del sector financiero. A medida que el efecto de la pandemia pierde fuerza, se ven con más claridad los efectos del Brexit. En muchos indicadores, como la inversión empresarial y la recuperación del comercio tras la Covid, la economía británica ha salido peor parada que ninguna otra del G-7. El número de pymes que mantienen relaciones comerciales con el otro lado del canal de la Mancha ha caído aproximadamente en un tercio.

Según proyecciones oficiales, el país perderá en torno del 4% de su PIB como consecuencia del Brexit. Las agencias de calificación Moody’s y S&P han reducido las perspectivas económicas del Reino Unido de estables a negativas. Claro que sí, “es el Brexit, estúpido“, claman hoy sus adversarios, parafraseando una famosa consigna electoral americana.

El valor de las empresas que cotizan en la bolsa de París ya es superior al de Londres por diversas razones, pero el Brexit es la primera

Según el profesor Anand Menon, miembro del think tank británico Changing Europe, “nos encaminamos hacia el convencimiento general de que el Brexit está perjudicando claramente a la economía británica, pero muchos no lo aceptan todavía por lo que significa de renuncia necesaria al mantra fundacional del Brexit:  take back control“. Considera que “el Reino Unido podría considerar renegociar con la UE para alcanzar un acuerdo similar al que tiene Suiza con Bruselas, pero se trata de un modelo difícilmente aceptable para Bruselas por su complejidad, ya que se trata de un conjunto de acuerdos sectoriales de difícil gestión; además un problema importante del modelo suizo es que también fija la libre circulación de personas, cosa inasumible por Londres“.  Según Menon, “el deterioro de la economía británica se hace cada día más evidente. El valor de las empresas que cotizan en la bolsa de París ya es superior al de Londres por diversas razones, pero el Brexit es la primera“.

Dicen los expertos que “Sunak es todo menos un europeo convencido“.

Su mundo se centra en el eje Silicon Valley-Londres-Bombay, y no en el Londres-París-Berlín. En 2016, ya se sabe, era un firme partidario del Brexit. Pero si alguna vez compartió algunos de los delirios del brexitismo, seguramente ya los ha perdido a estas alturas. Como demostró en su lucha por el liderazgo del Partido Conservador con Truss el verano pasado, es un realista que da prioridad a la solidez de las finanzas públicas y a la credibilidad del mercado, al igual que Margaret Thatcher. Y el realismo exige que, en circunstancias económicas extraordinariamente difíciles, como las actuales, el Gobierno reduzca las barreras para hacer negocios con su mayor mercado, que es sin duda alguna la UE, y no que las aumente.

Sunak se enfrenta con dos pruebas inmediatas.

La primera es bien conocida: el Protocolo de Irlanda del Norte. No solo es una cuestión difícil en sí misma, sino que el estancamiento en torno a Irlanda del Norte también está bloqueando el progreso en otros frentes, como la reincorporación de Gran Bretaña al programa europeo Horizon para la cooperación científica.

La segunda prueba ha llamado menos la atención. Durante el gobierno de Theresa May, todas las normativas de la UE existentes se mantuvieron en la legislación británica, a menos que las normativas individuales se sustituyeran explícitamente por nuevas normativas nacionales. Con la fantasía de Truss, se ha introducido un proyecto de ley que quemará en la hoguera todos los reglamentos actuales de origen comunitario para finales de 2023. Los departamentos administrativos tendrán que presentar un argumento especial para mantener cada una de las más de 2.400 normas o sustituirlas individualmente por nuevas normas nacionales. Si Sunak toma en serio su idea de “centrarse en lo importante para la economía británica“, deberá desechar este disparatado proyecto de ley y empezar de nuevo.

El dogmatismo enloquecido de Truss ha generado un sentimiento general de pánico. Lord Clarke opinaba que con ella la economía británica arriesgaba parecerse a las de Argentina o Grecia.  Según un columnista del Financial Times, el problema de fondo es la mentalidad que ha conducido al Brexit, es decir,  “imaginarse que el Reino Unido es lo que fue en otra época y no lo que es hoy en realidad;  que está en igualdad de condiciones económicas con Estados Unidos, que la libra es tan fuerte como el dólar, que tiene un acceso a centenares de millones de personas, que, si salen de la UE no problem, el resto del mundo vendrá corriendo a ofrecernos homenajes y dinero;  el país que se imagina Truss es un  perro minúsculo que se cree grande”.

Estiman los analistas que puede que Sunak sea económicamente competente y realista, pero tendrá que sacar adelante sus propuestas revisionistas con un partido crónicamente dividido a sus espaldas.

Los ideólogos del Brexit siguen siendo fuertes y todavía no han aterrizado en la realidad de las cosas.  En nombre de la unidad del partido, probablemente tendrá que mantener algunos de ellos en su Gabinete. Si la democracia británica funcionara como la mayoría de las democracias occidentales, el país tendría ahora mismo unas elecciones generales o una “moción de censura constructiva “, que llevaría inmediatamente al poder al Partido laborista. Pero la democracia británica no funciona así. Los tories siguen teniendo una amplia mayoría en el Parlamento. Dado que, según apuntan los sondeos, la mayoría de los diputados conservadores perderían sus escaños en unas elecciones, es poco probable que se vote de inmediato. Sin embargo, el enfado y la disensión dentro del partido conservador son tales, y la crisis económica de tanta gravedad, que Gran Bretaña podría verse abocada a unas elecciones generales antes de 2024.

Lleguen cuando lleguen las elecciones, los votantes británicos, como hacen tradicionalmente, “echarán a los bastardos “, según reza la jerga electoral habitual, casi con toda seguridad y elegirán un Gobierno de centroizquierda moderado. El líder laborista, Keir Starmer, está mostrando una cautela excesiva respecto a Europa, por miedo a no recuperar a los votantes del norte de Inglaterra que se pasaron a apoyar a Boris Johnson para “hacer el Brexit “. Sigue repitiendo “hagamos que el Brexit funcione “, un eslogan lamentable, ya que da a entender que lo único malo del Brexit es que no se ha conseguido que funcione correctamente.  Si el laborismo hiciera caso a una opinión pública cada día más contraria al Brexit, debería hacer suya esta otra consigna: “hacer que Gran Bretaña funcione, pese al Brexit “.   Y en último término, atreverse a pedir su abolición.

Zoe Williams, comentarista del prestigioso diario The Guardian, escribe que “la mayoría de los británicos ahora piensan que el Brexit ha sido una mala idea, pero el gobierno se muestra reacio en reconocerlo; en todo caso la tendencia contraria al Brexit es creciente e irreversible “.

Timothy Garton Ash, prestigioso analista político británico, acaba de escribir: “Nadie sabe lo que pasará mañana. Pero el rumbo está claro. Gran Bretaña ha iniciado, por fin, con Rishi Sunak, su largo y doloroso viaje de vuelta de los delirios del Brexit “.

Estos delirios tienen consecuencias directas sobre la probable descomposición de un país denominado “Reino Unido“.

El Tribunal Supremo británico acaba de vetar la celebración de un segundo referéndum sobre la independencia de Escocia. La líder escocesa Nicola Sturgeon no ha tardado en reaccionar: amenaza con tratar las próximas elecciones escocesas como plebiscitarias, o sea, convertirlas en un segundo referéndum de facto. El Brexit lo ha cambiado/empeorado todo. Hace ocho años, uno de los argumentos de Londres era que, si Escocia se independizaba, quedaría fuera de la UE, ya que el Reino Unido y países como Francia o España vetarían su acceso. Después fue el Reino Unido el que decidió salir de la UE gracias al Brexit, en contra de la opinión de una gran mayoría de escoceses. Para Rishi Sunak, la decisión “clara y definitiva “del Tribunal Supremo británico es un alivio porque, por lo menos a corto plazo, le saca el problema de encima y pasa la pelota a Sturgeon y al Gobierno escocés.

El plan B de Sturgeon -que las próximas elecciones sean un referéndum de facto- tiene numerosos inconvenientes.

Incluso en caso de ganarlas el soberanismo, Londres podría ignorar el resultado.  Además, es probable que el bloque unionista decida boicotearlas, con lo cual su legitimidad sería cuestionada. Un sector del Scothis National Party (SNP), cuya razón de ser es la obtención de la independencia, prefiere la alternativa más radical de una declaración unilateral de independencia “a la catalana “y la confrontación directa con Westminster. Las últimas encuestas sugieren un empate virtual entre partidarios y enemigos de la independencia. Todo indica que la fractura dentro de la sociedad escocesa es creciente, como también lo es entre Escocia e Inglaterra, gracias al Brexit.

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