China lleva meses inmersa en un tenso clima fruto de una combinación de factores. El primero de todos es la famosa política «Covid Zero», implementada por el gobierno de Xi Jinping desde el inicio de la pandemia, y que ha resultado en confinamientos repetidos, tests masivos y otras medidas de control de la población hasta ahora insospechadas , como la instalación de sensores en las puertas de las viviendas.
Pero además, la política sanitaria de Beijing también encontramos otros factores, como la gravísima crisis que atraviesa el sector inmobiliario. Con los precios de la obra nueva cayendo en picado, el miedo de muchos chinos a perder sus mayores inversiones (la vivienda representa tres quintas partes del patrimonio de los chinos) ha atizado la desconfianza hacia el régimen.
Por otra parte, la reciente entronización de Xi Jinping como presidente de China por un inédito tercer mandato en el Congreso del Partido comunista y el creciente cierre de la élite gubernamental tampoco ha ayudado a calmar los ánimos.
El cóctel de ingredientes ha resultado en cualquier caso suficiente para encender las mayores protestas de los últimos años en China, con manifestaciones destacables en más de 20 ciudades diferentes.
Por su parte, el gobierno chino ha terminado dando marcha atrás en muchos aspectos de su política contra el coronavirus. No necesariamente por miedo a los manifestantes, sino que una explicación más probable sería por el descontento dentro de las mismas filas del partido comunista ante el descoyuntamiento de la economía, la educación y el mercado laboral chinos.
Derrotada al aplicar la misma estrategia que sí funcionó contra otras variantes menos contagiosas, Pekín entra ahora en territorio desconocido
Se abre así un nuevo capítulo de la guerra entre la República Popular China y el coronavirus (particularmente en su variante ómicron). Derrotada al aplicar la misma estrategia que sí funcionó contra otras variantes menos contagiosas, Pekín entra ahora en territorio desconocido.
Si el gobierno chino se inclina por conseguir la inmunidad colectiva, el precio a pagar en vidas humanas podría ser terrible: algunos estudios apuntan que podría causar un millón de muertes debido al período invernal que acaba de empezar, las carencias del programa de vacunación chino y la falta de camas en las UCI.
Según el modelo ideal para la consultora macroeconómica Wigram Capital Advisors, si la reapertura completa de China se hace rápidamente (como de momento los indicios apuntan), en torno a marzo la demanda de plazas en las unidades de cuidados intensivos podría ser 10 veces superior a la oferta.
Si este escenario catastrófico se confirmara, el coste político para Xi Jinping podría ser considerable. Xi ha sido presentado como el «comandante jefe de la guerra popular contra la Covid» al mantener el número de muertos por debajo de los 5.500 desde que se detectó la epidemia según los datos oficiales.
Pero si la variante ómicron se esparce entre una población de edad avanzada que no ha tenido acceso a las vacunas occidentales basadas en RNA mensajero, y que en parte incluso ha rechazado las vacunas tradicionales concebidas por las farmacéuticas chinas, los resultados podrían ser devastadores .
Está claro también que el gobierno de Xi Jinping cuenta con tres ventajas para superar el invierno que seguro explotará con inteligencia.
El primero son las ganas de los chinos de pasar la página del coronavirus y las draconianas medidas de control. El segundo son los ingentes recursos y capacidad organizativa con la que cuenta el estado chino. Y el tercero es que en último término, Xi y los suyos no deben rendir cuentas a nadie, y pueden construir la narrativa que más les convenga en cada momento en función de las circunstancias.
En definitiva, ni la covid ni China han dicho la última palabra en su enconada lucha.