Hacia el relanzamiento de las relaciones UE-Estados Unidos y la definición de una nueva política exterior europea después de Trump

Los cuatro años de presidencia de Donald Trump han hecho mucho daño a la confianza mutua y las relaciones entre la UE y EEUU. Las relaciones entre la (todavía) primera potencia mundial y sus aliados europeos se han deteriorado mucho.

Recordemos que Trump ha calificado repetidamente los últimos años de la UE «de enemigo» y se ha referido a menudo como «un producto fallido». Dijo que el euro era «una receta segura para la ruina económica de Europa» y que Bruselas era una especie de «agujero infernal».

Inmediatamente después de la victoria electoral de Trump, el año 2016, el director del acreditado think tank Consejo Europeo de Relaciones Internacionales, Mark Leonard, escribía: «Europa se encuentra sola en el mundo de Trump. El presidente electo ve el multilateralismo y las instituciones globales como restricciones para la libertad de acción de Estados Unidos. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Europa ha mirado el mundo a través de la lente transatlántica. La elección de Trump amenaza poner punto final a esta relación. Trump cree más en los muros y en los océanos que en la solidaridad entre aliados, y ha dejado bien claro que quiere colocar Estados Unidos no solamente en primer lugar (America first), sino también en segundo lugar y en tercer lugar. Trump también se ha declarado enemigo de la globalización, que es vital para la UE, gran potencia exportadora. Los europeos no sólo deberán acostumbrarse a Trump: también deberán mirar el mundo con ojos diferentes».

Durante los últimos cuatro años Trump ha apoyado el Brexit, sobre todo porque debilitaba la UE. Recién elegido, declaró que su victoria equivalía a «un Brexit Plus, Plus, Plus». El primer líder europeo recibido por Trump inmediatamente después de su victoria electoral en 2016 fue precisamente Nigel Farage, el líder del mayor partido pro-Brexit, el UKIP (United Kingdom Independent Party). Trump abandonó enseguida los acuerdos de París sobre el cambio climático. Los europeos contemplaron después, consternados, como Trump se retiraba del acuerdo nuclear con Irán, despreciaba sus aliados de la OTAN, paralizaba la Organización Mundial del Comercio (OMC) y abandonaba la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el centro de la pandemia.

A la vista de este panorama, no es de extrañar que la reciente victoria de Biden en las elecciones estadounidenses haya sido recibida en Europa como un verdadero alivio. Una administración norteamericana no dedicada a destruir el multilateralismo es un gran respiro para la UE y supone una pausa para reflexionar juntos sobre el futuro del mundo de manera tranquila y respetuosa.

Esta reflexión deberá tener en cuenta dos factores muy importantes. Uno es que Trump, a pesar de su derrota electoral que le cuesta tanto reconocer, ha conseguido un record de votos en Estados Unidos,  el trumpismo continúa muy fuerte en ese país y también es aplaudido en otros países, como ejemplo capital de la ola nacionalpopulista aparecida después de la Gran Recesión de 2007. Los seguidores de Trump en Europa también son muchos. Los gobiernos actuales de tres países miembros de la UE -Polonia, Hungría y Eslovenia- le son favorables. La derrota de Trump no significa, por tanto, el fin del trumpismo ni del nacionalpopulismo como fenómeno político. El otro factor importante es que ha llegado el momento de repensar y renovar los lazos transatlánticos, tomando en consideración la realidad de una China como potencia global cada vez más asertiva . China ya es la primera potencia económica mundial calculada en términos de paridad de poder adquisitivo y tiene fijados objetivos en 2025 y 2050 para convertirse en la primera potencia global tecnológica y la primera potencia en todos los aspectos.

Las encuestas realizadas por el Consejo Europeo de Relaciones Internacionales indican que el 63 por ciento de los Europeos coinciden en que la Covid-19 ha subrayado la necesidad de una cooperación internacional más fuerte. Las mismas encuestas también indican las áreas de cooperación consideradas más necesarias: construir una soberanía europea, liderar la salud global, concertar el cambio climático y diseñar el futuro digital. Existen varias maneras de utilizar la relación transatlántica para alcanzar estos objetivos. La administración Biden muestra una buena disposición para relanzar las relaciones con la UE y ya está preparada para iniciar conversaciones inmediatas sobre áreas concretas como economía, salud, clima y tecnología.

El presidente Emmanuel Macron es el autor intelectual del concepto «autonomía estratégica» para Europa en el mundo. Él es partidario de una autonomía estratégica de la UE «a la francesa«. Desearía que las naciones europeas tuvieran una gran independencia respecto de Estados Unidos y la OTAN. Su enfoque es «neogaullista» (ideario político inspirado en Charles de Gaulle). Desea la independencia del continente en todas las áreas, y de manera muy particular en economía y defensa. Macron ha declarado que «Estados Unidos sólo nos respetarán como aliados si somos serios y si somos soberanos respecto a nuestra defensa». En el fondo, Macron tiene siempre un arrière pensée gaullista, consistente en una Francia dominante entre naciones europeas desligadas de los Estados Unidos, y tiene una ambición indisimulada de liderar un club europeo desligado de los americanos.

Estos planteamientos «macronianos» provocan tensiones en el eje París-Berlín e irrita a muchos socios europeos. Es una manera de ver las cosas que Alemania no ve demasiado clara. La ministra alemana de Defensa, Annegret Kramp-Karrenbauer, acaba de declarar, durante un discurso pronunciado en una universidad militar de Hamburgo, que la OTAN y los Estados Unidos son de importancia vital para la seguridad de Europa. «Sin las capacidades nucleares y convencionales de los norteamericanos, Alemania y Europa no pueden defenderse, estos son los hechos concretos. Incluso si los europeos asumieran toda la responsabilidad, con aumentos significativos en gastos militares, aunque se necesitarían décadas para compensar las capacidades militares ofrecidas por los Estados Unidos a través de la OTAN «. Kramp-Karrenbauer es una persona muy cercana a la cancillera Merkel. Ambas esperan y desean que Biden revierta las decisiones de Trump de retirar tropas de Europa. Quieren más lazos defensivos con los Estados Unidos, no menos o ninguno, como en último término quisiera Macron.

El Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Seguridad, el catalán Josep Borrell acaba públicamente de corregir Macron y de alinearse más bien con el pensamiento de Merkel. Borrell piensa que la autocomplacencia estratégica, tal como la entiende el presidente francés, no es una opción para Europa. Hay que involucrarse mucho más con los Estados Unidos. Borrell acaba de lanzar una propuesta alternativa a la «autonomía estratégica» de Macron, que lleva el título de   Strategic Compass. 

Según esta propuesta, la UE necesita conseguir una autonomía estratégica reforzando al mismo tiempo las alianzas europeas, especialmente con los Estados Unidos, y preservando el compromiso europeo con el multilateralismoConsidera que la UE se enfrenta a graves retos estratégicos en un contexto internacional tan polarizado como el actual, en el que están aumentando las rivalidades geopolíticas y la competencia entre grandes potencias, sobre todo Estados Unidos y China . Esta es la razón por la que, como afirmó en una ocasión la cancillera Merkel, «los europeos debemos tomar realmente las riendas de nuestro propio destino».

Durante mucho tiempo, el debate sobre la autonomía estratégica se ha centrado principalmente en temas de seguridad y defensa. Pero es fundamental que el debate se extienda mucho más allá, ya que, como ha demostrado la crisis de la Covid-19, temas como la salud pública y la interdependencia económica son también de gran importancia.

Por ejemplo, ahora la UE es más consciente de las vulnerabilidades que genera una relación económica cada vez más desequilibrada con China, por lo que la UE ha convertido la reciprocidad en un objetivo central en las negociaciones sobre un acuerdo de inversión. La UE ha optado por un enfoque dual con China, tratándola como un socio importante, pero también como competidor y rival sistémico.

Lo que propone el nuevo enfoque del Global Compass es que la UE refuerce su papel y su influencia en el mundo y se convierta en un socio preferente. La UE debe evitar que las relaciones internacionales entren en una lógica neoimperial en la que los países se vean obligados a decidir si están de parte (y bajo la influencia) de los Estados Unidos o de ChinaLa clave está en sustituir el G-2 en un G-3, en el que Europa esté al mismo nivel y lidere iniciativas de cooperación que potencias medias como Japón, Canadá, Australia o el Reino Unido, quieran apoyar. Pero la UE no debe ser equidistante entre los Estados Unidos y China, pues sigue compartiendo más valores e intereses con Estados Unidos que con China, aunque también debe asumir que, independientemente de quién gobierne en la Casa Blanca,  el tradicional «amigo americano» no volverá a ser el mismo y el orden internacional será cada vez menos cooperativo.

Josep Borrell viene repitiendo últimamente que la UE necesita «aprender a utilizar el lenguaje del poder «, enseñando los dientes cuando haga falta y estando preparada para adoptar medidas que no gusten a los demás, a lo que no está acostumbrada. En definitiva, antes de que sea demasiado tarde, cree que la UE debe incorporar el concepto de poder a una renovada política exterior. Si no, corre el riesgo de ser parte del menú internacional en lugar de ser uno de los comensales.

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