A primera vista, la victoria por mayoría absoluta del Labour capitaneado por el centrista Keir Starmer en las elecciones generales del Reino Unido el pasado 5 de julio reconforta al establishment progresista: detener los planes de la extrema derecha ultranacionalista es posible, y eso sin caer en las manos de los exaltados del otro lado.
Así pues, la victoria laborista en Reino Unido sería el nuevo libro de texto para evitar fenómenos como Donald Trump o la centrifugadora francesa de Marine Le Pen y Jean-Luc Mélenchon, que tanto ocupan la agenda política occidental de este verano 2024.
Algunos comentaristas se han apresurado a proclamar que la campaña de Starmer debería servir de modelo planetario para detener el auge del populismo.
Dan Bloom, escribiendo en Politico, ofrece un análisis muy diferente.
Según este periodista, no acabamos de presenciar «una historia de Gran Bretaña dando un paseo a la izquierda». Al contrario, afirma, “es una historia de algo más profundo – de promesas y confianza rotas, de servicios públicos en bancarrota y de facturas de hogares que no se pueden pagar; de una sed intensa de cambio. Va sobre una profunda desilusión con la política”.
Bloom opina que en realidad, la ola electoral que se ha llevado 14 años de gobiernos conservadores de golpe no es nada distinta a la furia contra el establishment que ha puesto en la cuerda floja a Emmanuel Macron en Francia, y que podría igualmente hacer que los demócratas pierdan la Casa Blanca el próximo noviembre.
Bloom pinta una imagen muy oscura del actual Reino Unido.
Un país particularmente afectado por la inflación a pesar de que los impuestos se encuentran en los niveles más elevados desde 1950 y la economía productiva en pleno retroceso .
El coste medio de la vivienda se ha triplicado prácticamente en sólo una década, mientras que la demanda de los bancos de alimentos se ha duplicado y hay tres veces más pacientes en las listas de espera del Servicio Nacional de Salud que hace 10 años. Y pese a todo ello, en 2023 la inmigración rompió todos los recuerdos (a pesar de las promesas del Brexit en este sentido), y sumó 1,2 millones de recién llegados.
En definitiva, los británicos contemplan cómo su país se está hundiendo pese a haber tomado una decisión radical en el 2016 que debía abrir la puerta a un futuro brillante e independiente.
Así pues, los votantes acudieron a las urnas a castigar a los Tories conservadores y a exigir un cambio inmediato, no a votar a un programa progresista o a hacer barrera contra una derecha supuestamente extremista.
Los británicos sienten que su país se está desintegrando, apuntando acertadamente a los políticos como últimos responsables de la situación. A todos los políticos, aunque los primeros acusados son sus conservadores. Y es que a pesar de la victoria aplastante en escaños del Labour , la participación fue la segunda más baja del siglo XXI.
Las esperanzas del electorado en el programa de crecimiento económico prometido por Keir Starmer son muy escasas, como Bloom constata en una serie de entrevistas en todo el país.
En último término, las constataciones del electorado británico no son distintas a las del francés o norteamericano: el agotamiento del sistema democrático actual, incapaz de ofrecer soluciones a los complejos problemas del siglo XXI, es evidente en Occidente.
En Europa como en Estados Unidos, la política atraviesa una crisis que empeora sin cesar porque sus causantes son los mismos a quienes se encarga una y otra vez la resolución.