La enérgica reacción de la UE ante las últimas crisis le aboca a un nuevo paradigma y estimula el relanzamiento de su proyecto integrador

La UE ha sabido reaccionar adecuadamente y ha logrado mantener un grado de unidad admirable a lo largo de sus tres últimas grandes crisis: Brexit, covid e invasión rusa de Ucrania.

El 31 de enero de 2020 -día en que Reino Unido abandonó definitivamente la UE y se diagnosticaron los primeros casos de la covid en Italia- es considerado por muchos analistas como  una fecha simbólica que podría marcar el comienzo  de un nuevo relanzamiento del proyecto europeo.

La historia ya ha dictado su veredicto sobre el error cometido por los británicos al renunciar no sólo al Mercado Interior Único sino también a la versión más dinámica y admirable de su historia. El reciente Acuerdo Marco de Windsor entre la UE y Reino Unido sobre el Brexit, firmado el 27 de febrero, reconoce el error y señala el inicio de una nueva fase de acercamiento de los británicos hacia Europa.

La pandemia ha reforzado a la UE en varios frentes: un ambicioso programa de solidaridad y modernización vehiculado a través de los fondos Next Generation EU, una integración monetaria más sólida que ya no excluye la emisión masiva de bonos comunitarios (por primera vez) y un exitoso programa conjunto de vacunación, a pesar de las débiles competencias de Bruselas en materia de salud.

Hace un año, de la noche a la mañana, los bombardeos rusos sobre Ucrania obligaron a la UE a hacer algo que siempre se le había resistido: enseñar los dientes y ejercer no sólo como poder blando (soft power), propio de una potencia económica y comercial que defiende los derechos humanos en el mundo, sino también como un poder duro (hard power). La UE ha dado pasos hasta ahora impensables para ayudar a un país vecino a resistir una agresión que es sentida como propia.

Todos estos acontecimientos -Brexit, covid y guerra de Ucrania- han puesto a prueba la cohesión de la UE y ésta ha salido reforzada. El mecanismo estímulo-respuesta ha funcionado. Pero también cuestionan la idoneidad de los instrumentos de los que dispone la UE para afrontar cada una de estas grandes crisis.

Es bien sabido que Jean Monnet ya avisó de que la integración europea se haría «a golpe de crisis» y que «sería el resultado de las soluciones dadas a cada una de las crisis afrontadas». La última de las citadas, la guerra de Ucrania, está abriendo una verdadera oportunidad para Europa. Esta crisis muestra de forma nítida la necesidad de disponer de políticas verdaderamente europeas en cuatro ámbitos en los que, hasta la fecha, los avances han sido muy tímidos: políticas exteriores, defensa, energética y migratoria. En todos estos ámbitos, la respuesta de la UE a la crisis ucraniana sería más ágil y efectiva si dispusiera de políticas propias.

No ha sido necesario cambiar los tratados europeos para decidir compras conjuntas de armas para darlas a Ucrania a través de la Facilidad Europea para la Paz, un instrumento pensado para ayudar a terceros países lejanos fundamentalmente con equipamiento no letal. Son ya 3.600 millones de euros los invertidos a través de esta plataforma. Se ha dado formación militar a más de 15.000 soldados ucranianos. Los presupuestos nacionales para defensa se dispararon. Los tanques comienzan a llegar a Ucrania y ya se habla de enviar aviones de combate.

Vemos  la defensa europea en acción. Sobre el papel, sigue siendo una competencia nacional, pero el firme consenso sobre la respuesta europea a la guerra ha hecho que bastara con basarse no en tratados, sino en algo que no siempre ha habido en otras ocasiones: la voluntad política.

La OTAN nunca había sido tan relevante desde el final de la Guerra Fría

La cooperación de la UE con la OTAN, organización militar dominada por Estados Unidos, ya no es una opción, sino una obligación, para hacer más eficaz el apoyo a Ucrania. Finlandia y Suecia, hasta ahora neutrales, han pedido ingresar en la Alianza atlántica. Lo que ha obtenido Putin no ha sido “la finlandización de Europa“, como pretendía, anticipando una respuesta apática a su ataque de Ucrania, como ocurrió en el 2014, sino una “organización de Europa”, como dijo el presidente Biden. La OTAN nunca había sido tan relevante desde el final de la Guerra Fría. Su «muerte cerebral» denunciada por el presidente Macron es cosa del pasado.

Putin se equivocó pensando que la unidad europea se iba a romper pronto. El consenso sobre la respuesta europea a la guerra, apuntalado por la decidida reacción de la Administración Biden, ha permitido a la UE llevar adelante, por unanimidad, diez rondas de sanciones contra Rusia. Son las sanciones más fuertes que la UE haya adoptado nunca.

Se sabía que no tendrían efecto de golpe, pero la resiliencia inicial de la economía rusa, ayudada por los precios desorbitados de la energía en los primeros meses del conflicto, sorprendieron a la UE, que se reafirma en la estrategia. “Las sanciones son un veneno de acción lenta como el hecho a base de arsénico. Tardan en surtir efecto, pero lo hacen, y de manera irreversible“, ha afirmado el Alto Representante de la UE en asuntos exteriores y defensa, Josep Borrell.

Las medidas restrictivas, incluido un pacto con el G-7, que ha puesto un límite al precio del petróleo ruso, están sembrando el camino para cambios estructurales bilaterales. El concepto de seguridad económica cobra cada vez más relevancia. La desconexión con Rusia va más allá de la energía, el principal terreno de batalla económica este año, que por ahora se ha cerrado con una (cara) victoria para la UE.

Cada nuevo paquete de sanciones ha sido más difícil de aprobar que el anterior.

Aunque absolutamente aislado, Viktor Orban es el único aliado que le queda a Putin en la UE. Es otra de las consecuencias de la guerra: la invasión rusa de Ucrania ha dejado tocado el llamado Grupo de Visegrado, formado por Hungría, Polonia, Eslovaquia y la República Checa.

La proximidad entre Orban y Putin se convirtió en insoportable para estos países, en especial para Polonia, el país que ha asumido el liderazgo del bloque del este en todas las cuestiones relacionadas con Ucrania, omnipresentes, por otra parte, en todos los aspectos de la agenda europea.

Esta realidad también forma parte del nuevo paisaje europeo: el centro de gravedad de la UE ha pivotado y se ha trasladado al este.

Entre las consecuencias de este cambio, una relación más tensa en el eje franco-alemán, que, sin embargo, pudo ponerse de acuerdo en la decisión de reconocer a Ucrania y Moldavia como candidatos a la UE. Es probable que en diciembre de este año la UE haga bueno el recibimiento que dio al presidente Zelenski en Bruselas, cuando le dio la bienvenida a “casa” y acceda a abrir negociaciones de adhesión.

Cabe decir que la crisis de Ucrania también debería aprovecharse para acabar algunos de los proyectos europeos que se han quedado a medio construir.

La unión monetaria de Europa, la zona euro, es todavía un edificio inacabado que podría hundirse si es sometido a un temporal económico similar al que sufrimos hace una década (la crisis del euro, año 2010 y siguientes).

Esto podría ocurrir porque la economía europea está sujeta a un triple choque: un encarecimiento sustancial de las materias primas, una subida muy fuerte de los tipos de interés y un gran aumento de la deuda pública, a consecuencia de las emergencias de los últimos quince años. La UE se ha construido siempre utilizando la integración económica como instrumento para conseguir aumentar el grado de unión política. El caso del euro es un ejemplo paradigmático.

En las fases iniciales de la integración, esta estrategia ha funcionado satisfactoriamente. Sin embargo, la unión monetaria comporta un nivel económico tan extraordinario de unificación que es imposible que no vaya acompañada de mayor unión política.

Además, la política monetaria única sólo puede funcionar bien si la política fiscal del conjunto de la UE es una política de estabilidad y control del déficit y de la deuda. Ello exige una efectiva intromisión en las políticas presupuestarias de los Estados miembros que únicamente es posible con la correspondiente pérdida de soberanía de sus respectivos Parlamentos.

Una unión monetaria incompleta no es un problema grave en condiciones normales pero sí en períodos de fuertes convulsiones financieras.

La sacudida que supone la fuerte y rápida subida de tipos de interés para luchar contra la inflación puede llevarnos de nuevo a momentos de mucho estrés. Si este fuera el caso, echaremos de menos no haber aprovechado la crisis ucraniana para acabar del todo el edificio del euro. Es necesario otorgar poderes adicionales a las autoridades europeas para garantizar una política fiscal estable y sostenible de los Estados Miembros.

Tal y como recomiendan acreditados especialistas, el reto que plantea la guerra de Ucrania debe verse como una oportunidad para avanzar en la integración de las políticas más directamente afectadas, como defensa y energía, pero también para profundizar en una política fiscal más unificada que complemente y consolide la actual unión monetaria.

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